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LAUDATO SI’: Síntesis de la Encíclica del Papa Francisco 

Estas páginas siguen paso a paso el desarrollo de la Encíclica y ayudan a hacerse una primera idea general de su contenido. Los números entre paréntesis se refieren a los párrafos del texto de la Encíclica. En las últimas dos páginas se encuentra el índice completo.

 La Encíclica toma su nombre de la invocación de san Francisco, «Laudato si’, mi’ Signore», que en el Cántico de las creaturas que recuerda que la tierra, nuestra casa común, «es también como una hermana con la que compartimos la existencia, y como una madre bella que nos acoge entre sus brazos » (1). Nosotros mismos «somos tierra (cfr Gn 2,7). Nuestro propio cuerpo está formado por elementos del planeta, su aire nos da el aliento y su agua nos vivifica y restaura» (2).

«Esta hermana protesta por el daño que le hacemos por el uso irresponsable y el abuso de los bienes que Dios ha puesto en ella» (2). Su gemido, unido al de los pobres, interpela nuestra conciencia «a reconocer los pecados contra la creación» (8). El Papa nos lo recuerda retomando las palabras de Bartolomé, Patriarca Ecuménico de Constantinopla: «Que los seres humanos destruyan la diversidad biológica […], contribuyan al cambio climático, […], contaminen las aguas, el suelo, el aire. Todos estos son pecados» (8).

La respuesta adecuada a esta consciencia es la que San Juan Pablo II llamaba «una conversión ecológica global» (5). En este recorrido, San Francisco de Asís «es el ejemplo por excelencia del cuidado de lo que es débil y de una ecología integral, vivida con alegría y autenticidad. […] En él se advierte hasta qué punto son inseparables la preocupación por la naturaleza, la justicia con los pobres, el compromiso con la sociedad y la paz interior.» (10).

La Encíclica Laudato si’ se desarrolla en torno al concepto de ecología integral, como paradigma capaz de articular las relaciones fundamentales de la persona: con Dios, consigo misma, con los demás seres humanos y con la creación. Como explica el Papa mismo en el n. 15, este recorrido inicia (cap. I) por la escucha de la situación a partir de los más recientes conocimientos científicos disponibles hoy, para «dejarnos interpelar en profundidad y dar una base concreta al itinerario ético y espiritual que sigue»: la ciencia es el instrumento privilegiado a través del que podemos escuchar el grito de la tierra.

El siguiente paso (cap. II) retoma la riqueza de la tradición judeo-cristiana, sobre todo los textos bíblicos y la elaboración teológica basada en ellos. El análisis se dirige después (cap. III) «a las raíces de la situación actual, para entender no sólo los síntomas, sino también las causas más profundas».

El objetivo es elaborar las bases de una ecología integral (cap. IV) que, en sus distintas dimensiones, comprenda «el lugar específico que el ser humano ocupa en este mundo y su relaciones con la realidad que lo rodea».

Sobre esta base, el Papa Francisco propone (cap. V) una serie de líneas de renovación de la política internacional, nacional y local, de los procesos de decisión en el ámbito público y de iniciativa privada, de la relación entre política y economía y entre religiones y ciencias, basadas en un diálogo transparente y honesto.

Finalmente, sobre la base de la convicción de que «todo cambio necesita motivaciones y un camino educativo», el cap. VI propone «algunas líneas de maduración humana inspiradas en el tesoro de la experiencia espiritual cristiana». En esta línea, la Encíclica se cierra ofreciendo el texto de dos oraciones, la primera para compartir con los creyentes de otras religiones y la segunda entre los cristianos, retomando la actitud de contemplación orante con la que se iniciaba el texto.

Cada capítulo afronta una temática propia con su método específico, pero a lo largo de la Encíclica hay algunos ejes temáticos que se retoman y enriquecen constantemente: «la íntima relación entre los pobres y la fragilidad del planeta, la convicción de que en el mundo todo está conectado, la crítica al nuevo paradigma y a las formas de poder que derivan de la tecnología, la invitación a buscar otros modos de entender la economía y el progreso, el valor propio de cada criatura, el sentido humano de la ecología, la necesidad de debates sinceros y honestos, la grave responsabilidad de la política internacional y local, la cultura del descarte y la propuesta de un nuevo estilo de vida» (16).

El diálogo que el Papa Francisco propone como método para afrontar y resolver los problemas ambientales, se practica dentro del texto mismo de la Encíclica, que retoma las aportaciones de filósofos y teólogos no sólo católicos, sino también ortodoxos (el citado Patriarca Bartolomé) y protestantes (el francés Paul

Ricoeur), además del místico musulmán Ali Al-Khawas. Sucede lo mismo en la clave de colegialidad que el Papa Francisco propone a la Iglesia desde el inicio de su propio ministerio: junto a las referencias al magisterio de sus predecesores y de otros documentos vaticanos (en p articular del Pontificio Consejo para la Justicia y la Paz), refiere numerosas declaraciones de Conferencias episcopales de todos los continentes.

