Una escena que recuerda la dura reprensión del Hijo del hombre en el juicio final: “tuve hambre y no me diste de comer, tuve sed y no me diste de beber, estaba desnudo y no me vestiste” (Mt 25,42-43). Con ella, el Papa Francisco siguió explicando, a través de la parábola del rico y del pobre Lázaro, cómo Jesús ha llevado la Misericordia hasta su pleno cumplimiento, no sin dejar en claro aquello que Lázaro representa: “el grito silencioso de los pobres de todos los tiempos y la contradicción de un mundo en el cual inmensas riquezas y recursos, están en manos de pocos”.

“Queridos hermanos y hermanas. La parábola del rico epulón y del pobre Lázaro presenta dos modos de vivir que se contraponen. El rico disfruta de una vida de lujo y derroche; en cambio, Lázaro está a su puerta en la más absoluta indigencia, y es una llamada constante a la conversión del opulento, que este no acoge”.

 

Si excluimos al pobre, excluimos a Dios. En la catequesis impartida en italiano, el pontífice nota un particular en la parábola: el rico no tiene nombre, mientras el nombre del pobre se repite cinco veces. Lázaro significa “Dios ayuda”, dice Francisco, e indica que al excluir a Lázaro, el rico no está considerando ni al Señor ni a su Ley:

 

“La situación se invirtió para ambos después de la muerte. El rico fue condenado a los tormentos del infierno, no por sus riquezas, sino por no compadecerse del pobre. En su desgracia, pidió ayuda a Abrahán, con quien estaba Lázaro. Pero su petición no pudo ser acogida, porque la puerta que separaba al rico del pobre en esta vida se había transformado después de la muerte en un gran abismo”.

 

He aquí la clave de lectura. Porque bienes y males fueron distribuidos de modo de compensar la injusticia terrena, aquella puerta que separaba al rico del pobre en la tierra, después de la muerte se convierte en “un abismo”, explicó Francisco, al señalar que es el mismo Abrahán quien da la clave de lectura en la parábola, cuando declara imposible atender el pedido del hombre rico. “Mientras ambos estaban con vida, había posibilidad de salvación” afirma el Papa, a la vez que indica que la parábola nos pone claramente en guardia: “la misericordia de Dios está unida a la nuestra con el prójimo”. “Si yo no abro las puertas de mi corazón al pobre, esa puerta, permanece cerrada también para Dios. Y esto es terrible”.

 

“Esta parábola -continuó diciendo en nuestro idioma- ,nos enseña que la misericordia de Dios con nosotros está estrechamente unida a la nuestra con el prójimo;  cuando falta nuestra misericordia con los demás, la de Dios no puede entrar en nuestro corazón cerrado. Dios quiere que lo amemos a través de aquellos que encontramos en nuestro camino”.

 

Para convertirnos no tenemos que esperar eventos prodigiosos. Concluyendo la catequesis en italiano, el Obispo de Roma hace referencia al final de la parábola, cuando el rico piensa en sus hermanos y pide a Abrahán que Lázaro regrese al mundo para advertirlos, y a aquello que Abrahán les responde: “tienen a Moisés y a los profetas, que los escuchen”. “Para convertirnos no debemos esperar eventos prodigiosos sino abrir el corazón a la Palabra de Dios, que nos llama a amar a Dios y al prójimo”. “Ningún mensajero y ningún mensaje podrán sustituir a los pobres que encontramos en el camino, porque en ellos viene a nuestro encuentro el mismo Jesús”.