Rostro misionero (4)

Apreciados Hermanos y Hermanas, muy buenos días.

La experiencia que hemos vivido en este amplio “Retiro Espiritual”, en el que se ha convertido “el encierro”, a causa de la Pandemia, nos ha posibilitado tener un encuentro con una Persona, que ha ido dando un nuevo horizonte a nuestra vida y, con ello, una orientación decisiva. Esa persona se llama Jesús. La alegría del Evangelio ha ido llenando el corazón y la vida entera de todos nosotros. A su vez hemos tenido la oportunidad de conocer más a Jesús como Maestro y de gozar de la experiencia de la Familia, como nuestra Iglesia Doméstica. Y ahora nos preparamos a salir. No a repetir lo que hicimos en nuestra vida anterior. Si nos miramos a la luz de lo que sucedió en la  Primera Comunidad Cristiana hace 2.000 años, nos preparamos a salir a experimentar  una “nueva manera de vivir” y a “construir una nueva tierra”. Eso es lo que, en palabras del Papa Francisco llamamos “Iglesia en salida” o “Iglesia misionera”.    A ello, hemos de dedicar  lo mejor de nuestras energías. Este Mensaje está dirigido a entender esta tarea. Miremos lo que sucedió en la Iglesia de los primeros siglos.

El impulso misionero del Espíritu.

La Iglesia nace del Espíritu con la misión de comunicar la salvación de Cristo a todos los hombres y mujeres, a todos los pueblos y a todas las culturas (Hechos 2,8-11). Los Evangelios de San Mateo, San Marcos y San Lucas  terminan sus escritos recordando el “Mandato Misionero” del Resucitado a sus discípulos (Mateo 28,18-20; Marcos 16,15; Lucas 24,45-48). San Juan, por su parte, vincula explícitamente este envío con la donación del Espíritu Santo: “Igual que el Padre me ha enviado a mí, así los envío también yo a ustedes”. Y, dicho esto, sopló y les dijo: “reciban el Espíritu Santo” (Juan 20,21).

El Espíritu Santo está en la Iglesia empujándola fuera de si misma hacia la Misión. Más aún, la Iglesia adquiere su propio ser en esta Misión. Ella no ha sido fundada por Jesús para si misma. “Evangelizar  constituye la dicha y la vocación propia de la Iglesia , su identidad más profunda. Ella existe para evangelizar” ( Pablo VI, La evangelización en el mundo contemporáneo 14). El Espíritu la impulsa a estar al servicio del Reino de Dios y no de otros intereses que pueda tener la misma Iglesia o los que la forman.

“Para mantener vivo el ardor misionero hace falta una decidida confianza en el Espíritu Santo, porque Él vienen en ayuda de nuestra debilidad”(Romanos 8,26). Él sabe bien lo que hace falta en cada época y en cada momento. Él sabe la creatividad que necesitamos para construir la “nueva tierra”, después de la pandemia. El Papa Francisco en su primera Carta “la Alegría del Evangelio”, después de que inició su servicio como Pontífice en nuestra Iglesia, nos invita a que con la energía del Espíritu Santo “impulsemos una nueva etapa evangelizadora marcada por la alegría del Evangelio”(la Alegría del  Evangelio, 1).

Hacer discípulos de Jesús.

Para los evangelistas la primera tarea de la “Iglesia en salida”  es formar discípulos. El punto de arranque para San Mateo es Galilea. Allí los discípulos han escuchado hablar a Jesús, de Dios, con Parábolas conmovedoras. Allí lo han visto aliviando el sufrimiento, ofreciendo el perdón de Dios y acogiendo a los más olvidados. Es esto precisamente lo que han de seguir transmitiendo. Jesús les indica con toda precisión cual ha de ser su misión y los diversos aspectos que han de cuidar: “dar testimonio del Resucitado”; “proclamar el Evangelio”; “fundar comunidades”… Pero todo esto estará finalmente orientado a un objetivo: “hacer discípulos”. Esta es la misión de la Iglesia en Salida: “hacer discípulos de Jesús” que conozcan su mensaje, sintonicen con su proyecto, aprendan a vivir como Él y reproduzcan hoy su presencia en el mundo.

Necesitamos testigos

Los relatos Evangélicos lo repiten una y otra vez. Encontrarse con el Resucitado es una experiencia que no se puede callar. Quién ha experimentado a Jesús lleno de vida, siente necesidad de contarlo a otros, contagia lo que vive. No se queda mudo. Se convierte en testigo.

