Apreciados hermanos y hermanas: muy buenos días!

Hoy es Sábado Santo. Sábado de Gloria, Sábado de Vigilia Pascual. Todo el día de hoy lo viviremos como preparación a una noche inolvidable, en la que nos van a invitar, en primer lugar la familia con la cual hemos vivido “el encierro” y en connivencia con las redes sociales y los medios de comunicación: levántate y canta: ¡Jesús es nuestra esperanza!; levántate y canta: ¡Resucitó, Aleluya! ¡Está vivo!

La Resurrección de Jesús no es una celebración de un acontecimiento del pasado que, cada año que transcurre, queda un poco más lejos de nosotros. Los discípulos de Jesús, celebramos hoy al Resucitado que vive ahora llenando de vida la historia de los hombres y de las mujeres.

Creer en Cristo Resucitado es saber escuchar hoy desde lo más hondo de nuestro ser estas palabras: “no tengan miedo, soy yo, el que vive. Estuve muerto, pero ahora estoy vivo por los siglos de los siglos”. (Apocalipsis 1, 17-18)

Celebrar la Pascua de Jesús es entender la vida de manera diferente. Intuir con gozo que el Resucitado está ahí, en medio de nuestras pobres cosas, sosteniendo para siempre todo lo bueno, lo bello, lo limpio que florece en nosotros como promesa de infinito, y que, sin embargo, se disuelve y muere sin haber llegado a su plenitud.

Él está en nuestras lágrimas y penas, como consuelo permanente y misterioso. Él está en nuestros fracasos e impotencias, como fuerza segura que nos defiende. Está en nuestro “encierro”. Está en nuestras depresiones acompañando en silencio nuestra soledad y nuestra tristeza.

Él está en nuestros pecados como misericordia, que nos soporta con paciencia infinita, y nos comprende y acoge hasta el final. Está incluso en nuestra muerte, como vida que triunfa cuando parece extinguirse.

Ningún ser humano está solo. Nadie vive olvidado. Ninguna queja cae en el vacío. Ningún grito deja de ser escuchado. El Resucitado está con nosotros y en nosotros para siempre.

Felices los que dejan penetrar en su corazón las Palabras de Cristo: “tengan paz en mí. En el mundo tendrán tribulaciones, pero, ánimo, yo he vencido al mundo”. (Juan 16, 33)

Los relatos evangélicos lo repiten una y otra vez. Encontrarse con el Resucitado es una experiencia que no se puede callar. Quien ha experimentado a Jesús lleno de vida, siente necesidad de contarlo a otros. Contagia lo que vive. No se queda mudo. Se convierte en testigo.

Los discípulos de Emaús “contaban lo que les había acontecido en el camino y como le habían reconocido al partir el Pan”. María Magdalena dejó de abrazar a Jesús, se fue donde los demás discípulos y les dijo: “he visto al Señor”. Los once escuchan invariablemente la misma llamada: “ustedes son testigos de estas cosas”; “como el Padre me envío, así los envío yo”.

La fuerza decisiva que posee el cristianismo para comunicar la buena noticia que se encierra en Jesús son los testigos. Estos creyentes que pueden hablar en primera persona. Los que pueden decir: “esto es lo que me hace vivir a mí en estos momentos”. Pablo de Tarso lo decía a su manera: “ya no vivo yo, es Cristo quien vive en mí”.

El testigo comunica su propia experiencia. No cree teóricamente cosas sobre Jesús; cree en él porque lo sienten lleno de vida. No solo afirma que la Salvación del hombre está en Cristo; el mismo se siente sostenido, fortalecido y salvado por Él. En Jesús vive algo que es decisivo en su vida, algo inconfundible que no encuentra en otra parte.

Su unión con Jesús resucitado, no es una ilusión: es algo real que está transformando poco a poco su manera de ser. Es una experiencia concreta que motiva e impulsa su vida. Algo preciso, concreto y vital.

El testigo comunica lo que vive. Habla de lo que le ha pasado a él en el camino. Dice lo que ha visto cuando se le han abierto los ojos. Ofrece su experiencia, no su sabiduría. Irradia y contagia vida, no doctrina. Hace discípulos de Jesús.

El mundo de hoy no necesita más palabras, teorías y discursos. Necesita más vida, esperanza y amor. Hacen falta los testigos de la esperanza en medio de la pandemia y del “encierro”. Los discípulos de Jesús nos pueden enseñar a vivir de otra manera, porque ellos mismo están aprendiendo a vivir de Jesús.

Apreciados hermanos y hermanas, afinemos nuestras voces para cantar esta noche; “Levante y canta: Jesús es nuestra Esperanza”. “Él vive, Resucitó, ¡Aleluya!”.

En este día los pienso a todos ustedes, el rebaño que el Señor Jesús ha puesto a mi cuidado. A Él le pido muchas bendiciones para todos y cada uno de ustedes. Como les he repetido varias veces en estos días: pongámonos intensos en nuestra oración. Levantemos nuestras manos ante Dios nuestro Padre. Y con todo nuestro corazón digámosle: ¡ten compasión de tu pueblo! Ven en nuestra ayuda. Tu hijo Jesús es nuestra Esperanza. Y a Él acudimos para que presente ante ti, Padre, nuestras súplicas.

Una cita muy importante para las 7:00 p.m. de hoy Sábado Santo. Quienes tengan la posibilidad, los invito a que nos encontremos por estas redes sociales: Facebook y YouTube de la Arquidiócesis de Cartagena, en la Transmisión en Vivo de la Vigilia Pascual.

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Los recuerdo con cariño, oren por mí.

Su obispo, +Jorge Enrique Jiménez Carvajal
Arzobispo de Cartagena.

11 de abril.