En el centro del recorrido de la Laudato si’ encontramos este interrogante: “¿Qué tipo de mundo queremos dejar a quienes nos sucedan, a los niños que están creciendo?” (160). El Papa Francisco prosigue: “Esta pregunta no afecta sólo al ambiente de manera aislada, porque no se puede plantear la cuestión de modo fragmentario”, sino que nos lleva a interrogarnos sobre el sentido de la existencia y los valores que fundamentan la vida social: “: ¿Para qué pasamos por este mundo? ¿para qué vinimos a esta vida? ¿para qué trabajamos y luchamos? ¿para qué nos necesita esta tierra? Si no nos planteamos estas preguntas de fondo –dice el Pontífice– no creo que nuestras preocupaciones ecológicas obtengan efectos importantes” (160).

Está claro que después de la Laudato si’, el examen de conciencia –instrumento que la Iglesia ha recomendado siempre para orientar la propia vida a la luz de la relación con el Señor– deberá incluir una nueva dimensión que considere no sólo cómo se ha vivido la comunión con Dios, con los otros y con uno mismo, sino también con todas las creaturas y la naturaleza.

La atención de los medios hacia la Encíclica antes de su publicación se ha concentrado en particular sobre los aspectos ligados a las políticas ambientales de la agenda global que actualmente están en discusión. Ciertamente la Laudato si’ podrá y deberá tener un impacto sobre las importantes y urgentes decisiones que se deben tomar en este campo. Sin embargo, no debe pasar a segundo plano la naturaleza magisterial, pastoral y espiritual del documento, cuyas dimensiones, amplitud y profundidad no deben reducirse al ámbito de la definición de políticas ambientales.

I.   LO QUE LE ESTÁ PASANDO A NUESTRA CASA (17-61)

El capítulo asume los más recientes descubrimientos científicos en materia ambiental como modo para escuchar el grito de la creación, “atrevernos a convertir en sufrimiento personal lo que le pasa al mundo, y así reconocer cuál es la contribución que cada uno puede aportar” (19). Se afrontan así “varios aspectos de la actual crisis ecológica” (15).

  1. Contaminación y cambio climático

Contaminación, basura y cultura del descarte (20-22)

El clima como bien común (23-26)

  1. La cuestión del agua (27-31)
  2. Pérdida de biodiversidad (32-42)
  3. Deterioro de la calidad de la vida humana y decadencia social (43-47)
  4. Inequidad planetaria (48-52)
  5. La debilidad de las reacciones (53-59)
  6. Diversidad de opiniones (60-61)

Contaminación, basura y cultura del descarte: La contaminación afecta cotidianamente la vida de las personas, con graves consecuencias para su salud, al grado de provocar millones de muertes prematuras. (20), y «La tierra, nuestra casa, parece convertirse cada vez más en un inmenso depósito de porquería» (21). El origen de estas dinámicas está en la «cultura del descarte», que deberemos contrarrestar adoptando modelos de producción basados en la reutilización y el reciclaje, disminuyendo el uso de recursos no renovables. Desgraciadamente, «los avances en este sentido son todavía muy escasos» (22).

El cambio climático: es un «problema con graves dimensiones ambientales, sociales, económicas, distributivas y políticas» (25). Conservar el clima, bien común, «plantea uno de los principales desafíos actuales para la humanidad» (25). Los cambios climáticos afectan a poblaciones enteras y están entre las causas de los movimientos migratorios, pero «muchos de aquellos que tienen más recursos y poder económico o político parecen concentrarse sobre todo en enmascarar los problemas o en ocultar los síntomas» (26); al mismo tiempo, «la falta de reacciones ante estos dramas de nuestros hermanos y hermanas es un signo de la pérdida de aquel sentido de responsabilidad por nuestros semejantes sobre el cual se funda toda sociedad civil» (25).

La cuestión del agua: poblaciones enteras, especialmente los niños, enferman y mueren por consumir agua no potable, y las aguas subterráneas están amenazadas por la contaminación que producen industrias y ciudades. El Pontífice afirma sin ambages que «el acceso al agua potable y segura es un derecho humano básico, fundamental y universal, porque determina la sobrevivencia de las personas, y por lo tanto es condición para el ejercicio de los demás derechos humanos» (30). Privar a los pobres del acceso al agua significa «negarles el derecho a la vida radicado en su dignidad inalienable» (30).