Los discípulos de Emaús “contaban lo que les había acontecido en el camino y cómo le habían reconocido al partir el pan”. María Magdalena, dejó de abrazar a Jesús, se fue donde los demás discípulos y les dijo: “he visto al Señor”. Los once escuchan invariablemente la misma llamada: “ustedes son testigos de estas cosas”; “como el Padre me envió, así los envío yo”; “proclamen la Buena Noticia a toda la creación”.

La fuerza decisiva que tiene la “Iglesia en Salida”, para comunicar la buena noticia que trae el anuncio de Jesús son los testigos. Esos creyentes que pueden hablar en primera persona. Los que pueden decir: “esto es lo que me hace vivir a mí en estos momentos”. Pablo de Tarso lo decía a su manera: “Ya no vivo yo. Es Cristo que vive en mí”.

El testigo comunica su propia experiencia, no cree teóricamente cosas sobre Jesús; cree en Él porque se siente lleno de vida. No solo afirma que la salvación del hombre y de la mujer están en Cristo; Él mismo se siente sostenido, fortalecido y salvado por Él. En Jesús vive “algo” que es decisivo en su vida, “algo” inconfundible que no encuentra en otra parte. Su unión con Jesús Resucitado no es una ilusión: es “algo” real que está transformando poco a poco su manera de ser. No es una teoría vaga y etérea: es una experiencia concreta que motiva e impulsa su vida. El testigo comunica lo que vive. Habla de lo que le ha pasado a él en el camino. Dice lo que ha visto cuando se le han abierto los ojos. Hace discípulos de Jesús.

Yo estoy con ustedes hasta el fin del mundo

San Mateo termina el Evangelio con una frase inolvidable de Jesús Resucitado: “sepan que yo estoy con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo”. Esta es la fe que ha animado siempre a la Iglesia y a todas las comunidades eclesiales en el mundo. No estamos solos, perdidos en medio de la historia, abandonados a nuestras propias fuerzas y a nuestro pecado. Cristo está con nosotros. En momentos como los que estamos viviendo hoy, es fácil que los discípulos de Jesús caigamos en lamentaciones, desalientos y derrotismos. Se diría que hemos olvidado algo que necesitamos urgentemente recordar: “Él está con nosotros, hasta el fin del mundo”; “cuando dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos”.

Los encuentros de los discípulos de Jesús no son asambleas de hombres y mujeres huérfanos, que tratan de alentarse unos a otros. En medio de ellos está el Resucitado, con su aliento y fuerza dinamizadora. Olvidarlo es arriesgarnos a debilitar de raíz nuestra Esperanza. El Señor Resucitado está en la Eucaristía alimentando nuestra fe. Está en la comunidad cristiana infundiendo su Espíritu e impulsando la Misión. Está en los pobres moviendo nuestros corazones a la compasión. Está todos los días, hasta el fin del mundo.

Apreciados hermanos y hermanas. Somos discípulos de Jesús, Maestro de Esperanza como el que más. Somos hijos de la “Iglesia en Salida”, enviados a llenar nuestras familias, nuestras parroquias, nuestros pueblos, nuestras ciudades y el mundo entero, con la buena noticia del amor que Dios, nuestro Padre, que nos dio a su Hijo Jesucristo para que sea nuestro salvador. El autor de los Hechos de los Apóstoles, con frecuencia nos dice en su escrito, que cada una de las “primeras misiones” que emprendió la “Iglesia en Salida” iba llenando, las ciudades y los pueblos, del Espíritu Santo, de la Palabra, de alegría y de Buenas Noticias. Los invito a que repitamos, a la salida de nuestro encierro, esta misma hazaña por todas partes. Ese será el gran impulso para hacer una Nueva tierra. Entre tanto, oremos por todos los misioneros de nuestra Iglesia, obispos, sacerdotes, diáconos, religiosos, religiosas y laicos, para que, con alegría y gozo, demos inicio a una nueva época de la Iglesia, de Colombia y de la humanidad. Y no se olviden de orar por mí.

Cordial y fraternal saludo.

Su obispo, +Jorge Enrique Jiménez Carvajal. Arzobispo de Cartagena

Cartagena, Miércoles 13 de mayo.