Apreciados hermanos y hermanas, muy buenos días.

La liturgia de la Iglesia Católica en esta Semana de Pascua, es particularmente atractiva. Los relatos de las apariciones de Jesús Resucitado son todos fascinantes. Los biblistas señalan que tal vez el más rico de todos estos relatos, es el encuentro de Jesús con dos de sus discípulos que viajan de regreso de Jerusalén a una pequeña aldea, llamada Emaús, ubicada a diez kilómetros de la ciudad.   Su situación emocional no era fácil; regresaban muy desconcertados por lo que habían vivido y experimentado en los últimos días de vida de su Maestro. Lo habían visto morir en una Cruz.

Todos los relatos de la Resurrección de Jesús nos posibilitan acercarnos a experiencias concretas, de discípulos muy cercanos a la persona de Jesús y aprender de ellos cómo sus encuentros con Jesús, había cambiado totalmente sus existencias.  

El texto de este relato nos da una pista interesante para leerlo: nos hablan de dos discípulos de Jesús, uno de los cuales se llamaba Cleofás; del segundo no se nos comparte el nombre, pero nos han dicho que es para que lo identifiquemos con nuestro propio nombre. Es una experiencia única, nos ayuda a involucrarnos en primera persona en el relato.

Los discípulos de Emaús viven dos experiencias en su camino de regreso a su hogar: una sobre cómo Jesús llega a sus vidas por medio de la Palabra de Dios. Los discípulos eran personas que conocían las escrituras sagradas. Quizás por eso estaban preparados para tener un conocimiento profundo de la persona de Jesús, a quien los profetas anunciaron y describieron de una manera muy concreta. Pero también tuvieron un regalo muy especial en su vida, que fue conocer a Jesús y escucharlo. Muy seguramente, lo acompañaron en varios momentos de su vida y sus Palabras quedaron profundamente grabadas en su corazón. Pero luego de la experiencia de la Crucifixión quedaron muy turbados. No entendían el desenlace de la vida de su Maestro. Esperaban muchas cosas de Él, pero para ellos era un enigma la manera como había terminado su vida. El relato nos dice que regresaban decepcionados de todo lo que habían visto y vivido. También estaban preocupados porque antes de partir para Emaús, escucharon el relato de las mujeres discípulas, quienes en la misma mañana de ese domingo, habían llenado la ciudad de la noticia de que Jesús había resucitado de entre los muertos.

Aconteció que mientras caminaban, se les unió Jesús en su viaje y se interesó de lo que iban ellos comentando. Jesús trató de mostrarles cómo todo lo que habían vivido estaba ya anunciado por los profetas. Pero ellos todavía no entendían. Sin embargo, cuando se dio la plena manifestación de Jesús, al final de su viaje, compartieron sorprendidos  que mientras escuchaban a Jesús por el camino, había comenzado de nuevo a “arder su corazón”. Muy importante esta primera experiencia que tuvieron los discípulos de Emaús. Descubrir a Jesús en la Palabra. Ella siempre trae buenas noticias y nos ha sido dada para hacer memoria de todo lo que Jesús compartió durante su vida, en sus predicaciones y en los hechos que realizó, siempre acompañado de sus discípulos en los pueblos de la Galilea y de la Judea.  Esta experiencia es una clave para vivir la Pascua del año 2020. Tan extraña y tan especial. Igualmente muy hermosa. En la celebración de esta Semana Santa en Familia, hemos tenido la oportunidad de escuchar la Palabra de Dios en abundancia. Y ella nos ha iluminado y nos ha alimentado. También hemos sentido que a pesar del “encierro”, a pesar de que no hemos podido llegar a nuestros templos, a pesar de la pandemia, la Palabra de Dios nos ha ido revelando de nuevo, los anuncios que nos hicieron los profetas sobre la llegada del Mesías. Y también, lo que el mismo Jesús nos ha ido revelando personalmente, ayudándonos a descubrir “quién es Él”. Lo más interesante es haber sentido, en diversos momentos, que nuestro corazón “ardía” cuando escuchamos su Palabra. Es una primera enseñanza importante de este relato y para vivirla todos los días. Leer con amor, con fe y con esperanza, la Palabra de Dios, siempre nos posibilita descubrir a Jesucristo Vivo. Así los descubrieron las primeras comunidades cristianas y así lo están descubriendo las pequeñas comunidades eclesiales y las comunidades juveniles que se multiplican en la Arquidiócesis.