La pérdida de la biodiversidad: La extinción de especies animales y vegetales, causada por la humanidad, modifica el ecosistema y no podemos prever las consecuencias en el futuro. «Cada año desaparecen miles de especies vegetales y animales que ya no podremos conocer, que nuestros hijos ya no podrán ver, perdidas para siempre» (33). Las distintas especies no son sólo eventuales “recursos” aprovechables: tienen un valor en sí mismas y no en función del ser humano. «Porque todas las criaturas están conectadas, […] y todos los seres nos necesitamos unos a otros» (42). Por ello es necesario custodiar los lugares que aseguran el equilibrio del ecosistema y por tanto de la vida. Con frecuencia intereses económicos internacionales obstaculizan este cuidado (38).

Calidad de la vida humana y decadencia social. El modelo actual de desarrollo condiciona directamente la calidad de vida de la mayoría de la humanidad, y muestra que «que el crecimiento de los últimos dos siglos no ha significado en todos sus aspectos un verdadero progreso integral» (46). «Muchas ciudades son grandes estructuras ineficientes que gastan energía y agua en exceso» (44), se vuelven así inhóspitas para la salud, y es muy limitado el contacto con la naturaleza a excepción de los espacios reservados para unos pocos privilegiados (45).

Inequidad global: «el deterioro del ambiente y el de la sociedad afectan de un modo especial a los más débiles del planeta» (48), que es la mayor parte de la población mundial. En los debates económico políticos internacionales éstos se consideran simplemente «daños colaterales» (49). Por el contrario,  «un verdadero planteo ecológico se convierte siempre en un planteo social, […] para escuchar tanto el clamor de la tierra como el clamor de los pobres» (49). La solución no es la reducción de la natalidad, sino el abandono del «consumismo extremo y selectivo» de una minoría de la población mundial (50).

La debilidad de las reacciones. Conociendo las profundas divergencias que existen respecto a estas problemáticas, el Papa Francisco se muestra profundamente impresionado por la «debilidad de las reacciones» frente a los dramas de tantas personas y poblaciones. Aunque no faltan ejemplos positivos (58), señala «un cierto adormecimiento y una alegre irresponsabilidad» (59). Faltan una cultura adecuada (53) y la disposición a cambiar de estilo de vida, producción y consumo (59), a la vez que urge «crear un sistema normativo que […] asegure la protección de los ecosistemas» (53).

II.   EL EVANGELIO DE LA CREACIÓN (62)

Para afrontar la problemática ilustrada en el capítulo anterior, el Papa Francisco relee los relatos de la Biblia, ofrece una visión general que proviene de la tradición judeo-cristiana y articula la «tremenda responsabilidad» (90) del ser humano respecto a la creación, el lazo íntimo que existe entre todas las creaturas, y el hecho de que «el ambiente es un bien colectivo, patrimonio de toda la humanidad y responsabilidad de todos» (95).

