Apreciado hermanos y hermanas, buenos días.

La liturgia de nuestra Iglesia tiene dos días en el año dedicados a celebrar a San José, padre adoptivo de Jesús; el 19 de marzo bajo la advocación de San José, Esposo de Santa María Virgen y el 1 de mayo bajo la advocación de San José Obrero. Quisiera hacer una reflexión en  esta celebración sobre el problema del trabajo en estos momentos de pandemia. Sé que es un tema que golpea a un grupo muy importante de la población de nuestra Arquidiócesis y del mundo. Y no me siento suficientemente informado para hacer una reflexión al respecto. Les prometo que cuando la tenga, con mucho gusto se las compartiré. Sin embargo, no quiero pasar desapercibido la fecha de San José, Santo muy importante en nuestra Iglesia Católica. El patrocinio de San José, en estos tiempos de pandemia, es un recurso cercano e importante, para quienes hemos puesto el centro de nuestra vida en la persona de Jesús. San José fue una persona muy cercana a Jesús y la memoria que tenemos de él, en la Historia de nuestra Salvación, es su cercanía a Él. Esto me ha llevado a compartirles la siguiente reflexión sobre San José, con motivo de la fiesta del día de mañana.

A San José, se le presenta en los Evangelios como de la familia de David; el último eslabón de la cadena genealógica del Mesías. De él si se puede decir, con el Salmo que cantamos como meditación: “te fundaré un linaje perpetuo… le mantendré eternamente mi favor y mi alianza con él será estable” (Salmo 89, 5…29). Por ésta relación familiar con San José, se puede decir que Jesús se entronca con el linaje de David, como habían anunciado los profetas.

El Evangelio de San Mateo, nos presenta a San José como un hombre de fe, sencillo, respetuosos con el Plan de Dios. Sus dudas respecto a María, a la que decide abandonar discretamente, se han interpretado de un modo razonable. No es que pusiera en duda la honradez de María, sino que, al intuir el misterio que en ella se estaba cumpliendo por la intervención de Dios, se consideró indigno y quiso retirarse de la escena. El anuncio del Ángel, tendría este sentido: asegurarle que, a presar de ser el Espíritu de Dios el protagonista del misterio, él, José, tenía una misión que cumplir en los planes de Dios, para dar nombre a Jesús como padre, en la línea genealógica de David. La figura de San José aparece así todavía más cercana a nosotros: es su humildad la que le hace dudar y al mismo tiempo, su fe la que lo abre totalmente a Dios, para cumplir la misión que le encomienda.

Las enseñanzas que nos da San José son claras. Es un hombre de fe, abierto y dócil a los mensajes de Dios, que le llegan de modo misterioso; es el hombre justo y bueno que, como Abraham, cree en Dios y mantiene en todo momento la esperanza. Nos enseña a cumplir la misión que Dios nos encomienda a cada uno. Para él fue la de ser el custodio de Jesús y María: “le confiaste los primeros misterios de la Salvación. José es el administrador fiel y solícito en la familia de Dios” (Cfr. Lucas 12, 42). Todos nosotros tenemos una misión que cumplir, en nuestra familia, en nuestro trabajo, en nuestro ambiente social; en todos los estos ambientes, estamos llamados a colaborar a que la Buena Noticia de Jesús alcance a todos.

Jesús cumplió esta tarea desde la sencillez de su vida diaria. Lo que Dios nos pide, no es siempre un papel protagónica. San José, sin cosas espectaculares, supo ser fiel. Desde su vida sencilla y su trabajo de cada día, fue diciendo “sí” a Dios. Tampoco a nosotros la vivencia de la  pascua nos pide actitudes extraordinarias, sino la profundidad de las cosas sencillas y vitales.

Muchas veces, en nuestra vida, como en la de Abraham como en la de San José, se entrecruzan momentos de dificultad y duda. Junto a días de paz y alegría, hay otros de angustia y dolor. San José fue obediente también, cuando tuvo que emigrar o huir de la persecución; o llevar una vida escondida en Nazaret; o experimentar el dolor de la pérdida de su hijo en el templo; o desempeñar siempre un papel secundario en la historia. Fue generoso en su respuesta. “hizo lo que le había mandado el Ángel del Señor” (Mateo 1, 24).

Apreciados hermanos y hermanas, San José es un buen intercesor ante Jesús; persona muy cercana y de toda confianza. A él en esta fiesta de San José Obrero, oremos confiados y coloquemos en sus manos, las necesidades grandes que manejamos a nivel personal, familiar y social. No se olviden de orar por mí.

Su obispo, +Jorge Enrique Jiménez Carvajal. Arzobispo de Cartagena

Cartagena, abril 30 del 2020


ORACIÓN A SAN JOSÉ DEL PAPA FRANCISCO

San José,  protege a Colombia, este país nuestro.
Ilumina a los responsables del bien común, para que ellos sepan – como tú – cuidar a las personas a quienes se les confía su responsabilidad.
Da la inteligencia de la ciencia a quienes buscan los medios adecuados para la salud y el bienestar físico de los hermanos.
Apoya a quienes se sacrifican por los necesitados: los voluntarios, enfermeros, médicos, que están a la vanguardia del tratamiento de los enfermos, incluso a costa de su propia seguridad.
Bendice, San José, la Iglesia: a partir de sus ministros, conviértela en un signo e instrumento de tu luz y tu bondad.
Acompaña, San José, a las familias: con tu silencio de oración, construye armonía entre padres e hijos, especialmente en los más pequeños.
Preserva a los ancianos de la soledad: asegura que ninguno sea dejado en la desesperación por el abandono y el desánimo.
Consuela a los más frágiles, alienta a los que flaquean, intercede por los pobres.
Con la Virgen Madre, suplica al Señor que libere al mundo de cualquier forma de pandemia.
Amén.