Puedes hacer este estribillo después de cada una de las Siete Palabras

Apreciados hermanos y hermanas, muy buenos días.

La Cruz es la Cátedra de Jesús. Desde ella nos enseña y nos muestra un “nuevo modo de vivir”. El amor tiene que ser el motor de la existencia humana. Y el amor va de la mano siempre con la entrega total de nuestra vida al servicio de los crucificados de este mundo; los que han perdido la esperanza; los humillados; los “descartados” de la sociedad; los que han perdido la esperanza de salvación. La Cátedra de Jesús y sus enseñanzas son sabiduría para vivir. Por eso Pablo, en la Carta a los Filipenses (2, 5-11), nos dice que la Cruz nos ayuda a vivir con los “mismos sentimientos que tuvo Cristo Jesús”. Esto significa vida cristiana.

Mi invitación en este día es, a que descubramos las enseñanzas que brotan de las siete Palabras que pronunció Jesús en la Cruz, en el momento supremo de su vida. Son orientadoras pero requieren una gran generosidad en nuestra vida; tenemos que sacar totalmente el egoísmo de nuestro corazón y tenemos que adoptar como modelo de vida, “el modo de vida” de Jesús. Sin duda ésta es una propuesta fascinante. Los invito a que nos demos la oportunidad de estudiarla en este día de Viernes Santo.

1. Llegados al lugar llamado Calvario, le crucificaron allí a Él y a los malhechores, uno a la derecha y otro a la izquierda. Jesús decía: “Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen” (Lc 23, 34).

El momento de la crucifixión es inolvidable. Mientras los soldados lo van clavando en el madero, Jesús dice: “Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen”. Así ha vivido siempre: ofreciendo a los pecadores el perdón del Padre, sin que se lo merezcan. Según San Lucas, Jesús muere pidiendo al Padre que siga bendiciendo a los que lo crucifican, que siga ofreciendo su amor, su perdón y su paz a todos, incluso a quienes lo están matando.

2. Uno de los malhechores colgados le insultaba: “¿No eres tú el Cristo? Pues ¡sálvate a ti y a nosotros!”. Pero el otro le respondió diciendo: “¿Es que no temes a Dios, tú que sufres la misma condena? Y nosotros con razón, porque nos lo hemos merecido con nuestros hechos; en cambio, este nada malo ha hecho”. Y decía: “Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu Reino”. Jesús le dijo: “Yo te aseguro: hoy estarás conmigo en el Paraíso” (Lc 23, 43).

Faltan pocas horas para el final. Desde la Cruz, solo se escuchan los insultos de algunos y los gritos de dolor de los ajusticiados. De pronto, uno de ellos se dirige a Jesús: “acuérdate de mí”. Su respuesta es inmediata: “te lo aseguro, hoy estarás conmigo en el Paraíso”. Jesús siempre hace lo mismo: quitar miedos, infundir confianza en Dios, contagiar esperanza. Así lo sigue hasta el final.

3. Junto a la Cruz de Jesús estaban su Madre y la hermana de su madre, María, mujer de Cleofás, y María Magdalena. Jesús, viendo a su Madre y, junto a ella, al discípulo a quien amaba, dice a su Madre: “Mujer, ahí tienes a tu hijo”. Luego dice al discípulo: “Ahí tienes a tu madre”. “Y desde aquella hora el discípulo la acogió en su casa” (Jn 19, 26-27).

En el centro de los acontecimientos que sucedieron en el Calvario, Jesús anuncia el nacimiento de la nueva familia; su Reino es una unión familiar; sus discípulos van a tener el mismo Padre y la misma Madre que Él, siendo plenamente hermanos y hermanas entre sí. El discípulo acogió a María en su casa. Todo cristiano está llamado a acoger a María como Madre en su corazón.

4. Y alrededor de la hora nona clamó Jesús con fuerte voz: “¡Elí, Elí! ¿lemá sabactaní?”, esto es: “¡Dios mío, Dios mío! ¿Por qué me has abandonado?”. Al oírlo algunos de los que estaban allí decían: “A Elías llama éste”. Y enseguida uno de ellos fue corriendo a tomar una esponja, la empapó en vinagre y, sujetándola a una caña, le ofrecía de beber. Pero los otros dijeron: “Deja, vamos a ver si viene Elías a salvarle” (Mt 27, 46-49; Mc 15, 34-37).