La segunda experiencia que vivieron los discípulos de Emaús, se dio cuando iban llegando ya a su destino. El texto sagrado nos dice que Jesús trató de seguir de largo, pero los discípulos ya habían comenzado a enamorarse de nuevo de Jesús, sin que tuvieran la total certeza. Y le dirigen suplicantes, una bella oración: “quédate con nosotros Señor, porque ya anochece”. Jesús conviene en entrar a la casa de los discípulos y compartir la cena. Y entonces, acontece lo inesperado para ellos. “Lo descubren al partir el pan”. Porque siempre que partimos el pan con Jesús, anunciamos su Muerte y su Resurrección. Y descubrimos a Jesucristo Vivo. Esta experiencia sería inolvidable, para los dos discípulos, para las comunidades primitivas de nuestra Iglesia y a través de dos mil años, para todas las comunidades eclesiales que han compartido con el Maestro, el camino de Emaús.

Sin duda, el gesto que les permitió descubrir a Jesús fue el de la Eucaristía; los discípulos detienen al caminante desconocido para cenar juntos en la aldea de Emaús. El gesto es sencillo pero entrañable. Unos caminantes cansados del viaje, se sientan a compartir la misma cena. Se aceptan como amigos y descansan juntos de las fatigas de un largo caminar. Es entonces, cuando los discípulos se les “abren sus ojos” y descubren a Jesús como alguien que alimenta sus vidas, los sostiene en el cansancio y los fortalece para el camino.

Si alguna vez, por pequeña que sea nuestra experiencia, al celebrar la Eucaristía, nos sentimos fortalecidos en nuestro camino y alentados para continuar nuestro vivir diario, no olvidemos que Jesús es quien está alimentando nuestra vida y nuestra fe. Según San Lucas es necesaria la experiencia de la Cena Eucarística, aunque todavía no saben quién es, los dos caminantes sienten necesidad de Jesús. Les hace bien su compañía. No quieren que los deje: “quédate con nosotros”. San Lucas lo subraya con gozo: “Jesús entró para quedarse con ellos”. Y en la cena se les abren los ojos.

Queridos hermanos y hermanas, estas son las dos experiencias clave en la vida de todo discípulo de Jesús: sentir que nuestro corazón “arde”, al recordar su mensaje, los hechos de su vida y su vida entera; sentir que al celebrar la Eucaristía, su persona nos alimenta, nos fortalece y nos consuela. Así crece en la Iglesia la fe en el Resucitado.

Los “tiempos difíciles” que vivimos, no nos han permitido, a la inmensa  mayoría de los discípulos, compartir presencialmente el “pan”. La Comunión Espiritual ha sido un consuelo, pero anhelamos, en lo profundo de nuestras vidas, que podamos volver a vivir presencialmente el “partir el pan” y confesar nuestra fe en el Sacramento de la Eucaristía.

Oro por ustedes; les ruego oren por mí.

Su obispo, +Jorge Enrique Jiménez Carvajal. Arzobispo de Cartagena

COMUNIÓN ESPIRITUAL.

“A tus pies me postro, ¡oh Jesús mío!, y te ofrezco el arrepentimiento de mi corazón contrito, que se hunde en la nada, ante Tu santa Presencia.

Te adoro en el Sacramento de Tu amor, la inefable Eucaristía, y deseo recibirte en la pobre morada que te ofrece mi alma.

Esperando la dicha de la Comunión sacramental, quiero poseerte en espíritu.

Ven a mí, puesto que yo vengo a Ti, ¡oh mi Jesús!, y que Tu amor inflame todo mi ser en la vida y en la muerte. Creo en Ti Señor, espero en Ti Señor, Te amo Jesús. Amén”.