Jesús a cada comunidad le ofrece el don de la paz como el fruto más excelso de su resurrección, quienes acogemos este don, comenzamos a entender a Dios de una manera nueva. Lo entendemos como un Padre apasionado por la vida de los hombres y mujeres, que nos invita a amar la vida de una manera diferente. Y la razón es muy sencilla. Jesús resucitado nos descubre, antes que nada, que Dios siempre pone vida donde los hombres ponemos muerte y genera vida donde la destruimos. Él hace, del amor por la vida, experiencia pacificadora.

Tal vez nunca, como hoy, tanto por lo acaecido en Sri Lanka como por lo que diariamente acontece en Cartagena y nuestros pueblos, la humanidad se encuentra amenazada de muerte desde tantos frentes y por tantos peligros. Sentimos la urgencia de hombres y mujeres comprometidos incondicionalmente y de manera radical en la defensa de la vida.

Esta lucha, por la vida, debemos iniciarla en nuestro propio corazón que, como nos enseñó Erich Fromm, es el “campo de batalla en el que dos tendencias se disputan la primacía: el amor a la vida y el amor a la muerte”

Desde el interior mismo de nuestro corazón vamos decidiendo el sentido de nuestra existencia. O nos orientamos hacia la vida por los caminos de un amor creador, una entrega generosa a los demás, una solidaridad generadora de vida… o nos adentramos por caminos de muerte, instalándonos en un egoísmo estéril y decadente, una utilización parasitaria de los otros, una apatía e indiferencia total ante el sufrimiento humano.

Es en el corazón que acoge la paz que nos trae el resucitado donde cada uno, animado por su fe en Él, debe vivificar su existencia, resucitar todo lo que se ha muerto en nosotros y orientar, decididamente, todas nuestras energías hacia la vida, superando esas cobardías que nos podrían encerrar en una muerte anticipada.

Pero cuando miramos lo que nos rodea y las relaciones que nos determinan, somos conscientes de que no se trata solamente de revivir personalmente sino de poner vida donde tantos ponen muerte. La “pasión por la vida”, propia del que cree en la resurrección, debe impulsarnos a hacernos presentes allí donde «se produce muerte», para luchar con todas nuestras fuerzas frente a cualquier ataque a la vida.

La defensa de la vida nace de la fe en un Dios dador de vida y «amigo de la vida». Por eso debe ser firme y coherente en todos los frentes.

Hay unas preguntas que debemos acoger por ser propias del tiempo pascual: ¿Sabemos defender la vida con firmeza en todos los frentes? ¿Cuál es nuestra postura personal ante las muertes violentas, el aborto, la destrucción lenta de los pobres y excluidos y el deterioro creciente de la naturaleza? Hagamos silencio y busquemos respuestas.

Padre Rafael Castillo Torres
Vicario de Pastoral de la Arquidiócesis de Cartagena.