  1. La luz que ofrece la fe (63-64)
  2. La sabiduría de los relatos bíblicos (65-75)
  3. El misterio del universo (76-83)
  4. El mensaje de cada criatura en la armonía de todo lo creado (84-88)
  5. Una comunión universal (89-92)
  6. Destino común de los bienes (93-95)
  7. La mirada de Jesús (96-100)
  1. La luz que ofrece la fe: la complejidad de la crisis ecológica implica un diálogo multicultural y multidisciplinar que incluya la espiritualidad y la religión. La fe ofrece «grandes motivaciones para el cuidado de la naturaleza y de los hermanos más frágiles» (64); los deberes hacia la creación forman parte de la fe cristiana.
  2. La sabiduría de los relatos bíblicos: en la Biblia, «el Dios que libera y salva es el mismo que creó el universo » y «en Él se conjugan amor y poder» (73). El relato de la creación es central para reflexionar sobre la relación entre el ser humano y las demás creaturas, y sobre cómo el pecado rompe el equilibrio de toda la creación en su conjunto. «Estas narraciones sugieren que la existencia humana se basa en tres relaciones fundamentales estrechamente conectadas: la relación con Dios, con el prójimo y con la tierra. Según la Biblia, las tres relaciones vitales se han roto, no sólo externamente, sino también dentro de nosotros. Esta ruptura es el pecado» (66). La tierra es un don, no una propiedad; nos fue entregada para administrarla, no para destruirla. Por ello debemos respetar las leyes de la naturaleza, ya que toda la creación posee su bondad. Hay que recordar también los Salmos con su invitación a alabar al Creador.
  1. El misterio del universo: «La creación sólo puede ser entendida como un don que surge de la mano abierta del Padre de todos» (76). «De las obras creadas se asciende “hasta su misericordia amorosa”» (77) y la creación camina en Cristo hacia la plenitud de Dios (83). En esta comunión universal el ser humano, dotado de inteligencia e identidad personal, representa «una novedad cualitativa» (81). Es responsable de la creación confiada a su cuidado, y su libertad es un misterio que puede promover su desarrollo o causar su deterioro.
  2. El mensaje de cada creatura en la armonía de todo lo creado: «cada criatura tiene una función y ninguna es superflua. […] todo es ternura de Dios» (84). Con San Juan Pablo II «Podemos decir que “junto a la Revelación propiamente dicha, contenida en la sagrada Escritura, se da una manifestación divina cuando brilla el sol y cuando cae la noche”» (85): en el conjunto del universo y en su complementariedad se expresa la inagotable riqueza de Dios: él es lugar de su presencia y nos invita a la adoración.
  3. Una comunión universal: «creados por el mismo Padre, todos los seres del universo estamos unidos por lazos invisibles y conformamos una especie de familia universal, una sublime comunión que nos mueve a un respeto sagrado, cariñoso y humilde» (89). Esto no significa ni divinizar la tierra, ni negar la preeminencia del ser humano en la creación. Por ello mismo «no puede ser real un sentimiento de íntima unión con los demás seres de la naturaleza si al mismo tiempo en el corazón no hay ternura, compasión y preocupación por los seres humanos» (91).
  4. El destino común de los bienes: «la tierra es esencialmente una herencia común, cuyos frutos deben beneficiar a todos» y quien posee una parte, está llamado a administrarla respetando la «hipoteca social» que pesa sobre cualquier forma de propiedad (93).
  5. La mirada de Jesús: Jesús invitaba «a reconocer la relación paterna que Dios tiene con todas las criaturas» (96) y «vivía en armonía plena con la creación» (98), sin despreciar el cuerpo, la materia o las cosas agradables de la tierra. «El destino de toda la creación pasa por el misterio de Cristo, que está presente desde el origen de todas las cosas» (99) y que, al final de los tiempos, entregará al Padre de todas las cosas. «De ese modo, las criaturas de este mundo ya no se nos presentan como una realidad meramente natural, porque el Resucitado las envuelve misteriosamente y las orienta a un destino de plenitud» (100).

 

III. LA RAÍZ HUMANA DE LA CRISIS ECOLÓGICA (101)

Este capítulo presenta un análisis de la situación actual «de manera que no miremos sólo los síntomas sino también las causas más profundas» (15), en diálogo con la filosofía y las ciencias humanas.

  1. La tecnología: creatividad y poder (102-105)
  2. La globalización del paradigma tecnológico (106-114)
  3. Crisis y consecuencias del antropocentrismo moderno (115-121)

El relativismo práctico (122-123)

La necesidad de defender el trabajo (124-129)

La innovación biológica a partir de la investigación (130-136)

  1. La tecnología: creatividad y poder: es justo apreciar y reconocer los beneficios del progreso tecnológico por su contribución a un desarrollo sostenible. Pero la tecnología da «a quienes tienen el conocimiento, y sobre todo el poder económico para utilizarlo, un dominio impresionante sobre el conjunto de la humanidad y del mundo entero» (104). La humanidad necesita «una ética sólida, una cultura y una espiritualidad» (105).
  2. La globalización del paradigma tecnológico: la mentalidad tecnológica dominante concibe toda la realidad como un objeto ilimitadamente manipulable. Es un reduccionismo que afecta a todas las dimensiones de la vida. La tecnología no es neutral. Adopta «ciertas elecciones acerca de la vida social que se quiere desarrollar» (107). El paradigma tecnocrático domina también la economía y la política; en particular «La economía asume todo desarrollo tecnológico en función del rédito. […] Pero el mercado por sí mismo no garantiza el desarrollo humano integral y la inclusión social» (109). Confiar sólo en la técnica para resolver todos los problemas supone «esconder los verdaderos y más profundos problemas del sistema mundial» (111), visto que «el avance de la ciencia y de la técnica no equivale al avance de la humanidad y de la historia» (113). Es indispensable una «valiente revolución cultural» (114) para recuperar los valores.
  3. Crisis y consecuencias del antropocentrismo moderno: al colocar la razón técnica por encima de la realidad, el antropocentrismo moderno no reconoce la naturaleza como norma y como refugio; pierde así la posibilidad de comprender cuál es el lugar del ser humano en el mundo y su relación con la naturaleza, cuando «la forma correcta de interpretar el concepto del ser humano como señor del universo consiste en entenderlo como administrador responsable» (116). La corrección del antropocentrismo desmesurado no se da pasando a un “biocentrismo” igualmente desviado, sino «una antropología adecuada» (118) que mantenga en primer plano «el valor de las relaciones entre las personas» (119) y la custodia de toda vida humana: «tampoco es compatible la defensa de la naturaleza con la justificación del aborto» (120).
  • El relativismo práctico: es la consecuencia del antropocentrismo desviado: «todo se vuelve irrelevante si no sirve a los propios intereses inmediatos». Esta lógica explica «cómo se alimentan mutuamente diversas actitudes que provocan al mismo tiempo la degradación ambiental y la degradación social. […] Cuando es la cultura la que se corrompe y ya no se reconoce alguna verdad objetiva o unos principios universalmente válidos, las leyes sólo se entenderán como imposiciones arbitrarias y como obstáculos a evitar» (122-123).
  • La necesidad de defender el trabajo: en la ecología integral «es indispensable integrar el valor del trabajo» (124). Todos deben tener acceso a él, porque el trabajo es «parte del sentido de la vida en esta tierra, camino de maduración, de desarrollo humano y de realización personal» (128), y en cambio, «Dejar de invertir en las personas para obtener un mayor rédito inmediato es muy mal negocio para la sociedad» (128). Para que todos puedan beneficiarse realmente de la libertad económica, «a veces puede ser necesario poner límites a quienes tienen mayores recursos y poder financiero» (129).
  • La innovación biológica a partir de la investigación: se refiere principalmente a la cuestión de los organismos genéticamente modificados (OGM), que son «una cuestión de carácter complejo» (135). Si bien «en algunas regiones su utilización ha provocado un crecimiento económico que ayudó a resolver problemas hay dificultades importantes que no deben ser relativizadas» (134), a partir de la «concentración de tierras productivas en manos de pocos» (134). El Papa Francisco piensa en particular en los pequeños productores y trabajadores rurales, en la biodiversidad, la red de ecosistemas. Es, pues, necesario «asegurar una discusión científica y social que sea responsable y amplia, capaz de considerar toda la información disponible y de llamar a las cosas por su nombre» a partir de «líneas de investigación libre e interdisciplinaria» (135).

