Rostro Ministerial (3)

Apreciados Hermanos y Hermanas, muy buenos días.

En enero de 1.999, San Juan Pablo II nos hizo un importante anuncio en su Carta “Iglesia en América”: “En un mundo roto y deseoso de unidad es necesario proclamar con gozo y fe firme que Dios es Comunión, Padre, Hijo y Espíritu Santo, unidad en la distinción, el cual llama a todos los hombres y mujeres, a que participen de la misma comunión trinitaria. Es necesario proclamar que esta comunión es el proyecto magnífico de Dios Padre; que Jesucristo, que se ha hecho hombre, es el punto central de la misma comunión, y que el Espíritu Santo trabaja constantemente para crear la comunión y restaurarla cuando se hubiera roto”(No. 33).

Este es un Proyecto que ha acompañado el caminar de la Iglesia durante 2.000 años. Hemos sido llamados a ser discípulos de Jesús pero no solos, individualmente, sino en comunión, en comunidades concretas. La Iglesia en los primeros siglos vivió una florescencia de comunidades eclesiales, un poco por todas partes. Los apóstoles y todos los servidores de las primeras comunidades cristianas se dedicaron a fundar  y a acompañar comunidades. Pablo sobresalió por su creatividad para ir sembrado de pequeñas comunidades cada una de las Iglesias que iba formando a partir de la evangelización y la misión. Y esto ha acontecido, con diversos acentos en todas las épocas del caminar de nuestra Iglesia; en algunos momentos con más intensidad y en otros, con una buena dosis de parsimonia. Algo parecido vivimos hoy en las diversas Iglesias que caminan en América Latina, también en Colombia y también en la Iglesia de Cartagena.

El principio que da origen a esta realidad es muy sencillo: “El que quiera llegar a ser grande entre ustedes, que sea su servidor”. (Mateo 20, 26) Todos tenemos algo que aportar para la formación de las diferentes niveles de Iglesia: en la familia, como Iglesia Doméstica; en la pequeña comunidad eclesial, como animadora de un conjunto de familias; en la Parroquia, como comunión de comunidades; en la Iglesia diocesana, como espacio donde se concreta la Iglesia local y desde ella en una gran unidad donde se realiza la Iglesia universal. No pueden existir  brazos cruzados en la experiencia de la Comunión en la Iglesia Católica. La barca en la cual viajamos “juntos”, requiere que todos “rememos juntos”. El Espíritu Santo la impulsa y la acompaña “con sus dones” y carismas” pero cada uno tenemos una tarea que cumplir para que pueda ser un “Cuerpo” que enamore a quienes la conozcan y motive a subir a esa “barca”.

El camino del discípulo de Jesús necesariamente pasa por la experiencia de la comunidad porque nadie se salva solo. Formamos un solo Cuerpo en Cristo y sólo así se experimenta un crecimiento. Pero estar en la Iglesia y formar parte de ella le reclama al discípulo de Cristo un servicio, un ministerio. El Espíritu Santo es quien anima el Cuerpo de Cristo y lo llena de carismas y dones diversos. En medio de la diversidad, el Espíritu construye la unidad. Dentro del gran camino del discipulado hay entonces diversas sendas o vocaciones que el Espíritu va suscitando. Uno es el ministerio ordenado, otro el ministerio laical o el servicio eclesial. Ante el mundo, la Iglesia, que es comunidad de discípulos, debe reflejar el rostro de Jesús que no vino a ser servido sino a servir.

El ministerio no significa una promoción, ni un honor, ni una condecoración; es sencillamente un servicio que exige ampliar la mirada y ensanchar el corazón. Y, aunque parezca una paradoja, este poder mirar más lejos y amar más universalmente, con mayor intensidad, se puede adquirir solamente siguiendo el mismo camino del Señor: la vía del abajamiento y de la humildad, tomando forma de servidor [1] (cf. Flp 2, 5-8).

Somos la Iglesia Arquidiocesana de Cartagena que hace realidad el Rostro Ministerial de la Iglesia, comprometida en la promoción, formación inicial y formación permanente de los ministerios ordenados y de los ministerios instituidos en los laicos. Nuestra Iglesia dedica particular cuidado al acompañamiento del Presbiterio Diocesano, del Seminario Mayor y de la Pastoral Vocacional. Abre los espacios que requiere la Vida Consagrada para dar testimonio del amor total al Señor. Impulsa el acompañamiento y la formación de los laicos para que al interior de la Iglesia y al interior del mundo ofrezcan lo mejor de ellos al servicio del Reino de Dios y de la construcción de una sociedad justa y humana.

Como hemos podido comprobarlo en la lectura “continua” de los Hechos de los Apóstoles que hemos venido realizando en este tiempo de la Pascua de Jesús, en las primeras comunidades cristianas tenemos unos ejemplos fascinantes de Comunidades Ministeriales que hoy nos pueden motivar, como son el caso de la Comunidad de Antioquía y varias que el apóstol San Pablo nos dejó consignadas en algunas de sus Cartas. Escojo una, bastante conocida y siempre estimulante, la Comunidad de Corinto. Leámosla detenidamente y dejemos que nos motive.

Ustedes son el cuerpo de Cristo… “4Existen diversos dones espirituales, pero un mismo Espíritu; 5existen ministerios diversos, pero un mismo Señor; 6existen actividades diversas, pero un mismo Dios que ejecuta todo en todos. 7A cada uno se le da una manifestación del Espíritu para el bien común. 8Uno por el Espíritu tiene el don de hablar con sabiduría, otro según el mismo Espíritu el de enseñar cosas profundas, 9a otro por el mismo Espíritu se le da la fe, a éste por el único Espíritu se le da el don de sanación, 10a aquél realizar milagros, a uno el don de profecía, a otro el don de distinguir entre los espíritus falsos y el Espíritu verdadero, a éste hablar lenguas diversas, a aquél el don de interpretarlas. 11Pero todo lo realiza el mismo y único Espíritu repartiendo a cada uno como quiere. 12Como el cuerpo, que siendo uno, tiene muchos miembros, y los miembros, siendo muchos, forman un solo cuerpo, así también Cristo”. (1 Corintio 12, 4-12)

Apreciados hermanos y hermanas, al salir del “encierro”, nuestra Iglesia tendrá que ser más “servidora”, más ministerial, necesitaremos más “dones”, más “ministerios” y más “servicios” en ella. ¡Soñémosla!  Esto implica desinstalarnos y un nuevo “modo de vivir”. Es tiempo de prepararnos para los cambios que sean necesarios. Atrevámonos a hacerlo. ¡Vale la pena! Esta experiencia nos posibilitará entrar con Esperanza en la “nueva tierra”, que estamos llamados a construir. Pongamos imaginación: ¡qué hermoso un mundo lleno de discípulos de Jesús y de comunidades eclesiales más servidoras y más generosas, para ayudar a todos los hombres y mujeres, especialmente a los más pobres! Oremos al Señor Jesús, para que podamos vivir esta experiencia. Y no olviden de orar por mí.

Cordial y fraternal saludo.

Su obispo, +Jorge Enrique Jiménez Carvajal. Arzobispo de Cartagena

Cartagena, sábado 9 de mayo.


[1] PAPA FRANCISCO, Carta a los Cardenales, 13/01/2014