Apreciados hermanos y hermanas. Buenos días.

La solidaridad es siempre una Buen Noticia. Particularmente cuando, como lo vivimos en este momento, el clamor de los pobres, de los hambrientos y de los que sufren, es cada día es mayor.

Solidaridad es una palabra con historia. Lo es en la historia de nuestra Iglesia desde su fundación. En la primera lectura de la celebración litúrgica del día de ayer, segundo Domingo de Pascua, se hace memoria del “modo de vivir” de las primeras comunidades cristianas. Y nos dice: «todos los creyentes vivían unidos y tenían todo en común; vendían sus posesiones y sus bienes y repartían el precio entre todos, según la necesidad de cada uno» (Hechos 2, 44-45). Y luego a través de los siglos, son muchos los testimonios que nos ha dejado de solidaridad con los más necesitados. El Evangelio de Jesús se cuida de no dejarnos indiferentes, nunca, frente a los sufrimientos de los más pobres, “que siempre estarán con ustedes” (Juan 12, 8).

Mencionemos un testimonio impresionante de solidaridad impulsado por un sacerdote en la primera mitad del siglo XVII, aquí en Cartagena, San Pedro Claver. Él fue un testimonio que marcó la ciudad y la Iglesia de Cartagena, cuando se vivía el inicio de la terrible realidad de la esclavitud. En ese momento y durante varios siglos, Cartagena fue la puerta de entrada de los esclavos que traían los españoles y que repartían en los países de América del Sur. San Pedro Claver, sacerdote jesuita, se identificó totalmente con los negros esclavos. “Esclavo de los esclavos” se firmaba. Y fue un testimonio de toda su vida. Los sufrimientos de los esclavos eran infinitos, las injusticias que se cometieron contra ellos no tienen nombre. San Pedro Claver dedicó la totalidad de su vida a servir a los más pobres, a los que más sufrían, a los “descartables” de la sociedad cartagenera de entonces.

El Maestro Grau logró plasmar en bronce una imagen que siempre nos impacta, en la Plaza de San Pedro de nuestra ciudad. Y es, de lo que más impacta a muchos turistas que pasan por esta Plaza. Es interesante escuchar la historia del “manteo” con el cual revistió el artista la imagen del sacerdote. Nos dicen que bajo dicho “manteo” lograba esconder a muchos de los esclavos que ya no resistían los sufrimientos y que el Santo lograba llevarlos hasta un lugar de acogida. San Pedro Claver marcó el siglo XVII de la historia de Cartagena, con un movimiento de solidaridad, y es importante recordar que no estaba solo, siempre trabajó con un grupo de voluntarios que le ayudaban a rescatar a los negros esclavos que más sufrían.

La historia de la solidaridad, en nuestra Iglesia y en nuestra sociedad, ha sido constante. Recordemos momentos culminantes durante el siglo XX: el movimiento de solidaridad que, animado por el Papa San Juan Pablo II, logró con el liderazgo de un líder obrero cambiar radicalmente la situación de Europa Oriental, con respecto al socialismo real que tantos hombres y mujeres sacrificó en función de una ideología. La Vicaría de la Solidaridad de la Iglesia Chilena, durante las décadas del setenta y el ochenta del siglo pasado es igualmente, un hermoso testimonio de cómo nuestra Iglesia se ha ido identificado con los más necesitados y ha logrado mover una solidaridad efectiva, frente a los poderosos que ejercían una cruel esclavitud. Hay otros ejemplos en la Iglesia Colombiana más recientes. Mencionemos uno: la red de “Bancos de Alimentos” que actualmente impulsa la solidaridad con los más hambrientos y con los que más sufren. La mayoría de las Diócesis en Colombia, también en Cartagena, son un ejemplo palpable de que el mensaje de Jesús, de que su Iglesia tiene que dedicar los mejor de sus energías a la solidaridad “con los más pobres”, es una página de compromiso evangélico muy válida.

A nosotros nos corresponde escribir ahora la página de la solidaridad. Quizás nunca había sido tan fuerte el grito de los hambrientos en la ciudad de Cartagena y en Colombia, como el que escuchamos actualmente. Jesús continúa orientando nuestro actuar: “denles de comer” (Juan 6, 9), esa es una orden tajante. Y la miseria va para largo. Si Dios quiere, la pandemia bajará su fuerza y ojalá que desaparezca pronto y totalmente. La miseria continuará clamando. Por eso, ser solidarios en el presente y prepararnos para el inmediato futuro, es una grave obligación.