 

IV.   UNA ECOLOGÍA INTEGRAL (137)

El núcleo de la propuesta de la Encíclica es una ecología integral como nuevo paradigma de justicia, una ecología que «incorpore el lugar peculiar del ser humano en este mundo y sus relaciones con la realidad que lo rodea» (15). Porque no podemos «entender la naturaleza como algo separado de nosotros o como un mero marco de nuestra vida» (139). Esto vale para todo lo que vivimos en los distintos campos: en la economía, la política, en las distintas culturas –especialmente las más amenazadas- y hasta en todo momento de nuestra vida cotidiana.

Hay un vínculo entre cuestiones ambientales y cuestiones sociales y humanas que no puede romperse. «Hoy el análisis de los problemas ambientales es inseparable del análisis de los contextos humanos, familiares, laborales, urbanos, y de la relación de cada persona consigo misma» (141); por lo tanto es «fundamental buscar soluciones integrales que consideren las interacciones de los sistemas naturales entre sí y con los sistemas sociales. No hay dos crisis separadas, una ambiental y otra social, sino una sola y compleja crisis socio-ambiental» (139).

  1. Ecología ambiental, económica y social (138-142)
  2. Ecología cultural (143-146)
  3. Ecología de la vida cotidiana (147-155)
  4. El principio del bien común (156-158)
  5. La justicia entre las generaciones (159-162)
  1. Ecología ambiental, económica y social: todo está conectado. Tiempo y espacio, componentes físicos, químicos y biológicos del planeta forman una red que no terminamos de entender. Los conocimientos fragmentados y aislados deben integrarse en una visión más amplia, que considere «interacción entre los ecosistemas y entre los diversos mundos de referencia social» (141) e invierta también a nivel institucional, porque «la salud de las instituciones de una sociedad tiene consecuencias en el ambiente y en la calidad de vida humana» (142).
  2. Ecología cultural: «la ecología también supone el cuidado de las riquezas culturales de la humanidad en su sentido más amplio» (143). Hace falta integrar la perspectiva de los derechos de los pueblos y de las culturas con el protagonismo de los actores sociales locales a partir de la propia cultura, con una «especial atención a las comunidades aborígenes» (146).
  3. Ecología de la vida cotidiana: la ecología integral incorpora también la vida cotidiana, a la que la Encíclica presta especial atención, en particular a la del ambiente urbano. El ser humano tiene una gran capacidad de adaptación y «es admirable la creatividad y la generosidad de personas y grupos que son capaces de revertir los límites del ambiente […], aprendiendo a orientar su vida en medio del desorden y la precariedad» (148). A pesar de todo, un desarrollo auténtico presupone un mejoramiento integral de la calidad de la vida humana: espacios públicos, vivienda, transporte, etc. (150-154). La dimensión humana de la ecología implica también «la necesaria relación de la vida del ser humano con la ley moral escrita en su propia naturaleza» (155). También «nuestro propio cuerpo nos sitúa en una relación directa con el ambiente y con los demás seres vivientes. La aceptación del propio cuerpo como don de Dios es necesaria para acoger y aceptar el mundo entero como regalo del Padre y casa común, mientras una lógica de dominio sobre el propio cuerpo se transforma en una lógica a veces sutil de dominio» (155).
  4. El principio del bien común: la ecología integral «es inseparable de la noción de bien común» (158); en el mundo contemporáneo, en el que «donde hay tantas inequidades y cada vez son más las personas descartables, privadas de derechos humanos básicos», esforzarse por el bien común significa tomar decisiones solidarias basadas en «una opción preferencial por los más pobres» (158).
  5. La justicia entre las generaciones: el bien común atañe también a las generaciones futuras: «no se puede hablar de desarrollo sostenible sin una solidaridad entre las generaciones» (159), pero sin olvidar a los pobres de hoy, a los que queda poco tiempo en esta tierra y que no pueden seguir esperando.

