Apreciados Hermanos y Hermanas, muy buenos días.

Los misterios del Rosario son un “compendio del Evangelio”.

A la contemplación del rostro de Cristo sólo se llega escuchando, en el Espíritu, la voz del Padre, pues «nadie conoce bien al Hijo sino el Padre» (Mt 11, 27). Cerca de Cesarea de Filipo, en la confesión de Pedro, Jesús puntualiza de dónde proviene esta clara intuición sobre su identidad: «No te ha revelado esto la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos» (Mt 16, 17). Así pues, es necesaria la revelación de lo alto. Pero, para acogerla, es indispensable ponerse a la escucha: «Sólo la experiencia del silencio y de la oración ofrece el horizonte adecuado en el que puede madurar y desarrollarse el conocimiento más auténtico, fiel y coherente, de aquel misterio» (San Juan Pablo II, “al Inicio del Tercer Milenio, 2001, No.20)

El Rosario es una de las modalidades tradicionales de la oración cristiana orientada a la contemplación del rostro de Cristo. Así lo describe el Papa Pablo VI: « Oración evangélica centrada en el misterio de la Encarnación redentora, el Rosario es, una oración de orientación profundamente cristológica. En efecto, su elemento más característico, la repetición litánica del «Dios te salve, María», se convierte también en alabanza constante a Cristo, término último del anuncio del Ángel y del saludo de la Madre del Bautista: «Bendito el fruto de tu vientre» (Lc 1,42). Podemos decir más: la repetición del Ave María constituye el tejido sobre el cual se desarrolla la contemplación de los misterios: el Jesús que toda Ave María recuerda es el mismo que la sucesión de los misterios nos propone una y otra vez como Hijo de Dios y de la Virgen» (Papa Pablo VI, “el Culto Mariano”, 1974, No. 46)

Incorporación de los Misterios Luminosos por San Juan Pablo II.

De los muchos misterios de la vida de Cristo, el Rosario, tal como se ha consolidado en la práctica más común corroborada por la autoridad eclesial, sólo considera algunos. Dicha selección proviene del contexto original de esta oración, que se organizó teniendo en cuenta el número 150, que es el mismo de los Salmos.

“No obstante, para resaltar el carácter cristológico del Rosario, considero oportuna una incorporación que, si bien se deja a la libre consideración de los individuos y de la comunidad, les permita contemplar también los misterios de la vida pública de Cristo desde el Bautismo a la Pasión. En efecto, en estos misterios contemplamos aspectos importantes de la persona de Cristo como revelador definitivo de Dios. Él es quien, declarado Hijo predilecto del Padre en el Bautismo en el Jordán, anuncia la llegada del Reino, dando testimonio de Él con sus obras y proclamando sus exigencias. Durante la vida pública es cuando el misterio de Cristo se manifiesta de manera especial como misterio de luz: «Mientras estoy en el mundo, soy luz del mundo» (Jn 9, 5).

Para que pueda decirse que el Rosario es más plenamente “compendio del Evangelio”, es conveniente pues que, tras haber recordado la encarnación y la vida oculta de Cristo (misterios de gozo), y antes de considerar los sufrimientos de la pasión (misterios de dolor) y el triunfo de la resurrección (misterios de gloria), la meditación se centre también en algunos momentos particularmente significativos de la vida pública (misterios de luz). Esta incorporación de nuevos misterios, sin prejuzgar ningún aspecto esencial de la estructura tradicional de la oración del Rosario, se orienta a hacerla vivir con renovado interés en la espiritualidad cristiana, como verdadera introducción a la profundidad del Corazón de Cristo, abismo de gozo y de luz, de dolor y de gloria.”(San Juan Pablo II, el Rosario de la Virgen María, 2001, No.19)

Misterios Luminosos (jueves)

Comentario a estos Misterios en la Carta de San Juan Pablo II, “El Rosario de la Virgen María”, No. 20.

