Rostro Solidario (5)

Apreciados Hermanos y Hermanas, muy buenos días.

Una pregunta que se repite, en estos días de la extensión del “encierro”, es cuales de los temas que hemos venido reflexionando serán prioritarios en el momento en que asumamos la construcción de “la nueva tierra”, donde viva la justicia. Hemos venido señalando varios y a veces de manera repetida. Por ejemplo la solidaridad. Y ciertamente sobre ella hay mucho que abundar. Un “nuevo modo de vivir” exige que las ciudades, los pueblos, los países, el mundo, la Iglesia, la sociedad tengan un definido “rostro solidario”. Es imposible que el rostro de cada una de estas realidades e instituciones siga siendo la desigualdad, la exclusión, la injusticia, “la brecha entre ricos y pobres”, la miseria, el hambre, la desnutrición…No será fácil pero definitivamente hay que cambiar todo esto.

«25En esto un doctor de la ley se levantó y, para ponerlo a prueba, le preguntó: Maestro, ¿qué debo hacer para heredar la vida eterna? 26Jesús le contestó: ¿Qué está escrito en la ley? ¿Qué es lo que lees? 27Respondió: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas, con toda tu mente, y al prójimo como a ti mismo.

28Entonces le dijo: Has respondido correctamente: obra así y vivirás. 29Él, queriendo justificarse, preguntó a Jesús: ¿Y quién es mi prójimo? 30Jesús le contestó: Un hombre bajaba de Jerusalén a Jericó. Tropezó con unos asaltantes que lo desnudaron, lo hirieron y se fueron dejándolo medio muerto. 31Coincidió que bajaba por aquel camino un sacerdote y, al verlo, pasó de largo. 32Lo mismo un levita, llegó al lugar, lo vio y pasó de largo. 33Un samaritano que iba de camino llegó a donde estaba aquel hombre, lo vio y se compadeció. 34Le echó aceite y vino en las heridas y se las vendó. Después, montándolo en su cabalgadura, lo condujo a una posada y lo cuidó. 35Al día siguiente sacó un dinero, se lo dio al dueño de la posada y le encargó: Cuida de él, y lo que gastes de más te lo pagaré a la vuelta. 36¿Quién de los tres te parece que se portó como prójimo del que cayó en manos de los asaltantes? 37Contestó: El que lo trató con misericordia. Y Jesús le dijo: anda y haga lo mismo». (Lucas 10, 25-37)

La parábola del Buen Samaritano en el Evangelio de San Lucas (10, 25-37) es una exhortación a cambios profundos en la sociedad en que vivimos. La escena que ha provocado la parábola es la siguiente: «¿Qué he de hacer para entrar en la vida eterna?». El camino no es saber doctrinas, ni proponer ideologías, ni solamente hacer un acto de misericordia pasajero, sino que lo principal es el amor a Dios y al prójimo. El único camino, en último término es el amor, y un amor concreto al necesitado, al pobre, como opción preferencial. La parábola nos descubre también que las exigencias del amor cristiano son ilimitadas. El amor cristiano no excluye a nadie, nos debemos a toda persona que nos necesite. Por lo tanto, reducir el amor cristiano a los límites de mi pueblo, de mi raza, mi religión, mi ideología, mi familia, mi clase social…no es una actitud cristiana. La postura verdaderamente cristiana es la de un amor universal que no excluye a nadie. Como el “buen samaritano”, no nos podemos avergonzar de tocar las heridas de los que sufren; más aún, hay que curarlas con obras concretas de amor.

Hoy la pobreza cambia continuamente de rostro. Es más, uno de los más dolorosos descubrimientos que ha hecho aflorar “la pandemia”  son los nuevos rostros de la pobreza. Casi no existe nación que se escape de esos rostros; en la mayoría de los pueblos de la tierra “son tragedia”, “vergüenza” y “drama”. Aquellos barrios, pueblos y ciudades que considerábamos poderosos e inmunes a situaciones de necesidades materiales, sicológicas y espirituales hoy nos muestran una realidad similar a la de los países que arrastran “pobrezas históricas”.