“Las múltiples iniciativas para la atención de los ancianos, los enfermos y de cuantos están necesitados de auxilios en asilos, hospitales, dispensarios, comedores comunitarios y otros centros asistenciales, son testimonio palpable del amor preferencial por los pobres, que la Iglesia en América Latina lleva adelante, movida por el amor al Señor y conscientes de que Jesús se han identificado con ellos”. (Juan Pablo II, Iglesia en América, 18, 2).

La Solidaridad es un Evangelio; es el corazón del Evangelio. Por eso siempre ha sido y será signo de contradicción. Y siempre ha sido y será la respuesta más evangélica a la situación que afecta a tantas personas, en especial, a los informales, a los que luchan “por el día a día”, a los cesantes, a los habitantes de la calle, a los migrantes venezolanos, a los niños y a las niñas víctimas del abuso, a los niños de la calle, a los adolescentes frustrados, etc. La Exhortación Iglesia en América señala, “ante los pecados sociales que claman al cielo, porque generan violencia, rompen la paz y la armonía… la mejor respuesta, desde el Evangelio… es la promoción de la solidaridad” (Juan Pablo II, Iglesia en América, 56, 1-3). Y para que quede claro, la misma Exhortación, hace una enumeración impresionante de los muchos pecados sociales que aquejan hoy a nuestra sociedad: “el comercio de drogas, el lavado de ganancias ilícitas, la corrupción en cualquier ambiente, el terror de la violencia, el armamentismo, la discriminación racial, las desigualdades entre los grupos sociales, la irrazonable destrucción de la naturaleza. Estos pecados manifiestan una profunda crisis, debido a la pérdida del sentido de Dios y a la ausencia de principios morales, que deben regir la vida de todo hombre. Sin una referencia moral se cae en un afán ilimitado de riqueza y de poder, que ofusca toda visión evangélica de la realidad social” (Juan Pablo II, Iglesia en América, 56, 1).

Es un imperativo urgente meter en la “Agenda” del Distrito de Cartagena, de las Empresas de nuestra ciudad, de la Iglesia Arquidiocesana, el compromiso solidario para acompañar a ese inmenso grupo de pobres, que deja la pandemia en la ciudad y en los pueblos de la Arquidiócesis.

Gracias, porque la respuesta a esta solicitud ya va siendo oída por muchos de ustedes. Sin embargo, las situaciones son cada día más apremiantes. Continúen ayudándonos. Hemos iniciado bien; el Banco Arquidiocesano de Alimentos es una posibilidad de ayuda efectiva; hay también otras que muchos de ustedes apoyan, continúen haciéndolo. Sin embargo, estamos en el inicio de una respuesta que nos va a exigir lo que llamaba San Juan Pablo II, en su carta a los católicos del mundo, Al inicio del Tercer Milenio: “la imaginación de la caridad” (50, 2).

La reflexión sobre este tema de la solidaridad requiere más espacio. En el mensaje de mañana martes 21 de abril, espero continuarla.

El hambre en estos momentos es apremiante, en muchos de los barrios de la ciudad de Cartagena y en los pueblos del departamento de Bolívar. Les recuerdo como apoyar nuestro Banco de Alimentos hoy: Cuenta Corriente de Bancolombia No. 08500014808 a nombre de la Arquidiócesis de Cartagena. Nit: 890.480.104-5. Si su donación es en especie escríbanos a nuestros correos «donacionesbancoalimentosctg@gmail.com»y «bancoalimentoscartagena@gmail.com» o al WhatsApp 3205498403 o llamarnos al (5) 6537845.

También les recuerdo, que en el mensaje de ayer, domingo 19 de abril, les adjunté el archivo PDF del libro del Papa Francisco “El nombre de Dios es Misericordia”; es importante que lo lean. Nos ayudará a ser más misericordiosos, como nuestro Padre es misericordioso. Este es el pensamiento social del Evangelio que está detrás del Banco de Alimentos.

Oremos confiados para que Dios nuestro Padre, nos haga sentir, en nuestros oídos y en nuestro corazón, el clamor de los pobres. Y acuérdense de orar por mí.

Su obispo, +Jorge Enrique Jiménez Carvajal. Arzobispo de Cartagena

Cartagena, abril 20 del 2020