Francisco Figueroa, quien escribe crónicas del Caribe colombiano, me preguntó por la relación entre los carnavales y la cuaresma. Yo le compartí que Los carnavales (quitar la carne) se celebran durante los cuatro días que anteceden al miércoles de ceniza, día en que se inicia la cuaresma, y que nacieron en esa época en que la gente tenía la necesidad de acabar, antes de que empezara la Cuaresma (abstinencia, sacrificios, mortificaciones etc.), con todos los productos que no se podían consumir durante ese período. Ello se derivaría más tarde en las fiestas populares que hoy conocemos como los carnavales marcados por comilonas, festejos y disfraces parecidos a los del carnaval de Barranquilla.

Pero si profundizamos en la pregunta del cronista, creo que es ingenuo pensar que la gente sólo se disfraza y pone mascaras durante los carnavales. En nuestra vida hay momentos de honradez, franqueza y claridad. Pero, al mismo tiempo sabemos que nuestra vida es, en gran parte, una mentira. Nos acostumbramos a mentirnos a nosotros mismos. Tenemos máscaras hacia fuera y hacia dentro. Y nos pasamos la vida falseando o desfigurando las exigencias que a diario nos hace la verdad.
Aquí no se trata de pensar ahora en nuestras mentiras piadosas de todos los días, sino en la gran mentira de nuestra vida en su conjunto. En esa capacidad que tenemos, algunos, de gritar la verdad a grandes voces y exigir siempre a otros grandes cosas, sin escuchar nunca, nosotros mismos, las llamadas de nuestra propia conciencia.

No es fácil salir de la mentira cuando la relación con nosotros mismos es sólo superficial. No es fácil liberarse de la propia cobardía cuando hemos envuelto nuestra vida entera, con sus proyectos y relaciones, de vaciedad y cobardía.

Gracias a Dios la grandeza del ser humano se expresa en que nunca se va a sentir satisfecho con una vida que descansa en la mentira. En lo más íntimo de cada uno hay una resistencia a vivir en la mentira. Por eso, hay momentos de gracia en los que una luz interior nos ilumina y nos descubre que en nuestra vida falta la auténtica amistad y el verdadero amor.

Son los momentos de transparencia que hacen temblar nuestro corazón y nos sacan palabras como las de aquel ciego: “Jesús, hijo de David, ten compasión de mí”. Es entonces cuando escuchamos las palabras de Jesús: “Yo tampoco te condeno, pero corrígete”.

Qué bueno que en esta cuaresma le abramos a Dios nuestra vida, por fea y oscura que sea. Dios es mayor que nuestra conciencia. Creer en Él es reconocer que somos aceptados muy a pesar de ser inaceptables. Aprovechemos este tiempo privilegiado de luz y de verdad para verlo todo sin mascaras; y en caso de que la culpa nos condene recordemos a San Agustín: “Si sientes ganas de escapar de Dios, no trates de esconderte de Él, escóndete en Él”.
*Director del PDP del Canal del Dique y Zona costera

RAFAEL CASTILLO TORRES*
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