Banco Arquidiocesano de Alimentos

Queridos hermanos y hermanas: Buenos días.

Los cuatro Evangelios nos traen relatos sobre la multiplicación de los panes por parte de Jesús. Por eso los discípulos de Jesús fueron muy sensibles con respecto al hambre que padecían tantas personas en su tiempo. Y también por eso, los relatos que nos traen los Hechos de los Apóstoles nos dicen que uno de los elementos que distinguían a las primeras comunidades cristianas era que “en sus casas partían el pan, compartían la comida con alegría y sencillez sincera” (Hechos 2, 46) y que “nadie consideraba los bienes como propios sino que todo lo tenían en común” (Hechos 4,32).

Y es que Jesús no vive de espaldas a la gente. Nunca lo encontramos de espaldas a la gente  e indiferente al dolor de aquel pueblo: “ve el gentío; le da lástima y cura a los enfermos”. La experiencia de Dios, su Padre, le hace vivir aliviando el sufrimiento y saciando el hambre de aquellas pobres gentes. El tiempo pasa y Jesús sigue ocupado en curar. Los discípulos le interrumpen con una propuesta: “es muy tarde; lo mejor es despedir a aquella gente  y que cada uno “se compre” algo de comer”. No han aprendido nada de Jesús. Se desentienden de los hambrientos y los abandonan a su suerte: que se compren comida. ¿Qué harán quienes no pueden comprar?

Jesús les responde con una orden tajante: “denles ustedes de comer”! Frente al comprar, Jesús propone dar de comer. No lo puede decir de manera más clara.  Él vive gritando al Padre “danos hoy nuestro pan de cada día”! Papá Dios quiere que todos sus hijos e hijas tengan pan, también los que no tienen para comprar.

Entre la gente logran recoger cinco panes y dos peces. Para Jesús es suficiente: si compartimos lo poco que tenemos, se puede saciar el hambre de todos; incluso pueden sobrar doce cestos de pan. Esta es una alternativa: una sociedad más humana, capaz de compartir su pan con el hambriento, tendrá  recursos suficientes para todos.

En un mundo donde mueren de hambre millones de personas, los discípulos de Jesús solo podemos vivir avergonzados. Es triste decirlo, a los migrantes que llegan a Cartagena y a nuestras ciudades los despedimos como delincuentes porque vienen buscando pan. La mayoría vivimos sordos al clamor de los pobres, al clamor de los hambrientos, a su llamada, ocupados en nuestros propios intereses, comprando de manera desaforada lo que nos meten por los ojos la sociedad de consumo en los Centros Comerciales, y en celebraciones vergonzosas. Pienso yo así, cuando nos revelan los gastos increíbles de las bodas en nuestra ciudad.

Uno de los problemas más angustiosos en las aldeas de Galilea en tiempos de Jesús era el hambre y las deudas. Era lo que más hacía sufrir a Jesús, cuando los discípulos le pidieron que los enseñara a orar. A Jesús le salieron desde muy dentro las dos peticiones: “Padre, danos hoy el pan necesario!” “Padre: perdónanos nuestras deudas, pues también nosotros perdonamos a lo que nos deben algo”.

¿Qué podían hacer contra el hambre que los destruía  y contra las deudas que los llevaban a perder sus casas y sus tierras? Jesús veía con claridad la voluntad de Dios: compartir lo poco que tenían  y perdonarse mutuamente las deudas. Solo así nacería “una nueva manera de vivir”.

Los relatos de los Evangelios nos trasmitieron el recuerdo de una comida memorable con Jesús. Fue al descampado y tomó parte mucha gente. Es difícil reconstruir lo que sucedió. El recuerdo que quedó fue éste: entre la gente recogieron “cinco panes y dos peces”, pero compartieron lo poco que tenía y, con la bendición de Jesús, pudieron comer todos.

Al inicio del relato se produce un diálogo muy esclarecedor. Al ver que la gente tiene hambre, los discípulos proponen la solución más cómoda y menos comprometida: que vayan a las aldeas y se compren algo de comer, que cada uno resuelva sus problemas como pueda. Jesús les replica llamando a la responsabilidad: “denles ustedes de comer”, no dejen a los hambrientos abandonados a su suerte.

No lo hemos de olvidar. Si vivimos a espaldas de los hambrientos del mundo, perdemos nuestra identidad cristiana; no somos fieles a Jesús. Sin duda que a nuestras celebraciones eucarísticas les faltan compasión. Y hay pocos espacios para pensar en los hambrientos y en los que sufren. Preocupa que nos sigamos llamando “discípulos de Jesús”.

Hay cosas urgentes. Lo primero es dejarnos afectar, más y más, por el sufrimiento de quienes no saben lo que es vivir con pan y con dignidad. Lo segundo, comprometernos  en iniciativas concretas, al inicio quizás pequeñas, que nos enseñen a compartir y nos identifiquen más con el estilo de Jesús.

La pandemia que sufrimos y la cuarentena a que nos ha sometido nos hace escuchar en este momento, cada día más, la multiplicación de la pobreza en Cartagena, en el departamento, en el país y en el mundo. Y ya estamos viendo escenas en que el clamor se vuelve amenazante. El virus del hambre es también exponencial, como el coronavirus. Urgen respuestas concretas. Y ya. Hay varias, gracias a Dios. Pero no dan abasto. Ni dan espera. Porque el hambre no da espera. Como el virus.

El Banco Arquidiocesano de Alimentos, ya con 17 años de servicio, quiere ser una posibilidad de solidaridad en “estos tiempos difíciles”. Es una experiencia buena, que da confianza a los donantes y a los hambrientos. Hay que compartir. Todos estamos interpelados frente a la situación de hambre que se vive y que es creciente. Con el Banco de Alimentos les estamos dando una oportunidad para compartir. Como en tiempos de Jesús no podemos decirles a los hambrientos “vayan a comprar”. Son muchísimos los que no tienen con qué. Escuchemos la tajante orden de Jesús: “Denles ustedes de comer”!

“Banco Arquidiocesano de Alimentos de Cartagena”. Para donantes: Pastoral Social de la Arquidiócesis de Cartagena, Puedes escribirnos a nuestros correos: «donacionesbancoalimentosctg@gmail.com» y «bancoalimentoscartagena@gmail.com» o al WhatsApp 3205498403 o llamarnos al (5) 6537845, Cuenta corriente Bancolombia No. 08500014808. Para solicitudes de solidaridad: diríjase a su parroquia y a través de ella misma estamos distribuyendo las donaciones.

Esta es la realidad hoy: hay muchos donantes pero hay muchos más hambrientos. Ayúdenos. Y no olviden la orden de Jesús: “Denles de comer”!

No hay duda, una actitud que se tiene que volver “viral” en la nueva Cartagena y en “los Cielos nuevos y las Tierras nuevas” que están apareciendo ahora, es la solidaridad, ya. El tiempo apremia. También nos cogió improvisados. ¡Comparte cuanto antes!

Los recuerdo a todos con mucho cariño. Oren por mí.

Su Obispo: +Jorge Enrique Jiménez Carvajal, arzobispo.   

Señor Juan Gossaín