Apreciados Hermanos y Hermanas, muy buenos días.

El ejercicio que estamos haciendo en este mes de mayo, contemplando el rostro de Cristo con los ojos de María, nos ayuda de manera importante en nuestra vida espiritual. La espiritualidad cristiana tiene un único objetivo: lograr que la vida de todos los discípulos de Jesús, se identifique al máximo con Él. Lo especial del rezo del Rosario es que este ejercicio lo realizamos pidiéndole a María que nos preste sus ojos para contemplar el rostro de su Hijo. En la Carta Apostólica de San Juan Pablo II, “El Rosario de la Virgen María”, en el numeral 14, el Papa hace una reflexión que nos va a ayudar en esta búsqueda espiritual que estamos realizando en estos días. Se refiere a los cuatro ciclos de los misterios del Rosario; hoy de una manera particular los vamos a utilizar en el ciclo de los Misterios Dolorosos. María nos ayuda a identificar nuestra vida, a partir de los Misterios Dolorosos de Jesús, con los cuales Él llevo a su culminación su vida pública y su tarea de ayudarnos a tener los mimos sentimientos que Él tuvo en su vida terrenal, particularmente en su Pasión y en su Muerte en la Cruz.

Comprender a Cristo desde María

Cristo es el Maestro por excelencia, el revelador y la revelación. No se trata sólo de comprender las cosas que Él ha enseñado, sino de “comprenderle a Él”. Pero en esto, ¿qué maestra más experta que María? Si en el ámbito divino el Espíritu es el Maestro interior que nos lleva a la plena verdad de Cristo (cf. Jn 14, 26; 15, 26; 16, 13), entre las criaturas nadie mejor que Ella conoce a Cristo, nadie como su Madre puede introducirnos en un conocimiento profundo de su misterio.

El primero de los “signos” llevado a cabo por Jesús, la transformación del agua en vino en las bodas de Caná, nos muestra a María precisamente como maestra, mientras exhorta a los servidores de aquella fiesta, a ejecutar las disposiciones de Cristo (cf. Jn 2, 5). Y podemos imaginar que ha desempeñado esta función con los discípulos, en el viacrucis hacia el Calvario y después de la Ascensión de Jesús, cuando se quedó con ellos esperando el Espíritu Santo y los confortó en la primera misión. Recorrer con María las escenas del Rosario es como ir a la “escuela” de María para leer a Cristo, para penetrar sus secretos, para entender su mensaje.

Una escuela, la de María, mucho más eficaz, si se piensa que Ella la ejerce consiguiéndonos abundantes dones del Espíritu Santo y proponiéndonos, al mismo tiempo, el ejemplo de aquella «peregrinación de la fe», en la cual es maestra incomparable. Ante cada misterio del Hijo, Ella nos invita, como en su Anunciación, a presentar con humildad los interrogantes que conducen a la luz, para concluir siempre con la obediencia de la fe: « He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra» (Lc 1, 38).

Misterios Dolorosos (martes y viernes)

Comentario a estos Misterios en la Carta de San Juan Pablo II, “El Rosario de la Virgen María”, No. 22.

Los Evangelios dan gran relieve a los misterios del dolor de Cristo. La piedad cristiana, especialmente en la Cuaresma, con la práctica del Viacrucis, se ha detenido siempre sobre cada uno de los momentos de la Pasión, intuyendo que ellos son el culmen de la revelación del amor y la fuente de nuestra salvación.

El rosario escoge algunos de estos momentos, invitando al orante a fijar en ellos la mirada de su corazón y a revivirlos. El itinerario meditativo se abre con Getsemaní, donde Cristo vive un momento particularmente angustioso frente a la voluntad del Padre, contra la cual la debilidad de la carne se sentiría inclinada a rebelarse. Allí, Cristo se pone en lugar de todas las tentaciones de la humanidad y frente a todos los pecados de los hombres, para decirle al Padre: «No se haga mi voluntad, sino la tuya» (Lc, 22,42 par.). Este «sí» suyo cambia toda la historia.

En el oprobio de sus misterios de pasión: flagelación, coronación de espinas, subida al Calvario y muerte en cruz, se revela el amor de Dios y el sentido mismo del hombre. Quien quiera conocer al hombre y a la mujer, que mire a Cristo. «He aquí al hombre». Los misterios de dolor llevan al creyente a revivir la muerte de Jesús poniéndose al pie de la cruz junto a María, para penetrar con ella en la inmensidad del amor de Dios al hombre y sentir toda su fuerza regeneradora.

Fijemos especialmente los ojos en el Señor, que acompaña en sus misterios de dolor los dolores de toda la humanidad, sufriente en este momento por la pandemia, por la muerte de tantos seres queridos y por no poder siquiera despedirnos de los nuestros como es nuestra costumbre. En el dolor de Cristo, al rezar, confiamos al Señor que sea redentor de tanto dolor y sufrimiento causado por esta pandemia.

Misterios Dolorosos

1. La oración de Jesús en el Huerto. «Y adelantándose unos pasos, se inclinó hasta el suelo y oró, diciendo: Padre mío, si es posible, líbrame de esta copa. Pero no se haga mi voluntad sino la tuya» (Mateo 26,39).

2. La flagelación de Jesús. «Entonces Pilato puso en libertad a Barrabás; luego mandó azotar a Jesús y lo entregó para que lo crucificaran» (Mateo 27,26).

3. La coronación de espinas. «Le quitaron la ropa, le vistieron con una capa púrpura y le pusieron en la cabeza una corona hecha de espinas y una vara en la mano derecha» (Mateo 27,28-29).

4. Jesús con la cruz a cuesta. «Jesús, llevando su cruz, salió para ir al llamado «lugar de la Calavera, en hebreo Gólgota» (Juan 19,17).

5. Crucifixión y muerte de Jesús. «Jesús bebió el vinagre y dijo: “Todo está cumplido”. Luego inclinó la cabeza y murió» (Juan 19,30).

Apreciados hermanos y hermanas, los invito a orar con los Misterios Dolorosos del Rosario los martes y los viernes de este mes de mayo; ojalá en familia. Es importante hacer nuestros los sentimientos que Jesús vivió en el camino de la Cruz. Los Misterios Dolorosos nos ayudan a hacer nuestros dichos sentimientos: el sufrimiento, el dolor, el entregar la vida por los demás, el asumir los pecados de todos los hombres y mujeres del mundo. Ciertamente, los misterios del Rosario son el “compendio del Evangelio”. La Virgen María, nuestra Madre conseguirá para cada uno de nosotros la paz interior que necesitamos en estos días y al mismo tiempo pondremos, ante Dios nuestro Padre, las súplicas que le estamos haciendo para que pare la pandemia y podamos entrar confiados a construir la “nueva tierra”, donde habite la justicia. No se olviden de orar por mí.

Cordial y fraternal saludo.

Su Obispo: + Jorge Enrique Jiménez Carvajal, Arzobispo de Cartagena.

Cartagena, martes 5 de mayo.