Según el relato evangélico, los que pasaban ante Jesús crucificado se burlaban de Él, y riéndose de su sufrimiento le hacían sugerencias sarcásticas: si eres hijo de Dios, “sálvate a ti mismo” y “bájate de la Cruz”.

Jesús no responde a la provocación de los que se burlan de Él. No pronuncia palabra alguna. Su respuesta es el silencio, un silencio que es respeto a quienes lo desprecian y, sobre todo, compasión y amor. Jesús sólo rompe su silencio para dirigirse a Dios con un grito desgarrador: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?” No pide que lo salve bajándolo de la Cruz. Sólo que no se oculte ni lo abandone en este momento de muerte y sufrimiento extremo y Dios, su Padre, permanece en silencio.

Jesús, no te bajes de la Cruz, pues, si no te sentimos “crucificado” junto a nosotros, nos veremos más perdidos.

5. Después de esto, sabiendo Jesús que ya todo estaba cumplido, para que se cumpliera la Escritura, dice: “Tengo sed” (Jn 19, 28).

Jesús ha mostrado toda su humanidad al suplicar un poco de agua, como cualquier agonizante. ¿Pero no hablaba también de otra sed? ¿Sed de amor, sed de comprensión, sed de salvación…? ¿No es ésta la sed de justicia a la que Él mismo aludió en las Bienaventuranzas? (Mt.5, 6). En cierto modo, sí. Jesús experimenta en estos momentos, dentro de su corazón cansado, el drama de ver su oferta de salvación despreciada, de saber de antemano que, para muchos, todo este dolor sería inútil. Él, sin darse cuenta de que, el que ahora pide un poco de agua es para todos “la fuente de agua viva que salta hasta la vida eterna”

6. Cuando tomó Jesús el vinagre, dijo: “Todo está cumplido” (Jn 19, 30).

Estas palabras no son las de un hombre acabado. No son las palabras de quien tenía ganas de llegar al final. Son el grito triunfante del vencedor.

Estas palabras manifiestan la conciencia de haber cumplido hasta el final la obra para la que fue enviado al mundo: dar la vida por la salvación de todos los hombres.

Jesús ha cumplido todo lo que debía hacer. Vino a la tierra para cumplir la voluntad de su Padre. Y la ha realizado hasta el final.

7. Jesús, dando un fuerte grito, dijo “Padre, en tus manos encomiendo mi Espíritu”. Y dicho esto, expiró (Lc 23, 46).

El Espíritu es el puente que salva la distancia entre el Jesús muerto y resucitado. La primera acción pascual de Jesús será entregar de nuevo su Espíritu a los suyos (Jn 20, 22). La comunidad y el Reino de Jesús, más que por reglas y leyes, van a ser guiada por el Espíritu de Jesús, el Espíritu de la verdad.

Jesús, desde su muerte en la Cruz, continúa utilizando esa Cruz como Cátedra de enseñanza; escuchémoslo. Será muy importante para descubrir el “nuevo modo de vivir”, que nos está promoviendo cuando salgamos del “encierro”. Él que nos ha acompañado en toda esta etapa de sufrimiento y de dolor, nos ayudará a soñar “los nuevos cielos y la nueva tierra” donde habite la justicia.  Los invito a que nos mantengamos asiduos a la Palabra del mejor de los Maestros. Él nos ayudará a concretar un mundo nuevo, animado por la Esperanza que produce vida plena para todos.

Apreciados hermanos y hermanas, los invito a participar con la alegría y esperanza en la Cátedra de la Cruz. Las enseñanzas de Jesús, nos abrirán el camino para salir del “encierro”, de la “cuarentena” con un proyecto nuevo de vida.

Los recuerdo a todos con cariño. “Su Cruz, nos hace ver la luz”.

Su obispo, +Jorge Enrique Jiménez Carvajal, arzobispo de Cartagena.

Cartagena, Viernes Santo en Familia, 10 de abril 2020