Apreciados Hermanos y Hermanas, muy buenos días.

Hoy es Jueves Santo. Día muy importante en la Semana Santa en  Familia. Cuántos recuerdos  de aquella primera Semana Santa en Jerusalén. Hoy muy vivos. El mandamiento del amor: cambió “la manera de vivir”, de los hombres y de las mujeres, para siempre. Ámense! Y nos enseñó cómo hacerlo: “a la manera de Jesús”. Hasta ser capaz de dar la vida por los que amamos. 2.000 años y sigue vigente, tal cual. Y ojo a esto que les comparto: vivir el amor de Jesús, será la fórmula para salir fortalecidos de esta Pandemia.

Otro recuerdo imborrable: la institución de la Eucaristía. “Tomen y coman…”, “tomen y beban”… Y que nunca falte este alimento a ningún Discípulo de Jesús. Para  que nadie desfallezca.  Ni nadie se sienta solo ni abandonado. “Yo estaré con ustedes hasta el fin de los tiempos”. Que nunca dejen “de partir el pan”, ni de compartir todo, también los bienes nos decían las primeras comunidades cristianas. La Eucaristía es el alimento para que nunca olvidemos que somos hermanos. Y para que en nuestro amor “los primeros sean los más pobres”. Ah! Y me reconocerán al partir el pan. Ahí siempre yo estoy en medio de ustedes, dándoles ánimo y recordándoles que son hermanos. Su Cuerpo y su Sangre son viático, es decir alimento para que los acompañe en el caminar, ya que esa es nuestra vida. Y el caminar de la vida es largo y tiene tantas sorpresas, como la que vivimos actualmente. Pero, ánimo “coman mi Cuerpo y beban mi Sangre” y tendrán vida aquí y también vida eterna. La Eucaristía es primicia de vida eterna, nos da seguridad total.

Otro recuerdo imborrable: “Y hagan esto en memoria mía”. Y para ello “llamó a los que Él quiso para que vivieran con Él… y los envió para anunciar el Evangelio… y para dar siempre Buenas Noticias… y para dar esperanza…Y para curar a los enfermos…y para luchar contra todo mal y contra el espíritu del mal”. Y desde entonces tenemos sacerdotes en nuestras comunidades. Y no nos sentimos solos. Tenemos pastores y ellos nos comparten el Proyecto de Jesús y nos orientan para que no equivoquemos el camino. Y nos levantan cuando caemos por nuestra fragilidad y “nos perdonan en su nombre”. Y con la Palabra nos muestran el camino cierto y nos enseñan “una nueva manera de vivir”. También, nos abren los inmensos misterios del amor de Dios nuestro Padre, que nos ha amado desde el vientre materno y en todos los momentos de nuestra vida, y siempre nos dan ánimo, particularmente en “tiempos difíciles” y “llenos de incertidumbre”, cuando la Pandemia arrecia y las tormentas nos amenazan y parece que  vamos a zozobrar y que éste ya es el final.

Ah! Y Él mismo llama a los que quiere y les da generosidad para que respondan y los invita a un “seminario” para que se entrenen y para que aprendan a orar con total fe en Él y a vivir en común y para que profundicen en el “Proyecto de Dios”. Y el mismo igualmente los envía, porque su proyecto es “en salida” y deben estar prontos a llegar a todos, pero principalmente a los más pobres, a los que sufren, a los hambrientos, a los que han perdido la Esperanza en la vida, a los que han equivocado su camino y a todos los que la sociedad “descarta”.

¡Ser sacerdote es una dicha! Nunca sabremos cómo dar gracias a Dios por tan grande don. Y siempre inmerecido! Y a nosotros que somos pecadores. En el sacerdocio, como nos lo repite la Iglesia con frecuencia: todo es gracia! La elección, la posibilidad de ir entregando toda nuestra vida, la perseverancia, el perdón de nuestras infidelidades, “nuestras traiciones” y hasta lograr superar nuestras hipocresías  y hasta nuestra doble vida. Yo creo que si hay una vida que a diario Dios llena de su gracia y de su perdón es la nuestra. Por eso en un día como hoy agradecemos a quienes nos acompañan a dar gracias. Gracias Señor, no somos dignos. Y hoy te queremos decir de todo corazón: estamos en tus manos, ayúdanos.

También hoy es un día para purificar nuestra respuesta al llamamiento. Yo creo que nunca en la historia de la Iglesia habíamos tenido un Papa que de manera tan concreta nos invite a ser fieles. Me permito recordar algunas situaciones.

Una que no se cansa de repetirnos es  a que seamos “cercanos” a nuestros fieles. Como el Papa logra serlo con todos. Nuestros fieles nos lo piden a diario. Que los acompañemos en todas. En sus sufrimientos, en sus fragilidades, en sus enfermedades, en sus traiciones, en sus fracasos y también en las buenas, en sus alegrías, en sus bodas, en sus logros, en sus triunfos. Y particularmente en los servicios que ellos dan a las parroquias y en las iniciativas que ellos mismos nos proponen para ayudar a los pobres. Queridos hermanos sacerdotes esto nos requiere entregar las 24 horas. Todo le pertenece a nuestra vocación. Si alguien sufre y si alguien se alegra.

Y nuestros fieles, aunque lo disimulan, les duele que seamos “regañones”. Se resienten. Y desearían que nuestras homilías sean siempre para ayudarnos a entender la Palabra de Dios y no para otras cosas.

Y nuestros fieles también son infinitos en perdonar nuestros pecados. Pero les duelen nuestras hipocresías y nuestra doble vida. Queridos fieles, oren por nosotros, para que nuestra fidelidad al ministerio sea total. Muchas cosas tendrán que cambiar en nuestra vida y Papa Dios nos ayudará.

Y es muy importante que apoyemos la generosidad de los laicos, que entregan a la Iglesia su tiempo y su entusiasmo. Queridos Sacerdotes, apoyemos con entusiasmo y alegría las Comunidades Juveniles, los jóvenes nunca lo olvidarán. Y apoyemos las Pequeñas Comunidades Eclesiales, que brotan un poco por todas partes en la Arquidiócesis. Y que están alimentadas por la Misión Permanente. Ellas, lideradas por los laicos, nos están dando esperanza de cambio en nuestra Iglesia Arquidiocesana. Y apoyemos con especial cariño a las familias, nos necesitan para superar tantos “momentos difíciles” por las que atraviesan. Siempre reclaman nuestro consejo y cercanía. Y no olvidemos a los niños, son los más débiles y quienes más necesitan de nuestro cuidado.

Queridos hermanos sacerdotes, reciban mis palabras con humildad. Solamente he querido ayudarlos. Esa es la esencia de mi ministerio. Perdonen que en tantas ocasiones les he fallado. Y que me ha faltado audacia para anunciar el Evangelio de Jesús y también, para liderar todos los cambios que a nivel de cada uno de los que formamos la Familia Presbiteral, tienen que darse al interior de cada persona. Y también, los cambios que deben darse a nivel de las estructuras de nuestra Iglesia.

Queridos laicos, oren por nosotros. Y perdonen nuestros pecados. Gracias por su apoyo, por su compañía, por su simpatía, por su entrega, para que nuestra Iglesia sea lo que Jesús soñó: siempre cercana, en salida, y siempre para dar Esperanza, especialmente a los más pobres.

Queridos sacerdotes, les debo mucho. Y todos: oren por mí. Y perdónenme.

Su obispo, +Jorge Enrique Jiménez Carvajal.

Cartagena, 9 de abril, Jueves Santo del 2020.