Las comunidades religiosas son un signo vivo de la primacía del Amor de Dios que obra maravillas y del amor a Dios y a los hermanos, como lo manifestó y vivió Jesucristo, son hombres y mujeres «de toda lengua, raza, pueblo y tribu» (Ap 7,9), que han sido y siguen siendo todavía una expresión particularmente elocuente de este sublime e ilimitado Amor. Nacidas «no del deseo de la carne o de la sangre» ni de simpatías personales o de motivos humanos, sino «de Dios» (Jn 1,13)
Hay que reconocer la presencia de los religiosos y de las religiosas en la acción evangelizadora de nuestra Iglesia arquidiocesana, aportando las inestimables riquezas de sus carismas particulares en diferentes niveles y acciones, pero particularmente, en los campos de la educación, de la caridad y del trabajo parroquial. Es curioso ver que son pocas las comunidades religiosas presentes en nuestra Diócesis que no integran adecuadamente estas tres opciones.
En muchos de nuestros presbíteros, religiosos, religiosas y laicos se está desper tando la conciencia de misión asumida en el sacrificio, la pobreza y el desprendimiento. Muestra de ello es la presencia de los jóvenes sacerdotes y de religiosos y religiosas en las zonas rurales de la Arquidiócesis y en áreas de conflicto armado, así como en los barrios subnormales de Cartagena donde comparten con su rebaño el proyecto de Dios trabajando en condiciones de mucha pobreza.