Carta del cardenal Parolin a nombre de Papa Francisco a los obispos y al pueblo de Colombia

 Mons. Luis Castro Quiroga, I.M.C.

Arzobispo de Tunja y Presidente de la Conferencia Episcopale de Colombia
El Santo Padre agradece vivamente al Episcopado colombiano las expresiones de sincero afecto colegial manifestadas en la carta que le han dirigido recientemente, y con inmenso gusto y cariño desea ahora dirigirse al amado Pueblo colombiano.
En las diversas ocasiones en que ha visitado esa hermosa tierra, ha admirado siempre la alegría y la laboriosidad de sus habitantes, así como la vitalidad evangelizadora de la Iglesia. También es consciente de la importancia crucial del momento presente en el que, con esfuerzo renovado y movidos por la esperanza, están buscando construir una sociedad más justa y fraterna: una sociedad en paz.

 Para ello, debe moverlos, ante todo, la alegría de hacer presente Jesucristo, «Príncipe de la Paz», el único que hace posible la reconciliación, en medio de tantos sufrimientos y divisiones.
Su Santidad los invita a ser colaboradores en la obra de la paz que nace del amor di Dio por la humanidad. A seguir trabajando en favor de la justicia, de la fraternidad, de la solidaridad, del diálogo y del entendimiento, que son fundamentos de la construcción de una sociedad renovada. A luchar sin descanso contra toda forma de injusticia, de inequidad, de corrupción, de exclusión, males que destruyen la vida misma de la sociedad.

La construcción de la paz es un proceso complejo, que no se agota en espacios o en planes de corta duración. Hay que arriesgarse a cimentar la paz desde las víctimas, con un compromiso permanente para que se restaure la dignidad, se reconozca su dolor y se repare el daño sufrido. El Papa manifiesta gran afecto, cercanía y solidaridad, a quienes han padecido las consecuencias del conflicto armado en todas sus expresiones.
Hay que forjar la paz desde quienes viven la marginalidad y la pobreza extrema, desde quienes no son incluidos en la sociedad.
Edificar una paz estable y duradera significa también trabajar por unas sanas relaciones en las familias, afectadas hoy por preocupantes situaciones de violencia para que, trasformadas por la fuerza del Evangelio, sean semilla y escuela di una cultura de paz y de reconciliación.

 Se ha de seguir adelante animando su compromiso con los desplazados, con los sobrevivientes de las minas antipersona, con quienes han sufrido el despojo de sus bienes, con los secuestrados, con todas las personas que han padecido en diversas formas, y también con las víctimas de décadas de injusticia, inequidad y marginación

 No hay que perder el ánimo y la esperanza ante las dificultades que esta tarea encierra y seguir trabajando por la verdad, la justicia, la reparación y las garantías de no repetición.
Es preciso asumir el riesgo de convertir toda la Iglesia, cada parroquia y cada institución, en un «hospital de campo», en el lugar seguro en el que se puedan reencontrar quienes experimentaron las atrocidades y quienes actuaron desde la orilla de la violencia. Que en la Iglesia todos hallen sanación y oportunidades para recuperar la dignidad perdida o arrebatada. Que allí se haga posible el arrepentimiento, el perdón y la decisión de no reproducir nuevamente la cadena de la violencia. Que aquellos que actuaron desde la violencia, allí puedan reconocer las dolorosas consecuencias de sus acciones, con las cuales no solamente han hecho daño a las víctimas, sino que han herido asimismo su propia dignidad humana. Que este «hospital» abarque las periferias de dolor, muchas veces también de resentimiento y de odio, que se generan en todos los conflictos, desde los familiares hasta los de mayor envergadura.
El Santo Padre desea trasmitir estas reflexiones al amado pueblo colombiano, a sus pastores y a sus autoridades, en espera de poder encontrarlos pronto, durante uno de sus viajes a América Latina, para llevarles personalmente el mensaje de paz de Cristo, el Señor.

 Que estas consideraciones lleguen en Semana Santa, tiempo de gracia y reflexión, es una invitación a confiar en las llagas gloriosas de Cristo y una exhortación a descubrir, en el rostro desgarrado del Señor, el anuncio de su resurrección, certeza de vida y de paz, de justicia y de reconciliación, y fuente de esperanza. Que la celebración de la pasión, muerte y resurrección del Señor dé frutos de reconciliación entre los hijos e hijas de ese país, con la esperanza cierta de la superación de las violencias y del mal que les ha afectado a lo largo de décadas.

 Su Santidad el Papa Francisco ruega a Nuestra Señora de Chiquinquirá, que aliente la esperanza de todos los colombianos, a los que bendice de corazón.

   Cardenal Pietro Parolin

Secretario de Estado de Su Santidad

Vaticano, 31 de marzo 2015.