 

V.   ALGUNAS LÍNEAS DE ORIENTACIÓN Y DE ACCIÓN (163)

Este capítulo afronta la pregunta sobre qué podemos y debemos hacer. Los análisis no bastan: se requieren propuestas «de diálogo y de acción que involucren a cada uno de nosotros y a la política internacional» (15), y «que nos ayuden a salir de la espiral de autodestrucción en la que nos estamos sumergiendo» (163). Para el Papa Francisco es imprescindible que la construcción de caminos concretos no se afronte de manera ideológica, superficial o reduccionista. Para ello es indispensable el diálogo, término presente en el título de cada sección de este capítulo: «Hay discusiones sobre cuestiones relacionadas con el ambiente, donde es difícil alcanzar consensos. […] la Iglesia no pretende definir las cuestiones científicas ni sustituir a la política, pero invito a un debate honesto y transparente, para que las necesidades particulares o las ideologías no afecten al bien común» (188)

  1. El diálogo sobre el ambiente en la política internacional (164-175)
  2. El diálogo hacia nuevas políticas nacionales y locales (176-181)
  3. Favorecer debates sinceros y honestos (182-188)
  4. Política y economía en diálogo para la plenitud humana (189-198) 5. Las religiones en el diálogo con las ciencias (199-201)
  1. El diálogo sobre el ambiente en la política internacional: «La interdependencia nos obliga a pensar en un solo mundo, en un proyecto común», proponiendo soluciones a «partir de una perspectiva global y no sólo en defensa de intereses de algunos países» (164). La Encíclica no teme formular un juicio severo sobre las dinámicas internacionales recientes: «las Cumbres mundiales sobre el ambiente de los últimos años no respondieron a las expectativas porque, por falta de decisión política, no alcanzaron acuerdos ambientales globales realmente significativos y eficaces» (166). Se necesita, por el contrario, como los Pontífices han repetido muchas veces a partir de la Pacem in terris, formas e instrumentos eficaces para una gobernanza global (175): «necesitamos un acuerdo sobre los regímenes de gobernanza global para toda la gama de los llamados “bienes comunes globales”» (174).
  2. El diálogo hacia nuevas políticas nacionales y locales: a nivel local «puede generar una mayor responsabilidad, un fuerte sentido comunitario, una especial capacidad de cuidado y una creatividad más generosa» (179) por la propia tierra. La política y la economía deben salir de la lógica eficientista e inmediatista, centrada sobre el lucro y el éxito electoral a corto plazo.
  3. Favorecer debates sinceros y honestos: Evaluar y analizar las empresas desde el punto de vista ambiental y social es indispensable para no dañar a las poblaciones menos aventajadas (182-188). Es necesario favorecer el desarrollo de procesos decisionales honestos y transparentes para poder “discernir” cuáles son las políticas e iniciativas empresariales que conllevarán un «auténtico desarrollo integral» (185). En particular, el estudio del impacto ambiental de un nuevo proyecto «requiere procesos políticos transparentes y sujetos al diálogo, mientras la corrupción que esconde el verdadero impacto ambiental de un proyecto a cambio de favores suele llevar a acuerdos espurios que evitan informar y debatir ampliamente» (182).
  4. Política y economía en diálogo para la plenitud humana: la crisis global es la ocasión para desarrollar «una nueva economía más atenta a los principios éticos y para una nueva regulación de la actividad financiera parasitaria» (189), también porque «el ambiente es uno de esos bienes que los mecanismos del mercado no son capaces de defender o de promover adecuadamente» (190). Una mirada diversa nos permite darnos cuenta de que «desacelerar un determinado ritmo de producción y de consumo puede dar lugar a otro modo de progreso y desarrollo. Los esfuerzos para un uso sostenible de los recursos naturales no son un gasto inútil, sino una inversión que podrá ofrecer otros beneficios económicos a mediano plazo.» (191). Yendo más lejos, sería necesario «redefinir el progreso» (194), vinculándolo al mejoramiento de la calidad real de la vida de las personas. Al mismo tiempo « no se puede justificar una economía sin política » (196), llamada a asumir un nuevo enfoque integral.
  5. Las religiones en diálogo con las ciencias: las ciencias empíricas no explican completamente la vida, y las soluciones técnicas serán ineficaces «si se olvidan las grandes motivaciones que hacen posible la convivencia, el sacrificio, la bondad» (200), que suelen expresarse con el lenguaje de las religiones. En todo caso habrá que interpelar a los creyentes a ser coherentes con su propia fe y a no contradecirla con sus acciones. Las religiones deben entrar en «un diálogo entre ellas orientado al cuidado de la naturaleza, a la defensa de los pobres, a la construcción de una red de respeto y de fraternidad» (201), así como un diálogo entre las ciencias ayuda a superar el aislamiento disciplinar. «También se vuelve necesario un diálogo abierto y amable entre los diferentes movimientos ecologistas» (201). El camino del diálogo requiere paciencia, ascesis y generosidad.

