La paz no nacerá, ni nos llegará, espontáneamente de unas actitudes violentas. Una cosa es la paz que se firma… y otra son las paces territoriales. El desacierto de elenos y disidentes de las Farc son un retroceso enorme, así como la cooptación y dominio territorial que hoy tienen, en gran parte de nuestros municipios montemarianos, las organizaciones criminales del microtráfico. Es una vergüenza.

La paz verdadera requiere un clima social, propicio. Comparto algunas actitudes concretas que deberíamos asumir en aras de poder superar “la torpeza de la pasionalidad política” que está detrás de todo este desbarajuste: condenemos, no solo interiormente, sino también de manera pública, los crímenes de los violentos. Nadie puede identificarse con sus objetivos. Nuestra conciencia antecede todo. Defendamos, unánimemente, la vida y los derechos fundamentales de la persona.

Demostremos a los violentos y a los enemigos de la paz, cuál es la voluntad de esa Colombia profunda, sola y abandonada, que no solo vive en el purgatorio de su pobreza, sino también en el infierno de su miseria. Esos grupos creados para asesinar líderes sociales, al igual que todos los actores armados ilegales y quienes dentro del Estado pretendan reactivar prácticas ignominiosas, deben entender que no pueden seguir actuando contra nuestra voluntad.

Tengamos claridad sobre el primer objetivo: pasar de un acuerdo firmado, a una paz en permanente construcción. Esta paz es más importante que el gobierno de turno y que el saliente; que la polarización en el Congreso; es una paz que está por encima de los intereses particulares y de las pretensiones partidistas de aquellos que no se ruborizan ni sienten vergüenza. No es justo impedir la paz, dificultarla o retrasarla. Ojalá que el próximo debate electoral nos traiga aires verdaderos de paz y reconciliación.

Aprendamos de San Oscar Arnulfo Romero, quien siempre buscó resolver los problemas de su pueblo por las vías dignas del ser humano, por caminos de humanidad. Dios no nos creó para vivir en la violencia y en el odio, sino para que nos entendiéramos buscando lo mejor para todos.

Apoyemos y defendamos los acercamientos y entendimientos que nos alejen del enfrentamiento destructor. Renunciemos a los extremismos faltos de realismo y que no ayudan. Dejemos de lado las reacciones viscerales y sus consignas de odio y venganza.

Persistamos en la búsqueda de la verdad. No la deformemos por intereses partidistas, ni la sacrifiquemos por ninguna estrategia. La mentira impide el entendimiento y la ceguera genera violencia. La paz la transitamos por caminos objetivos procurando esclarecer las razones enfrentadas, lo cual nos exige creer en la justicia transicional, que sí es justicia.

Introduzcamos, como nación, nuestra capacidad de perdonar. De la nobleza del perdón, nos llegarán las buenas energías para construir nuestro futuro de nación. Oremos al Dios de la Paz por estas intenciones.

*Vicario de Pastoral de la Arquidiócesis de Cartagena.