Apreciados Hermanos y Hermanas, muy buenos días.

Los días sábado 2, lunes 4, martes 5 y miércoles 6 de mayo, vamos a dedicar los Mensajes que he venido enviando a ustedes  a motivar cada uno de los cuatro ciclos del Rosario, con un comentario que San Juan Pablo II hace a cada uno de ellos en la Carta Apostólica “el Rosario de la Virgen María” 2002. Luego del comentario les compartiré  los cinco misterios que comprende cada ciclo, para facilitar su rezo en la celebración del Rosario en Familia. Hoy comenzamos con los Misterios Gozosos.

El amor a la Virgen María es, sin duda, una dimensión entrañable de la vida cristiana que se ha expresado siempre en múltiples formas y devociones populares. Entre ellas destaca muy particularmente, desde los tiempos de Santo Domingo de Guzmán (1170-1221), el Santo Rosario. Sin duda, es una oración sencilla y profunda, por su densidad de contenido evangélico y con gran raigambre en el pueblo de Dios.

La esencia del Rosario no es, propiamente hablando, la recitación de los cincuenta Avemarías, con los cinco Padrenuestros. La esencia del Rosario es, sobre todo, la contemplación amorosa, con el alma y con los ojos de María, de los misterios de nuestra salvación. Es decir, de los misterios de la Encarnación, Vida, Pasión, Muerte y Resurrección del Señor Jesús y del envío del Espíritu Santo que funda la Iglesia en Pentecostés.

Al rezar el Rosario, pidamos fielmente a María, nuestra Madre, que nos preste sus ojos y su corazón. Dirijámonos a Ella para que nos centre del todo en Jesús. María tuvo una parte decisiva en todos y cada uno de esos misterios que recorremos en el Rosario. Nadie los vivió como Ella. Nadie comulgó tan perfectamente con su Hijo, reviviendo en sí misma los sentimientos de su alma y de su corazón. Por eso, nadie como ella nos puede ayudar a contemplar amorosamente los mismos misterios.

San Juan Pablo II, en su Carta Apostólica “El Rosario de la Virgen María” (2002) presentó el Rosario como un verdadero «compendio del Evangelio» (RVM No.18) y como un itinerario de gran riqueza cristológica y vivencial. Y, con la intención de abarcar más plena y explícitamente el Misterio y la Vida de Cristo, propuso lo que él llamó una «incorporación oportuna», añadiendo a los tradicionales misterios, los misterios de Luz o «misterios luminosos». De esta manera, nos invitó a renovar el interés y recuperar en la espiritualidad cristiana esta oración que es una verdadera introducción a la profundidad del corazón de Cristo, «abismo de gozo y de luz, de dolor y gloria» (RVM No. 9).

Los misterios del Rosario se agrupan, como sabemos, en cuatro ciclos de Gozo, Luz, Dolor y Gloria. Cada día de la semana podemos centrar nuestro interés en uno de ellos y realizar así nuestra oración.

Misterios Gozosos (lunes y sábado)

Comentario a estos Misterios en la Carta de San Juan Pablo II, ”El Rosario de la Virgen María, No. 20.

El primer ciclo, el de los «misterios gozosos» se caracteriza propiamente por el gozo que produce el acontecimiento de la Encarnación. Esto es evidente desde la Anunciación, cuando el saludo de Gabriel a la Virgen se une a la invitación de la alegría mesiánica: «Alégrate, María». A este anuncio apunta la historia de la salvación; es más, en cierto modo, toda la historia misma del mundo. Toda la humanidad está como implicada en el fiat (hágase en mi) con el que María responde generosa y prontamente a la voluntad de Dios.

La alegría y el gozo se perciben en la escena del encuentro con Isabel, donde la voz de María y la presencia de Cristo en su seno, hacen «saltar de alegría» a Juan (cf. Lc 1,44). Repleta de gozo es la escena de Belén, donde el nacimiento del Niño Dios, el Salvador del mundo, es cantado por los ángeles y anunciado a los pastores como «una gran alegría para todo el pueblo» (Lc 2,10).

Pero los dos últimos de estos misterios gozosos, aun conservando el sabor de la alegría, anticipan de alguna manera ya el drama. La presentación en el templo, a la vez que expresa la dicha de la consagración y alegra el corazón del anciano Simeón, contiene también la profecía de que el niño será «señal de contradicción» para Israel y de que una espada traspasará el alma de la Madre (cf. Lc 2,34-35).

Gozoso y dramático es, al mismo tiempo, el episodio de Jesús, a los doce años, en el templo. Aparece con su sabiduría divina mientras escucha y pregunta, ejerciendo el papel de quien «enseña». La revelación de su misterio de Hijo, dedicado enteramente a las cosas del Padre, anuncia aquella radicalidad evangélica que, ante las exigencias del Reino, cuestiona hasta los más profundos lazos de afecto humano.

Meditar los misterios gozosos significa adentrarse en los motivos últimos de la alegría cristiana en su sentido más profundo. María nos ayuda a aprender el secreto de la alegría cristiana, recordándonos que «el cristianismo es, ante todo, “evangelion” (Buena Noticia), que tiene su centro o, mejor dicho, su contenido mismo, en la persona de Cristo, el Verbo hecho carne, único Salvador del Mundo». (RVM No. 20) En estos “tiempos difíciles” de coronavirus, meditar estos misterios nos ayudará a no dejar que la oscuridad del dolor y de la muerte nos roben la alegría profunda del Evangelio. Es la alegría de los que creemos en la vida traspasada por la luz del Resucitado, que nos acompaña en el camino de la vida y está siempre con nosotros.

Misterios gozosos

1. La Encarnación del Hijo de Dios. María le respondió al ángel: «Aquí está la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra» (Lc 1,38).

2. La visitación de María a Santa Isabel: «Entonces, con voz muy fuerte, dijo Isabel: «¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre!» (Lc 1,42).

3. El nacimiento del Hijo de Dios  en Belén: «Estando allí (en Belén) le llegó la hora del parto y nació su hijo primogénito, y lo envolvió en pañales y lo acostó en el pesebre, porque no habían encontrado alojamiento para ellos en la posada » (Lc 2,7-28).

4. La presentación de Jesús en el Templo: «Simeón lo tomó en brazos, y bendijo a Dios diciendo: Ahora, Señor, según tu promesa puedes dejar ir a tu siervo en paz, porque mis ojos han visto la salvación» (Lc 2,29-30).

5. El niño Jesús perdido y hallado en el Templo: «María le preguntó ¿Hijo, por qué has hecho esto? Mira que tu padre y yo te buscábamos angustiados. Jesús les contestó: «¿Por qué me buscaban? ¿No saben que tengo que ocuparme en las cosas de mi Padre?» (Lc 2,48-49).

Apreciados hermanos y hermanas, los invito a que nos lancemos todos a orar, cada día y durante todo el mes de mayo, ojalá en familia, los misterios del Santo Rosario. No tengamos miedo. La Virgen María, nuestra Madre conseguirá para cada uno de nosotros la paz interior que necesitamos en estos días y al mismo tiempo pondremos, ante Dios nuestro Padre, las súplicas que le estamos haciendo para que pare la pandemia y podamos entrar confiados a construir los “nuevos cielos y la nueva tierra”. No se olviden de orar por mí.

Cordial y fraternal saludo.

Su Obispo: + Jorge Enrique Jiménez Carvajal, Arzobispo de Cartagena.

Cartagena, sábado 2 de mayo.