Apreciados hermanos y hermanas, buenos días.

La oración del Santo Rosario, ha acompañado muchos siglos de la historia de nuestra Iglesia Católica, en especial durante el segundo milenio de nuestra era. Sabemos que quién más la impulsó y la propagó fue Santo Domingo de Guzmán(1170 – †1221). Algunos historiadores consideran que el Rosario fue aún anterior a Santo Domingo. Sabemos igualmente, que la oración del Santo Rosario ha acompañado de manera especial momentos difíciles de la humanidad, en especial que han tenido que ver con la paz del mundo o de alguna región y con el tema de la familia. El Papa Francisco, nos acaba de dirigir una muy corta carta, en la cual nos señala: “se aproxima el mes de mayo, en el que el pueblo de Dios manifiesta con particular intensidad, su amor y devoción a la Virgen María. En este mes, es tradición rezar el Rosario en casa, con la familia. Las restricciones de la pandemia nos han obligado a valorizar ésta dimensión doméstica, también desde el punto de vista espiritual. Por eso he pesado, proponerles a todos, que redescubramos la belleza de rezar el Rosario en Familia, durante el mes de mayo”. (Papa Francisco, Carta para el mes de mayo 2020)

El Papa Francisco señala en su carta, que su sugerencia la fundamenta sobre todo, en que hay “un secreto para orar con el Rosario: la sencillez”. Yo los invito a que acojamos la propuesta que nos hace el Papa Francisco y sea, junto con la Santa Eucarística virtual, las dos oraciones que privilegiemos hasta la salida del “encierro”. La oración del Rosario de la Virgen María, nos va a conducir a la salida de la “cuarentena” y al inicio de, seguramente, una nueva época del mundo y ciertamente, de nuestra vida personal y familiar.

Como una ayuda, para realizar este camino espiritual mariano, los invito a que nos ayudemos, de la Carta de San Juan Pablo II “el Rosario de la Virgen María”, publicada en el año 2002. El magisterio, de los últimos Papas, a partir de León XIII sobre el Rosario es especialmente rico. Pero creo que el que más nos puede ayudar, es la Carta del Papa San Juan Pablo II. A continuación quisiera compartir con ustedes, parte del capítulo 1ero de dicha carta, que tiene como título “Contemplar a Cristo con María”. Una lectura pausada, ciertamente nos va a motivar a que nuestros ojos y nuestro corazón, se mantengan fijos en el Rostro de Jesucristo Resucitado, nuestra Esperanza y nuestra Salvación hoy.

Un rostro brillante como el sol

9. «Y se transfiguró delante de ellos: su rostro se puso brillante como el sol» (Mt 17, 2). La escena evangélica de la transfiguración de Cristo, en la que los tres apóstoles Pedro, Santiago y Juan aparecen como extasiados por la belleza del Redentor, puede ser considerada como icono de la contemplación cristiana. Fijar los ojos en el rostro de Cristo, descubrir su misterio en el camino ordinario y doloroso de su humanidad, hasta percibir su fulgor divino manifestado definitivamente en el Resucitado glorificado a la derecha del Padre, es la tarea de todos los discípulos de Cristo; por lo tanto, es también la nuestra. Contemplando este rostro nos disponemos a acoger el misterio de la vida trinitaria, para experimentar de nuevo el amor del Padre y gozar de la alegría del Espíritu Santo. Se realiza así también en nosotros la palabra de san Pablo: «Reflejamos como en un espejo la gloria del Señor, nos vamos transformando en esa misma imagen cada vez más: así es como actúa el Señor, que es Espíritu» (2 Co 3, 18).

María modelo de contemplación

10. La contemplación de Cristo tiene en María su modelo insuperable. El rostro del Hijo le pertenece de un modo especial. Ha sido en su vientre donde se ha formado, tomando también de Ella una semejanza humana que evoca una intimidad espiritual ciertamente más grande aún. Nadie se ha dedicado con la asiduidad de María a la contemplación del rostro de Cristo. Los ojos de su corazón se concentran de algún modo en Él ya en la Anunciación, cuando lo concibe por obra del Espíritu Santo; en los meses sucesivos empieza a sentir su presencia y a imaginar sus rasgos. Cuando por fin lo da a luz en Belén, sus ojos se vuelven también tiernamente sobre el rostro del Hijo, cuando lo «envolvió en pañales y le acostó en un pesebre» (Lc 2, 7).

Desde entonces su mirada, siempre llena de adoración y asombro, no se apartará jamás de Él. Será a veces una mirada interrogadora, como en el episodio de su extravío en el templo: « Hijo, ¿por qué nos has hecho esto? » (Lc 2, 48); será en todo caso una mirada penetrante, capaz de leer en lo íntimo de Jesús, hasta percibir sus sentimientos escondidos y presentir sus decisiones, como en Caná (cf. Jn 2, 5); otras veces será una mirada dolorida, sobre todo bajo la cruz, donde todavía será, en cierto sentido, la mirada de la ‘parturienta’, ya que María no se limitará a compartir la pasión y la muerte del Unigénito, sino que acogerá al nuevo hijo en el discípulo predilecto confiado a Ella (cf. Jn 19, 26-27); en la mañana de Pascua será una mirada radiante por la alegría de la resurrección y, por fin, una mirada ardorosa por la efusión del Espíritu en el día de Pentecostés (cf. Hch 1, 14).

