PADRE RAFAEL CASTILLO: ¿CÓMO DEBEMOS COMULGAR?
Hoy, en cada parroquia, celebramos la solemnidad de Corpus Christi y, mañana, celebraremos, como Iglesia Arquidiocesana en la Plaza de Toros Cartagena de Indias, nuestra fiesta anual dedicada al Cuerpo y la Sangre del Señor, de la cual nadie está exento, por ser precisamente la Eucaristía el sacramento que hace la comunidad.
Con este sacramento, centro de la vida cristiana, y al cual nos hemos habituado a recibirlo desde niños, siempre está el riesgo de acercarnos a él de manera muy ligera, convirtiéndolo en un gesto rutinario y vacío carente de contenido para nuestra vida. Las palabras de aquel “centurión pagano”: “yo no soy digno de que entres en mi casa”, y que nosotros pronunciamos al comulgar, son una invitación a recibir al Señor de una manera más viva y renovada.
La liturgia nos prepara a la comunión rezando el Padrenuestro. Sintiéndonos hijos del mismo Padre, invocamos a Dios con las palabras que Jesús nos enseñó, pidiendo que «venga su Reino». Pedimos perdón y nos perdonamos unos a otros. De esa manera, el Padrenuestro, que aquí solemos cantarlo con las manos abiertas, o alzándolas hacia Dios, o tomados de la mano, nos configura como comunidad fraterna sostenida por el perdón y el amor. Qué bueno que mañana, en la fiesta arquidiocesana, sintamos que a comulgar no vamos de manera aislada, sino como comunidad reconciliada que celebra su encuentro con Jesucristo vivo.
Todo ello llena de sentido, el paso siguiente, que es el cálido abrazo de la paz. Gesto que rompe distancias, suprime rencores, acaba odios y acerca a los hermanos. A Jesús le pedimos, juntos, la paz y la unidad para esta Iglesia que es pecadora y creyente. Después, respondiendo a su invitación, nos damos fraternalmente la paz: un abrazo fuerte, un apretón de manos, un beso, una inclinación de cabeza o una sonrisa con los que no están tan cerca. Este saludo, no es un mero gesto de amistad sino la expresión más profunda de la paz que el Señor nos regala y nosotros nos comunicamos. Es un gesto que cierra las heridas, refuerza vínculos, reaviva la solidaridad y nos compromete a ser constructores de paz.
Después de cantar el “Cordero de Dios”, el sacerdote nos muestra el Pan eucarístico y nos invita a tomar parte en la Cena del Señor. Aquí, justamente, nos dirigimos hacia una comunión más honda con Cristo haciendo nuestra, la actitud humilde y confiada del Centurión: “Señor yo no soy digno”. En procesión, ordenada y pausada, nos acercamos con fe a comulgar.
El rito de la comunión finaliza con nuestro silencio agradecido, (el cual, según las clases de liturgia del padre Trujillo, debemos prolongar un poco más), y la oración conclusiva. Alimentados por el mismo Cristo somos enviados a trabajar por una Iglesia Arquidiocesana que debe seguir dando esperanza. ¡Los esperamos en la Fiesta Arquidiócesana a partir de la 1:00 PM!
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