Queridos hermanos y hermanas, !buenos días!

En este nuestro camino de catequesis que estamos haciendo sobre los vicios y las virtudes, hoy nos detenemos en el vicio de la gula.

¿Qué nos dice el Evangelio al respecto? Miremos a Jesús. Su primer milagro, en las bodas de Caná, revela su simpatía por las alegrías humanas: se preocupa de que la fiesta termine bien y regala a los novios una gran cantidad de vino delicioso. En todo su ministerio, Jesús aparece como un profeta muy diferente del Bautista: si Juan es recordado por su ascesis -comía lo que encontraba en el desierto-, Jesús es en cambio el Mesías que a menudo vemos en la mesa. Su comportamiento provoca escándalo en algunos, porque no solo Él es benévolo con los pecadores, sino que incluso come con ellos; y este gesto demostraba su voluntad de comunión y cercanía con todos.

Pero también hay algo más. Mientras que la actitud de Jesús hacia los preceptos judíos nos revela su plena sumisión a la Ley, Él, sin embargo, se muestra comprensivo con sus discípulos: cuando estos son sorprendidos en falta, porque teniendo hambre recogen espigas de trigo en sábado, Él los justifica, recordando que también el rey David y sus compañeros, al encontrarse en necesidad, habían comido panes sagrados (cf. Mc  2,23-26). Y Jesús afirma un nuevo principio: los invitados a la boda no pueden ayunar cuando el novio está con ellos; ayunarán cuando el novio les sea arrebatado. Ahora todo es relativo a Jesús. Cuando Él está en medio de nosotros, no podemos estar de luto; pero en la hora de su pasión, entonces sí, ayunamos (cf. Mc  2,18-20). Jesús quiere que estemos alegres en su compañía -Él es el Esposo de la Iglesia-; pero también quiere que participemos en sus sufrimientos, que son también los sufrimientos de los pequeños y de los pobres.

Otro aspecto importante. Jesús elimina la distinción entre alimentos puros y alimentos impuros, que era una distinción hecha por la ley judía. En realidad -enseña Jesús- no es lo que entra en el hombre lo que lo contamina, sino lo que sale de su corazón. Y diciendo así «purificaba todos los alimentos» (Mc  7,19). Por eso el cristianismo no contempla alimentos impuros. Pero la atención que debemos tener es la interior: por lo tanto, no en la comida en sí, sino en nuestra relación con ella. Y Jesús sobre esto dice claramente que lo que hace la bondad o la maldad, digamos, de un alimento, no es el alimento en sí, sino la relación que tenemos con él. Y nosotros lo vemos, cuando una persona tiene una relación desordenada con la comida, miramos cómo come, come con prisas, como con las ganas de saciarse y nunca se sacia, no tiene una buena relación con la comida, es esclavo de la comida.

Esta relación serena que Jesús ha establecido con respecto a la alimentación debería ser redescubierta y valorizada, especialmente en las sociedades del llamado bienestar, donde se manifiestan tantos desequilibrios y tantas patologías. Se come demasiado, o demasiado poco. A menudo se come en soledad. Se propagan los trastornos de la alimentación: anorexia, bulimia, obesidad… Y la medicina y la psicología tratan de lidiar con la mala relación con la comida. Una mala relación con los alimentos produce todas estas enfermedades.

Estas son enfermedades, a menudo muy dolorosas, que en su mayoría están relacionadas con los tormentos de la psique y el alma. La alimentación es la manifestación de algo interior: la predisposición al equilibrio o la desmesura; la capacidad de agradecer o la arrogante pretensión de autonomía; la empatía de quien sabe compartir la comida con el necesitado, o el egoísmo de quien acumula todo para sí. Esta pregunta es muy importante: dime cómo comes, y te diré qué alma tienes. En la forma de comer se revela nuestra interioridad, nuestros hábitos, nuestras actitudes psíquicas.

Los antiguos Padres llamaban al vicio de la gula con el nombre de “gastrimargia”, término que se puede traducir como “locura del vientre”. La gula es una “locura del vientre”. Y también está este proverbio: que debemos comer para vivir, no vivir para comer. La gula es un vicio que se inserta precisamente en una de nuestras necesidades vitales, como la alimentación. Tengamos cuidado con esto.

Si lo leemos desde un punto de vista social, la gula es quizás el vicio más peligroso, que está matando al planeta. Porque el pecado de quien cede ante un trozo de pastel, en definitiva, no causa grandes daños, pero la voracidad con la que nos hemos desatado, desde hace algunos siglos, hacia los bienes del planeta está comprometiendo el futuro de todos. Nos abalanzamos sobre todo, para convertirnos en dueños de todo, mientras que todo había sido entregado a nuestra custodia, ¡no a nuestra explotación! He aquí, pues, el gran pecado, la furia del vientre: hemos abjurado del nombre de hombres, para asumir otro, “consumidores”. Y hoy se dice así en la vida social: los “consumidores”. Ni siquiera nos hemos dado cuenta de que alguien ha empezado a llamarnos así. Estamos hechos para ser hombres y mujeres “eucarísticos”, capaces de dar gracias, discretos en el uso de la tierra, y en cambio el peligro es convertirse en depredadores, y ahora nos estamos dando cuenta de que esta forma de “gula” ha hecho mucho daño al mundo. Pidamos al Señor que nos ayude en el camino de la sobriedad, y que las diversas formas de gula no se apoderen de nuestra vida.