Los recuerdos de María

11. María vive mirando a Cristo y tiene en cuenta cada una de sus palabras: «Guardaba todas estas cosas, y las meditaba en su corazón» (Lc 2, 19; cf. 2, 51). Los recuerdos de Jesús, impresos en su alma, la han acompañado en todo momento, llevándola a recorrer con el pensamiento los distintos episodios de su vida junto al Hijo. Han sido aquellos recuerdos los que han constituido, en cierto sentido, el ‘rosario’ que Ella ha recitado constantemente en los días de su vida terrenal.

Y también ahora, entre los cantos de alegría de la Jerusalén celestial, permanecen intactos los motivos de su acción de gracias y su alabanza. Ellos inspiran su materna solicitud hacia la Iglesia peregrina, en la que sigue desarrollando la trama de su ‘papel’ de evangelizadora. María propone continuamente a los creyentes los ‘misterios’ de su Hijo, con el deseo de que sean contemplados, para que puedan derramar toda su fuerza salvadora. Cuando recita el Rosario, la comunidad cristiana está en sintonía con el recuerdo y con la mirada de María.

El Rosario, oración contemplativa

12. El Rosario, precisamente a partir de la experiencia de María, es una oración marcadamente contemplativa. Sin esta dimensión, se desnaturalizaría, como subrayó Pablo VI: «Sin contemplación, el Rosario es un cuerpo sin alma y su rezo corre el peligro de convertirse en mecánica repetición de fórmulas y de contradecir la advertencia de Jesús: «Cuando oréis, no seáis charlatanes como los paganos, que creen ser escuchados en virtud de su locuacidad» (Mt 6, 7). Por su naturaleza el rezo del Rosario exige un ritmo tranquilo y un reflexivo remanso, que favorezca en quien ora la meditación de los misterios de la vida del Señor, vistos a través del corazón de Aquella que estuvo más cerca del Señor, y que desvelen su insondable riqueza».

Es necesario detenernos en este profundo pensamiento de Pablo VI para poner de relieve algunas dimensiones del Rosario que definen mejor su carácter de contemplación cristológica.

Recordar a Cristo con María

13. La contemplación de María es ante todo un recordar. Conviene sin embargo entender esta palabra en el sentido bíblico de la memoria (zakar), que actualiza las obras realizadas por Dios en la historia de la salvación. La Biblia es narración de acontecimientos salvíficos, que tienen su culmen en el propio Cristo. Estos acontecimientos no son solamente un ‘ayer’; son también el ‘hoy’ de la salvación. Esta actualización se realiza en particular en la Liturgia: lo que Dios ha llevado a cabo hace siglos no concierne solamente a los testigos directos de los acontecimientos, sino que alcanza con su gracia a los hombres de cada época. Esto vale también, en cierto modo, para toda consideración piadosa de aquellos acontecimientos: «hacer memoria» de ellos en actitud de fe y amor significa abrirse a la gracia que Cristo nos ha alcanzado con sus misterios de vida, muerte y resurrección. 

Por esto, mientras se reafirma con el Concilio Vaticano II que la Liturgia, como ejercicio del oficio sacerdotal de Cristo y culto público, es «la cumbre a la que tiende la acción de la Iglesia y, al mismo tiempo, la fuente de donde mana toda su fuerza», también es necesario recordar que la vida espiritual « no se agota sólo con la participación en la sagrada Liturgia. El cristiano, llamado a orar en común, debe no obstante, entrar también en su interior para orar al Padre, que ve en lo escondido (cf. Mt 6, 6); más aún: según enseña el Apóstol, debe orar sin interrupción (cf. 1 Ts 5, 17) ». El Rosario, con su carácter específico, pertenece a este variado panorama de la oración ‘incesante’, y si la Liturgia, acción de Cristo y de la Iglesia, es acción salvífica por excelencia, el Rosario, en cuanto meditación sobre Cristo con María, es contemplación saludable. En efecto, penetrando, de misterio en misterio, en la vida del Redentor, hace que cuanto Él ha realizado y la Liturgia actualiza sea asimilado profundamente y forje la propia existencia. 

Apreciados hermanos y hermanas. El camino que les estoy proponiendo para contemplar a Cristo con María, orando con el Santo Rosario, es un camino cierto. “Solo en Jesús hay salvación” (Hechos 4, 12). Hagamos juntos ese camino. Dios nuestro Padre nunca defrauda. Desde el primero de mayo, el próximo viernes, iniciaremos éste itinerario que el Papa Francisco nos sugiere que lo hagamos personal o en familia.  Y en su oración, no se olviden de orar por mí.

Su obispo, +Jorge Enrique Jiménez Carvajal. Arzobispo de Cartagena

Cartagena, abril 29 del 2020