Padre Rafael Castillo Torres.

No son pocos los observadores que han hecho notar la ausencia de perdón en esta sociedad del post acuerdo. Cualquiera que sea la iniciativa de perdón que se tome en cualquiera de sus ámbitos, político, laboral o socio-económico, inmediatamente notamos que la experiencia de reconciliación es cada vez más rara en nuestra convivencia. Estos observadores coinciden en que a nadie se le puede obligar a perdonar, aunque sí es posible abrir espacios de entendimiento para la sana convivencia. Todo a su tiempo y con la debida prudencia.

No obstante, la ausencia de perdón es signo de la falta de madurez y progreso en una sociedad. Si algo necesitamos, hoy, es que todos, continuamente, pidamos perdón y perdonemos. El perdón pertenece a la construcción misma de la convivencia humana.

Desde el momento en que se iniciaron los diálogos y acercamientos en la Habana con las Farc, hemos venido recordando cómo nuestra historia reciente de los últimos 50 años es una historia de violencia y de muerte.

En el libro de la vida que se escribió durante toda la peregrinación con la Virgen de Chiquinquirá por el Rio Magdalena y el Canal del Dique, rememoramos hechos y, recordamos los nombres de tantos seres queridos muertos en la contienda y borrados o manchados injustamente en esa historia que necesita que la verdad sea conocida, precisamente porque la verdad sin justicia es mentira y la justicia sin verdad es engaño. Establecida la verdad, restaurada la justicia, se inaugura el tiempo de la misericordia frente al arrepentimiento y el diálogo.

Los colombianos nos encontramos en un punto de inflexión: ¿Ser capaces de abrirnos a una memoria reconciliadora o, por el contrario, reactivar los sentimientos de venganza que dan vida a nuevos antagonismos y enfrentamientos que serán muy difíciles de olvidar?

La actitud cristiana del perdón no consiste en trivializar la historia y olvidar ingenuamente las injusticias pasadas. Al contrario, el que perdona recuerda todo el horror del pasado, pero lo hace para adoptar una postura innovadora y creadora hacia el futuro. Recuerda para no repetir. Busca un futuro distinto del que nos viene impuesto por la violencia pasada. Trata de establecer otra relación nueva con los adversarios y antagonistas a quienes perdona.

Perdonando rompemos la lógica de la violencia que tiende a repetirse sin fin. El “ojo por ojo y diente por diente” no es innovador, nos introduce en la “lógica repetitiva de la violencia” y acumula, inevitablemente, más sufrimiento y más injusticia.

Abrirnos al perdón, es asumir el riesgo de renunciar a la fuerza o la venganza. Riesgo sin el cual nuestra historia no tiene futuro y la violencia se repetirá una y otra vez para mal de todos.

Pidamos con fe al Dios que nos reconcilia y hace hermanos, que los colombianos no retrasemos más la paz. Tal vez sea éste nuestro mayor signo de conversión. Démonos otra oportunidad.