Pasando de la infancia y de la vida de Nazaret a la vida pública de Jesús, la contemplación nos lleva a los misterios que se pueden llamar de manera especial «misterios de luz». En realidad, todo el misterio de Cristo es luz. Él es la «luz del mundo» (Jn 8,12). Pero esta dimensión se manifiesta, sobre todo, en los años de la vida pública, cuando anuncia el evangelio del Reino. Cada uno de los misterios luminosos refleja el Reino ya presente en la persona misma de Jesús.

Excepto en el de Caná, en estos misterios la presencia de María queda en el trasfondo. Los Evangelios apenas insinúan su eventual presencia en algún que otro momento de la predicación de Jesús (cf. Mc 3,31-35; Jn 2,12) y nada dicen sobre su presencia en el Cenáculo en el momento de la institución de la Eucaristía. Pero, de algún modo, el cometido que desempeña María en Caná, acompaña toda la misión de Cristo.

La revelación, que en el bautismo en el Jordán proviene directamente del Padre y ha resonado en el Bautista, aparece también en labios de María en Caná y se convierte en su gran invitación materna dirigida a la Iglesia de todos los tiempos: «Hagan lo que él les diga» (Jn 2,5). Es una exhortación que introduce muy bien las palabras y signos de Cristo durante su vida pública, siendo como el telón de fondo mariano de todos los misterios de luz (cf. RVM 21).

En estos misterios contemplamos aspectos importantes de la persona de Cristo como revelador definitivo de Dios. Él es quien, declarado Hijo predilecto del Padre en el Bautismo en el Jordán, anuncia la llegada del Reino, dando testimonio de él con sus obras y proclamando sus exigencias. Durante la vida pública es cuando el misterio de Cristo se manifiesta de manera especial como misterio de luz: «Mientras estoy en el mundo, soy luz del mundo» (Juan 9,5).

Orar los misterios luminosos en este trance de la pandemia por covid-19 nos ayuda, sin duda, a no ceder a la oscuridad. En la vida pública de Jesús descubrimos la fuerza del Espíritu Santo que nos habita y es, para los creyentes, fuerza de Dios en nosotros, como lo fue en la vida de Jesús. «Hacer lo que Él nos diga» es una invitación a vivir con su confianza, a tener sus mismos sentimientos hacia el Padre y hacia los hermanos, a creer que Dios guía los pasos de nuestra historia y nunca nos abandona.

Misterios Luminosos

1. El bautismo de Jesús en el Jordán. «En esto el cielo se abrió, y Jesús vio que el Espíritu de Dios bajaba sobre él como una paloma. Y se oyó una voz del cielo, que decía: «Este es mi Hijo amado, a quien he elegido» (Mateo 3,16-17).

2. La manifestación de Jesús  en las bodas de Caná. «Dijo María a los que estaban sirviendo: hagan lo que él les diga» (Juan 2,5).

3. El anuncio del Reino de Dios. «Jesús fue a Galilea a anunciar las buenas noticias de parte de Dios» (Mateo 1,14).

4. La Transfiguración. «Mientras oraba, cambió el aspecto de su rostro y sus ropas se volvieron muy blancas y brillantes» (Lucas 9,29).

5. La institución de la Eucaristía. «Mientras cenaban, Jesús tomó en sus manos el pan, y dando gracias a Dios lo partió y se lo dio a los discípulos, diciendo: «Tomen y coman, esto es mi cuerpo» (Mateo 26, 26).

Apreciados hermanos y hermanas, los invito a orar con los Misterios Luminosos del Rosario los jueves de este mes de mayo; ojalá en familia. Es importante aprender a saborear los misterios de luz, que añadió San Juan Pablo II, para que se viera de una manera más amplia, como los misterios del Rosario son el “compendio del Evangelio”. No tengan miedo. La Virgen María, nuestra Madre conseguirá para cada uno de nosotros la paz interior que necesitamos en estos días y al mismo tiempo pondremos, ante Dios nuestro Padre, las súplicas que le estamos haciendo para que pare la pandemia y podamos entrar confiados a construir la “nueva tierra”, donde habite la justicia. No se olviden de orar por mí.

Cordial y fraternal saludo.

Su Obispo: + Jorge Enrique Jiménez Carvajal, Arzobispo de Cartagena.

Cartagena, lunes 4 de mayo.