Queridos hermanos y hermanas: muy buenos días para todos.

Estamos a las puertas de iniciar una experiencia inédita: SEMANA SANTA EN FAMILIA. No podemos decir: ¡cómo la de tal año! Las circunstancias en que la vamos a vivir son totalmente nuevas para todos. Y teñidas del mismo color para todos los habitantes del planeta. Será una experiencia “en tiempos difíciles”,  en “tiempos extraños”, en “tiempos de encerrona”, en “tiempos de aislamiento”, en fin, “tiempos radicalmente diferentes” a aquellos en los cuales ha trascurrido la vida de todos nosotros.

Una pregunta se impone: ¿con qué actitudes la vamos a vivir? Lógicamente, para quienes hemos optado por ser discípulos de Jesús en nuestra vida, afloran ciertas actitudes, es decir estados de  nuestra mente pero sobre todo de nuestro corazón,  que son importantes para vivir este acontecimiento, mucho más cuando se trata de un momento tan significativo que marcó para siempre nuestras vidas, cuando tuvimos la alegría enorme de encontrarnos con Jesucristo Vivo.

En este mensaje quiero compartir algunos de estas actitudes. Se trata de descubrirlas en Jesús, para hacer otro tanto. Nos hace bien tenerlas en cuenta al inicio de esta semana, que en el lenguaje de nuestra Iglesia la llamamos: “Semana Mayor”. La más importante del año. Y cuando deseamos, con todo el corazón, que Papá Dios pare la pandemia y podamos salir a construir una tierra nueva donde se viva el amor y la justicia.

Al estilo de Jesús.

En la cena de despedida, que Jesús vivió en con sus discípulos, las palabras de Jesús adquieren un tono solemne. Han de quedar bien grabadas en todos: “éste es mi mandato: que se amen unos a otros como yo los he amado”. Jesús no quiere que su estilo de amar se pierda entre los suyos. Si un día lo olvidan, nadie los podrá reconocer como discípulos suyos. De Jesús quedó un recuerdo imborrable. Las primeras generaciones lo definían así: “pasó por todas partes haciendo el bien”. Era bueno encontrarse con Él. Buscaba siempre el bien de las personas. Ayudaba a vivir.  Su vida fue una Buena Noticia. Se podía descubrir en él la cercanía buena de Dios.

Jesús tiene un estilo de amar inconfundible. Es muy sensible al sufrimiento de la gente. No puede pasar de largo ante quien está sufriendo.

Los relatos de los Evangelios recuerdan, en diversas ocasiones, cómo Jesús captaba con su mirada el sufrimiento de la gente. Los miraba y se conmovía. Los veía sufriendo  o abatidos como ovejas sin pastor. Rápidamente se ponía a curar a los enfermos o alimentarlos con sus palabras. A un mendigo ciego que le pide compasión  mientras va de camino, lo acoge con estas palabras “¿qué quieres que haga por ti?” Con esta actitud anda por la vida quien ama como Jesús.

Jesús sabe estar junto a los más miserables. No hace falta que se lo pidan. Hace lo que puede por curar sus dolencias, liberar sus conciencias o contagiar su confianza en Dios. Pero no puede resolver todos los problemas de aquellas gentes. Entonces se dedica a hacer gestos de bondad: abraza a los niños de la calle; no quiere que nadie se sienta huérfano; bendice a los enfermos: no quiere que se sientan olvidados por Dios. Acaricia la piel de los leprosos, no quiere que se vean excluidos. Así son los gestos de quien ama como Jesús.

Acoger a Jesús en nuestro hogar.

Abrirle las puertas. Invitarlo a entrar. Saludarlo y presentarle a cada uno de los que estamos compartiendo en este momento en la casa. Y confiarle lo miedos que estamos sintiendo y las esperanzas que tenemos, a pesar de la crueldad de la pandemia que estamos sufriendo.

Como Marta, la hermana de Lázaro, que se desvivía porque Jesús encontrara todo ordenado y limpio. Y con buena cocina. O como María, la otra hermana, que se sentaba a los pies de Jesús para escucharlo.

No separarnos de Jesús.

