Cortesía: El Universal.
HYLENNE GUZMÁN ANAYA

La unidad es quizá el valor humano más buscado hoy día en los territorios del país, y es uno de los dones que más caracteriza al nuevo arzobispo de la Arquidiócesis de Cartagena, monseñor Francisco Javier Múnera Correa.

Su posesión se dio ayer en la mañana, en la Catedral Santa Catalina de Alejandría, con la presencia del nuncio apostólico, monseñor Luis Mariano Sotomayor, vicarios, sacerdotes de la Arquidiócesis y familiares.

“Él ha sido una bendición de Dios en la familia, cuando iba a comenzar su vida sacerdotal le pidieron que ingresara a otro lugar para ayudar a su padre, que era campesino. Sin embargo, se formó en el seminario de misioneros y ahora es quien más nos ayuda”, expresó con alegría su madre, Margarita Correa Mejía, mientras caminaban a compartir con sus hermanos y tíos.

Ese valor que se aprecia en su familia paisa o a “la tropa”, como él mismo la llama, se infundió desde niño y es el que transmitirá en Cartagena y Bolívar.

“El primer paso que daré será el acercamiento, a los sacerdotes, a los religiosos y religiosas, a los laicos y las comunidades para conocerlos a fondo y así trabajar por esa misión permanente”, mencionó con satisfacción Múnera Correa.

Vocación «a primera vista»

Monseñor Francisco Javier creció en un hogar de profunda fe, humilde y sencillo, bajo los principios de la fe cristiana católica. No es sorpresa que varios familiares también sintieran ese llamado de Dios.

Desde muy niño sintió el deseo de ser misionero y de traspasar fronteras, fue así como en 1974, tras una experiencia espiritual en su último año de bachillerato, se enamoró de la comunidad de la Consolata.

“Esa llamita está encendida desde niños, se sembró en esa primera infancia. Fue definitivo en un retiro espiritual que tuve, sentí ese llamado especial a la vocación sacerdotal y conocí a esta comunidad italiana, fue un amor a primera vista y se quedó para siempre”, dijo emocionado el arzobispo.

Ese enamoramiento comenzó por el trabajo que realizaban los misioneros en África y en el Caquetá, tierras que años después pisaría cumpliendo con la misión evangelizadora.

África, sus comienzos

“Hoy (ayer) recordé esos momentos en el desierto en el norte de Kenia, con tribus nómadas. Fue una experiencia hermosa en mis primeros años de sacerdocio. Es otro mundo cultural, lingüístico, era como si estuviera en contacto con pueblos del antiguo testamento. Se aprende en humanidad, de los pobres y de cultura con profunda espiritualidad”, contó monseñor.

Para él esta experiencia es relevante para el país, porque en esas comunidades prevalece el respeto a los ancianos como portadores de sabiduría, y que aquí se ha perdido.

“Tienen una fuerza preciosa el grupo, la familia, la tribu, son vínculos muy fuertes, de solidaridad. El riesgo es que puede quedarse encerrada en el trivialismo, sin embargo los ancianos tienen un peso extraordinario. El papa Francisco habla de eso, de que no se pierda la conexión intergeneracional”, destacó.

De la Amazonía a la Costa Caribe

Caquetá y Putumayo lo acogieron por 22 años, zonas donde convergen distintas culturas y donde el Estado no tiene casi presencia. Esta fue el epicentro del conflicto armado en el país.

La presencia de la iglesia en estas zonas, de la cual él fue parte, se resalta por el apoyo a la educación, con modelos contratados a través del Estado y administrados por la diócesis. Hoy deja una diócesis autosostenible, con varios sacerdotes formados y, además, la Amazonía ya cuenta con tres jurisdicciones eclesiales.

“El pueblo es el que te hace pastor, y eso es lo que tengo de la Amazonía. Allí lo lindo es que los pueblos ancestrales, que desafortunadamente en muchos momentos han sido arrinconados, han recuperado esa dignidad de los pueblos originarios, la colonización fue muy fuerte y tal vez agresiva contra ellos y la naturaleza, porque se devastaron por la ganadería extensiva y a causa de los cultivos ilícitos de la coca. El Caquetá es un territorio que se ha hecho a pulso, con influencia andina, pero a pulso”, describió monseñor.

Los componentes agricultura y cocaleros fueron devastadores para estos territorios, sin embargo, monseñor Francisco Javier destaca su resiliencia y resistencia pese al conflicto, que no se ha rendido.

Reconciliación, la apuesta en Cartagena

El nuevo arzobispo de Cartagena tiene sed de conocimiento, sed de descubrir la riqueza cultural de la ciudad y el departamento. Por eso anhela acercarse a todas las comunidades para ayudarlas, que todas se apropien de su identidad y riquezas para llevarlas a los dones eclesiales.

“Eso es lo lindo de la iglesia católica, que te abre a todos los espacios y nos permite apropiarnos de las identidades, nos abrimos a la riqueza, no permitamos la unanimidad”, destacó monseñor.

También recordó la frase de San Agustín que dice que “en lo esencial, la unidad; en lo opinable, la libertad; y en todo la caridad”, para que se construya la catolicidad bajo esos parámetros.

“Dios nos dio cabezas distintas, podemos pensar distinto. La Costa tiene un mestizaje hermoso, una grandiosa literatura que poco a poco descubriré”, puntualizó.

Un plan hasta el 2026

Por su parte, monseñor Jorge Enrique Jiménez Carvajal, su predecesor, quien dejó construido el Plan Arquidiocesano hasta 2026, aseguró que la formación de los feligreses es clave para todo el trabajo que realizará Múnera Correa.

Finalmente, un gran nuevo reto que se deja es la reconciliación en la ciudad, los jóvenes, los niños, la Alcaldía, pues considera que Cartagena tiene que sanar muchas rupturas en cada una de estas dimensiones.