La parábola del “buen samaritano” le salió a Jesús del corazón, pues caminaba por Galilea muy atento a los mendigos  y enfermos que veía en las cunetas de los caminos. Quería enseñar a todos a caminar por la vida  con “compasión”, pero pensaba sobre todo en quienes tenían una responsabilidad social y/o religiosa. No basta que en la Iglesia o en la ciudad haya instituciones, organismos y personas que están junto a los que sufren. Es toda la Iglesia y toda la sociedad las que han de aparecer públicamente como las instituciones más sensibles con los que sufren social, física y moralmente.

Si a los discípulos de Jesús no se les conmueven las entrañas ante los heridos de las cunetas, lo que hagan y lo que digan será irrelevante. Solo el amor cristiano puede hacer hoy a los discípulos de Jesús más humanos y creíbles.

Desde la fe cristiana hemos de decir que la misericordia es la única reacción verdaderamente humana ante el sufrimiento ajeno que, una vez interiorizada, se convierte en principio de actuación y de ayuda solidaria a quien sufre. La misericordia es una actitud radical de amor que ha de inspirar la actuación del ser humano ante el sufrimiento del otro.

El relato del “buen samaritano” no es una parábola más, sino la que mejor expresa, según Jesús, qué es verdaderamente humano. El samaritano es una persona que ve en su camino a quien está herido, se acerca, reacciona con misericordia y le ayuda en lo que puede. Esta es la única manera de ser humano: reaccionar con misericordia. Por el contrario, “dar un rodeo” ante quien sufre es vivir deshumanizado.

La misericordia es el principio fundamental de la actuación de Dios y lo que configura toda la vida, la misión y el destino de Jesús. Ante el sufrimiento, nada hay anterior  a la misericordia. Ella es lo primero y lo último. Es el principio al que debemos subordinar lo demás, en la Iglesia y en la sociedad.

Una Iglesia verdadera es ante todo una Iglesia que se parece a Jesús. Y una Iglesia que se parece a Jesús tendrá que ser necesariamente una Iglesia “samaritana” que reacciona frente al sufrimiento de la gente con misericordia. Esto es lo que exige la gente hoy a los discípulos de Jesús y a su Iglesia: que tenga entrañas de misericordia, que no discrimine a nadie, que no de rodeos frente a los sufren, y que ayude a quienes padecen heridas físicas, morales y espirituales.

En fin, si queremos ser discípulos de Jesús hemos de releer la parábola del “buen samaritano” y hacer nuestros los mismos sentimientos que afloraron en él, cuando encontró a quien había caído en manos de bandidos y que lo habían dejado medio muerto. “Vaya y haga lo mismo”, es la orden de Jesús. Lo que vale en cada caso y en todos los casos es “tener un rostro de misericordia”. Lo que vale en cada caso y en todos es que cada uno de nosotros, nuestra familia, nuestra Iglesia, nuestra ciudad, nuestra sociedad “tengan un rostro de misericordia” y también “los mismos sentimientos que tuvo Cristo Jesús”. Entonces justificaremos el “encierro” que tanto nos ha hecho sufrir.

Sin duda que los desafíos tan apremiantes que tenemos en este campo también exigen cambios en las estructuras del sistema económico que tenemos en la sociedad actual. Pero no serán suficientes si antes no hay un cambio en nuestras actitudes. El motor tiene que ser un amor “a la manera de Jesús” y “rostros misericordiosos” a la manera de Dios nuestro Padre.

Apreciados hermanos y hermanas, por ahí tendrán que pasar “necesariamente” los cambios que tendremos que producir en esta sociedad y en esta Iglesia. No demos rodeos, ¡manos a la obra! Este es el camino que debe recorrer todo discípulo en la Iglesia de Cartagena. Y así tiene que ser nuestra Iglesia Arquidiocesana: ¡llena de misericordia! Que esa sea intención de hoy en nuestra Eucaristía. Y no se olviden de orar.

Cordial y fraternal saludo.

Su obispo, +Jorge Enrique Jiménez Carvajal. Arzobispo de Cartagena

Cartagena, viernes 15 de mayo.