 

VI.   EDUCACIÓN Y ESPIRITUALIDAD ECOLÓGICA (202)

El último capítulo va al centro de la conversión ecológica a la que invita la Encíclica. Las raíces de la crisis cultural son profundas y no es fácil rediseñar hábitos y comportamientos. La educación y la formación siguen siendo desafíos clave: «todo cambio necesita motivaciones y un camino educativo» (15); esto atañe a todos los ambientes educativos, en primer lugar «la escuela, la familia, los medios de comunicación, la catequesis» (213).

  1. Apostar por otro estilo de vida (203-208)
  2. Educación para la alianza entre humanidad y ambiente (209-215)
  3. La conversión ecológica (216-221)
  4. Gozo y paz (222-227)
  5. Amor civil y político (228-232)
  6. Los signos sacramentales y el descanso celebrativo (233-237)
  7. La Trinidad y la relación entre las criaturas (238-240)
  8. La Reina de todo lo creado (241-242)
  9. Más allá del sol (243-246)
  1. Apostar por otro estilo de vida: a pesar del relativismo práctico y de la cultura consumista, «no todo está perdido, porque los seres humanos, capaces de degradarse hasta el extremo, también pueden sobreponerse, volver a optar por el bien y regenerarse, más allá de todos los condicionamientos mentales y sociales que les impongan […] No hay sistemas que anulen por completo la apertura al bien, a la verdad y a la belleza, ni la capacidad de reacción que Dios sigue alentando desde lo profundo de los corazones humanos. A cada persona de este mundo le pido que no olvide esa dignidad suya que nadie tiene derecho a quitarle» (205).

Cambiar de estilo de vida y opciones de consumo puede ejercer «presión sobre quien detenta el poder político, económico y social» (206). «Cuando somos capaces de superar el individualismo, realmente se puede desarrollar un estilo de vida alternativo y se vuelve posible un cambio importante en la sociedad» (208).