Ser cristiano hoy exige una experiencia vital de Jesucristo, un conocimiento interior de su persona y una pasión por su proyecto. Si no aprendemos a vivir de un contacto más inmediato y apasionado  con Jesús, la decadencia de nuestro cristianismo se puede convertir  en una enfermedad mortal. Los cristianos vivimos  hoy preocupados y distraídos por muchas cuestiones. No puede ser de otra manera. Pero no hemos de olvidar lo esencial. Jesús nos dice que tenemos que estar unidos como “los sarmientos pegados a la vid”. Lo decisivo en este momento es “permanecer en él”; aplicar toda nuestra atención al Evangelio. Alimentar en nuestra familia y en nuestras comunidades el contacto vivo con él; no apartarnos de su proyecto.

En oración con nuestra familia.

“Donde dos o tres se reúnan para orar, yo estoy en medio de ellos”. Y utilizar las diversas clases de oración: la de súplica por que hoy estamos muy urgidos para que El “que puede lograr lo imposible”, pare la pandemia. Y también la de acción de gracias: no nos abandona nunca y ahí está con nosotros hasta el fin del mundo. Y la de petición de perdón: porque nosotros también perdonamos a quienes nos han ofendido. Y la de alabanza: te bendecimos Señor, porque eres el mejor de los Padres.

En un encuentro personal con Jesucristo Vivo.

La fe no es una emoción del corazón. Sin duda el creyente siente su fe, la experimenta y la disfruta, pero sería un error reducirla a sentimentalismo. La fe no es algo que depende de los  sentimientos: “ya no siento nada…debo estar perdiendo la fe”. Ser creyente es una actitud responsable y razonada.

La fe no es tampoco una opinión personal. El creyente vive poniendo su confianza personal en Dios, pero la fe no se puede reducir a un subjetivismo: “yo tengo mis ideas y creo lo que a mí me parece”. La realidad de Dios no depende de mí, ni el cristianismo es fabricación de cada uno.

La fe no es tampoco una receta moral… Creer en Dios tiene sus exigencias, pero sería un error reducirlo todo a moralismo. “Yo respeto a todos y no hago mal a nadie”. La fe es además amor a Dios, compromiso por un mundo más humano, esperanza de vida eterna, acción de gracias, celebración.

La fe no es tampoco un tranquilizante. Creer en Dios es sin duda, fuente de paz, consuelo y serenidad, pero la fe no es solo un “agarradero” para los momentos críticos. “Yo cuando me encuentro en apuros, acudo a la Virgen”. Creer es el mejor estímulo para luchar, trabajar y vivir de manera digna y responsable.

La fe es un encuentro con Jesucristo. El cristiano es una Persona que se encuentra con Cristo y en Él va descubriendo a un Dios Amor que cada día lo convence y lo atrae más. Lo dice muy bien San Juan: “Nosotros hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en él. Dios es amor” (1 Juan 4,16).

Esta fe solo da frutos cuando vivimos cada día unidos a Cristo, es decir, motivados y sostenidos por su Espíritu y su Palabra: “el que permanece en él, ese da fruto abundante, porque sin mí, no pueden hacer nada”.

Con una confianza total en la Palabra.

“Quien cree en mí, tendrá vida eterna”. “Su Palabra me da vida, confío en ti Señor; su Palabra es eterna, en ella esperaré”. “Todo el que invoque el nombre del Señor, se salvará”.

Confianza absoluta.

Nadie ni nada puede separarnos del Amor de Jesucristo. “¿Quién nos apartará del amor de Cristo? ¿La tribulación, la angustia, la persecución, el hambre, la desnudez, el peligro, la espada?… Estoy seguro que ni la muerte, ni la vida, ni los ángeles, ni las potestades, ni el presente, ni el futuro, ni poderes, ni altura, ni hondura, ni criatura alguna nos podrá separar del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús, Señor nuestro”. (Romanos 8,35 y 37-39).

Queridos hermanos, celebrar la SEMANA SANTA EN FAMILIA es una oportunidad increíble. Yo y mi familia saldremos mejores, y la oración en familia nos sostendrá y nos animará.

Cordial y fraternal saludo de su obispo.

+Jorge Enrique Jiménez Carvajal

Arzobispo de Cartagena.