Una señora me dijo: “Padre Rafa, ¿por qué ustedes, los sacerdotes, no se atreven a invitar a los jóvenes a seguir sus pasos? Yo, fuera de base, atiné a responderle con otra pregunta: ¿por qué a ustedes les causa tanta tristeza la sola idea de que uno de sus hijos pueda ser sacerdote? Sé que mi respuesta, aunque también muy real, no satisfizo a la señora.

Igualmente creo que son dos preguntas abiertas en el seno de la pastoral vocacional que la Iglesia deberá responder. Pero es bueno empezar acogiendo el llamado de la señora. Qué podría decirle yo, sacerdote, a ese joven que se pregunta: ¿Vale la pena ser cura y para qué? Yo los entusiasmaría a ser sacerdotes para que escuchen los interrogantes y miedos de tantos hombres y mujeres que abandonaron a un Dios en el que ya no podían creer y necesitan que alguien los acompañe a buscar el verdadero rostro misericordioso de Jesús. Les diría que se hicieran curas porque urge sembrar esperanzas en tantas personas sin horizonte en la vida.

Están llenas de cosas pero tienen el alma triste y vacía. No saben qué sentido dar a sus vidas. Los exhortaría a dar ese paso decisivo para que contribuyan a que la gente de Cartagena, el Canal del Dique y los Montes de María no escuchen solo a los políticos, a Shakira y los comerciales de televisión, sino el mensaje de Jesús y se hagan sus discípulos. Los animaría a ser pastores que denuncian, desde el Evangelio, las mentiras, injusticias y violencias que hoy ofenden nuestra dignidad de hijos de Dios.

Los invitaría a tomarse en serio la llamada que sienten, compartiendo las inquietudes de los jóvenes, comprendiendo sus contradicciones y orientándolos hacia una vida más sana y más chévere. Les pediría que se hicieran sacerdotes porque el momento histórico de Colombia lo exige. Necesitamos curas promotores de una cultura de paz y de diálogo, misericordiosos sin fronteras, defensores de toda persona, instrumentos del perdón y la reconciliación; defensores de los derechos humanos, incluso de aquellos derechos que casi nadie defiende, como el de la vida interior, a morir con esperanza, al amor y la solidaridad y el derecho a buscar a Dios. Les diría que en Cartagena somos Iglesia en misión permanente desde unas pequeñas comunidades, abiertas y acogedoras, donde aprendemos a creer en Jesús y a poner en Él nuestra última esperanza.

También les diría que si se hacen curas no la pasaran bueno. No harán plata ni tendrán prestigio. No faltará quien los joda, moleste, incomode y rechace, pero nadie les podrá quitar la alegría de ser discípulos misioneros que hacen de este mundo algo más humano según el corazón de Dios.

*Director del PDP del Canal del Dique y Zona costera

PADRE RAFAEL CASTILLO T.*
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