  1. Educar en la alianza entre humanidad y ambiente: no minusvaloremos la importancia de la educación ambiental, capaz de transformar gestos y hábitos cotidianos, desde la reducción en el consumo de agua a la separación de residuos o el «apagar las luces innecesarias» (211).
  2. La conversión ecológica: la fe y la espiritualidad cristianas ofrecen profundas motivaciones para «para alimentar una pasión por el cuidado del mundo», siguiendo el modelo de san Francisco de Asís y sabiendo que el cambio individual no basta. «A problemas sociales se responde con redes comunitarias, no con la mera suma de bienes individuales» (219). La conversión ecológica implica gratitud y gratuidad, y desarrolla la creatividad y el entusiasmo. (220).
  3. Gozo y paz: vuelve la línea propuesta en la Evangelii gaudium: « “La sobriedad, que se vive con libertad y conciencia, es liberadora”» (223), así como «La felicidad requiere saber limitar algunas necesidades que nos atontan, quedando así disponibles para las múltiples posibilidades que ofrece la vida» (223). «Una expresión de esta actitud es detenerse y dar gracias a Dios antes y después de las comidas» (227).
  4. Amor civil y político: «Una ecología integral también está hecha de simples gestos cotidianos donde rompemos la lógica de la violencia, del aprovechamiento, del egoísmo» (230), así como existe una dimensión civil y política del amor: «El amor a la sociedad y el compromiso por el bien común son una forma excelente de la caridad» (231). Florecen en la sociedad innumerables asociaciones que intervienen en favor del bien común y preservando el ambiente natural y urbano.
  5. Los signos sacramentales y el descanso celebrativo: encontramos a Dios no sólo en la intimidad, sino también contemplando la creación, que es un signo de su misterio. Los Sacramentos muestran de manera privilegiada cómo la naturaleza ha sido asumida por Dios. El cristianismo no rechaza la materia y la corporeidad, sino que las valora plenamente. En particular la Eucaristía «La Eucaristía une el cielo y la tierra, abraza y penetra todo lo creado. […]Por eso, la Eucaristía es también fuente de luz y de motivación para nuestras preocupaciones por el ambiente, y nos orienta a ser custodios de todo lo creado» (236).
  6. La Trinidad y la relación entre las criaturas: «Para los cristianos, creer en un solo Dios que es comunión trinitaria lleva a pensar que toda la realidad contiene en su seno una marca propiamente trinitaria» (239). También la persona humana está llamada a asumir el dinamismo trinitario, saliendo de sí «para vivir en comunión con Dios, con los otros y con todas las criaturas» (240).
  7. La Reina de todo lo creado: María, que cuidó a Jesús, ahora vive con Él y es Madre y Reina de todo lo creado: «todas las criaturas cantan su belleza» (241). Junto a ella, José aparece en el Evangelio como el hombre justo y trabajador, lleno de la ternura que es propia de los realmente fuertes. Ambos pueden enseñarnos y motivarnos a proteger este mundo que Dios nos ha entregado.
  8. Más allá del sol: Al final nos encontraremos frente a la infinita belleza de Dios: «La vida eterna será un asombro compartido, donde cada criatura, luminosamente transformada, ocupará su lugar y tendrá algo para aportar a los pobres definitivamente liberados» (243). Nuestras luchas y nuestra preocupación por este planeta no nos quitan el gozo de la esperanza, porque «En el corazón de este mundo sigue presente el Señor de la vida que nos ama tanto» (245) y su amor siempre nos lleva a encontrar nuevos caminos. Laudato si’.

Oración por nuestra tierra

Dios omnipotente,
que estás presente en todo el universo
y en la más pequeña de tus criaturas,
Tú, que rodeas con tu ternura todo lo que existe,
derrama en nosotros la fuerza de tu amor
para que cuidemos la vida y la belleza.
Inúndanos de paz, para que vivamos como hermanos y hermanas
sin dañar a nadie.
Dios de los pobres,
ayúdanos a rescatar
a los abandonados y olvidados de esta tierra
que tanto valen a tus ojos.
Sana nuestras vidas,
para que seamos protectores del mundo
y no depredadores,
para que sembremos hermosura
y no contaminación y destrucción.
Toca los corazones
de los que buscan sólo beneficios
a costa de los pobres y de la tierra.
Enséñanos a descubrir el valor de cada cosa,
a contemplar admirados,
a reconocer que estamos profundamente unidos
con todas las criaturas
en nuestro camino hacia tu luz infinita.
Gracias porque estás con nosotros todos los días.
Aliéntanos, por favor, en nuestra lucha
por la justicia, el amor y la paz.

Oración cristiana con la creación

Te alabamos, Padre, con todas tus criaturas,
que salieron de tu mano poderosa.
Son tuyas,
y están llenas de tu presencia y de tu ternura.
Alabado seas.

Hijo de Dios, Jesús,
por ti fueron creadas todas las cosas.
Te formaste en el seno materno de María,
te hiciste parte de esta tierra,
y miraste este mundo con ojos humanos.
Hoy estás vivo en cada criatura
con tu gloria de resucitado.
Alabado seas.

Espíritu Santo, que con tu luz
orientas este mundo hacia el amor del Padre
y acompañas el gemido de la creación,
tú vives también en nuestros corazones
para impulsarnos al bien.
Alabado seas.

Señor Uno y Trino,
comunidad preciosa de amor infinito,
enséñanos a contemplarte
en la belleza del universo,
donde todo nos habla de ti.
Despierta nuestra alabanza y nuestra gratitud
por cada ser que has creado.
Danos la gracia de sentirnos íntimamente unidos
con todo lo que existe.

Dios de amor,
muéstranos nuestro lugar en este mundo
como instrumentos de tu cariño
por todos los seres de esta tierra,
porque ninguno de ellos está olvidado ante ti.
Ilumina a los dueños del poder y del dinero
para que se guarden del pecado de la indiferencia,
amen el bien común, promuevan a los débiles,
y cuiden este mundo que habitamos.
Los pobres y la tierra están clamando:
Señor, tómanos a nosotros con tu poder y tu luz,
para proteger toda vida,
para preparar un futuro mejor,
para que venga tu Reino
de justicia, de paz, de amor y de hermosura.
Alabado seas.
Amén.

Papa Francisco

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