Palabras de ordenación del Diácono Rafael López Castro
Muy estimados Señor arzobispo y Padre, Monseñor Francisco Javier Múnera Correa, Monseñor y Padrino Monseñor Carlos José Ruiseco, Monseñor Ugo Puccini Banfi, Señor Cardenal Jorge Jiménez, muy unidos en la distancia. Queridos hermanos sacerdotes, muy amados hermanos seminaristas, queridos hermanos y amigos de las distintas parroquias, benefactores, oferentes y todos aquellos hermanos que se unen en las transmisiones mediante las plataformas digitales de la Arquidiócesis de Cartagena.
Un día como hoy 22 de junio, pero del año 1902 es consagrada nuestra nación Colombia al Sagrado Corazón de Jesús por parte de monseñor Bernardo Herrera Restrepo, arzobispo de Bogotá. Esta consagración fue una súplica nacional por el fin de la Guerra de los mil días que acechaba nuestro país desde el año de 1899.
El pasado 6 de junio, en las vísperas de la Solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús, la Iglesia me llamaba por medio del Señor arzobispo, Monseñor Francisco Javier, al orden ministerial de los diáconos.
Para mí, el hecho de ser llamado en las vísperas del corazón de Jesús y recibir este ministerio, justo en la conmemoración de los 122 años de la consagración nacional, lo considero un regalo de Dios y un llamado directo a seguir bebiendo de la espiritualidad del corazón de Jesús que ha transversalizado toda mi vida.
Recibir este Santo ministerio de manos de mi arzobispo Metropolitano en esta, nuestra Catedral Basílica Metropolitana, es un detalle del cielo, no solo por lo que significa este lugar para mí, sino por cada uno de ustedes que están presentes aquí.
Hoy también cumplo 7 años y cinco meses de haber ingresado al seminario. El 22 de enero del año 2017 ingresé junto con 31 hermanos por las puertas del corazón de la provincia, el seminario provincial San Carlos Borromeo, lugar por el que arde mi corazón.
Gracias en primer lugar le doy a Dios, que me ha llamado desde mis miserias y poquedades.
Agradezco profundamente a mi familia por su acompañamiento y su cercanía. A mis padres por darme la vida, y muy en especial a mis abuelos por educarme en la fe y por permitirme conocer a Jesús. Después de Dios y la Iglesia a ustedes les debo todo.
¡Gracias Iluminada Romero por tu amor por tu cariño y tu dedicación!
Gracias a los arzobispos que han marcado mi vida y vocación, Monseñor Carlos José el arzobispo de mi infancia, Cardenal Jorge Jiménez quien me recibió en el Seminario y Monseñor Francisco Javier, quien me ha confiado este inmerecido orden del diaconado.
Agradezco a mis rectores, Padre Iván Ruiz, hoy mi párroco, al Padre Jorge Daguer, mi actual rector a todos los formadores que me acompañaron durante todo mi proceso vocacional. Y a mi promotor vocacional, amigo, padre, hermano y consejero Padre Edwing Marzán Portillo, que desde el cielo intercede por nosotros.
Dar gracias de manera particular a tantas personas sería algo necesario, pero por el temor de que se excluyan tantas y de extenderme más de lo que ya lo estoy haciendo, mejor no lo hago.
Agradezco en primer lugar a la comunidad parroquial del santuario de María de las gracias de Torcoroma mi parroquia de origen. Gracias por acogerme hace ya 18 años en el santuario y prepararme para recibir mi primera comunión, y desde ahí en adelante adoptarme como un hijo más de la comunidad parroquial.
A la comunidad de la capilla de Santa Clara de Asís lugar donde he vivido toda mi vida prácticamente y donde recibí las primeras enseñanzas en la fe.
Agradezco a las comunidades parroquiales: del Espíritu Santo en El Carmen de Bolívar, al santuario de Nuestra Señora de Carmen en el Carmen de Bolívar, Nuestra Señora de la Candelaria en Arjona, la Asunción de Santa María virgen en Galerazamba, Santa Catalina de Alejandría en Santa Catalina, San Juan Pablo Segundo en la zona norte, Cristo Rey en Crespo. Santa Catalina de Alejandría en Turbaco, San Juan Bosco en San Fernando, Simití sur de Bolívar, San Jacinto en San Jacinto Bolívar, Santa Lucía en el Guamo, San Juan de Nepomuceno en San Juan, Parroquia Divino Niño y Parroquia Nuestra Señora de Fátima en Villas de la candelaria, y Santa Rita de Casia donde actualmente resido. Con estas palabras agradezco a tantas personas que han estado cerca de mí con su oración con su ayuda, con su colaboración en todo lo que tiene que ver mi formación. Gracias infinitas, Dios les pague.
La dalmática es la vestidura propia de los diáconos. Esta, que hoy utilizo recoge un poco los sentimientos de la memoria agradecida, porque me considero hijo de la iglesia de este tiempo, y también corresponsable de la historia que hemos heredado.
La verticalidad de esta túnica representa la espiritualidad y la relación con Dios, está ornamentada con la estrella, la flor de Liz y el sol. La estrella simboliza a la Santísima Virgen María, la flor a San José y el sol a nuestro Señor Jesucristo. La grada superior tiene el Corazón de Jesús, fuente divina del amor de Dios, y la grada inferior la cruz que es la mayor expresión del amor de Jesús.
La horizontalidad de la dalmática simboliza las obras, tiene el barco que es obrar siempre con fe, el águila obrar con temor de Dios e inteligencia y la paloma obrar siempre con sabiduría. Y las orillas tienen unas conchas, que simbolizan el peregrinar cristiano. Ahora bien, la estrella la tomé del escudo de monseñor francisco Javier, el sol y las conchas del escudo de Monseñor Ruiseco, la flor de Liz del escudo de Monseñor Rubén Isaza, el corazón del escudo del Señor Cardenal Jorge Jiménez, el barco del escudo de monseñor José Ignacio López, la paloma de Monseñor Pedro Adán Brioschi y el águila de monseñor Biffi, de tal modo que también en ella están representada todos los arzobispos de Cartagena y el santo Obispo Eugenio Biffi.
Es un tributo a la historia de nuestra Iglesia de Cartagena en camino a celebrar sus primeros 500 años. No me queda más que encomendarme a sus oraciones de no soltarme y que oren por mi santificación y el descubrimiento continuo de Dios en la cotidianidad de mi vida.
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