Apreciados hermanos y hermanas, muy buenos días.

El relato del Evangelio de San Mateo, sobre la Resurrección de Jesucristo, nos recuerda que María Magdalena y María la de Cleofás, “se marcharon a toda prisa del sepulcro; impresionadas y llenas de alegría, corrieron a anunciarlo a los discípulos, de pronto Jesús les salió al encuentro y les dijo: alégrense” (Mt 28, 8-9). En su corazón llevaban impresas unas palabras que las embargaba de alegría pero que todavía no lograban entender: “ha resucitado de entre los muertos y va por delante de ustedes a Galilea. Allí lo verán”. (Mt 28, 10) Es interesante puntualizar que el evangelista San Mateo, señala que junto al “miedo que sintieron” al encontrar que la tumba estaba vacía, dice al mismo tiempo que estaban llenas de alegría.

Nos preguntamos en qué consiste la “Alegría Pascual”; qué significa, qué nos dice, cuál es su contenido. ¿No corre quizás el riesgo de ser algo superficial, que nos decimos con los labios y que quisiéramos que interiormente fuera también una verdad lo más honda posible, pero sin saber bien cómo?

O también, ¿si miramos con fe a la verdadera fuente de esta “Alegría Pascual”, que es Cristo Resucitado, no corremos quizás otro riesgo: el de manifestar una alegría hecha de olvidos, basada en el olvido? ¿Se trataría entonces de una alegría cimentada en la Resurrección de Cristo, realidad que aceptamos y proclamamos en la fe, pero que deja de lado y en el olvido la Muerte, la Pasión, la Cruz, los clavos y los azotes? Algo así como si todo eso no hubiera sucedido, como si la Pasión y la Muerte de Jesús hubieran sido sólo un mal sueño.

Pero, en realidad, todas esas cosas persisten aún en medio de nosotros, en el sufrimiento de muchos ahora mismo. Y, por tanto, hasta podemos sentirnos estupefactos, por el hecho de que, el anuncio de la “Alegría Pascual”, no erradique el sufrimiento que vivimos actualmente, y que, tras una breve euforia, volvamos a encontrarnos pasado mañana, mañana, o quizás hoy mismo, frente a los mismos problemas que nos acongojan: “el encierro”, la pandemia, el miedo a la muerte, la enfermedad, la injusticia, la violencia, el hambre…

Entonces, ¿cómo hay que entender la “Alegría Pascual”, para qué no sea algo meramente convencional, para no cimentarla en dejar de lado y en el olvido los sufrimientos de Cristo y los nuestros; para que no consista solo en un breve descanso, sino que indique, lo mismo que la Resurrección de Cristo, un cambio en la vida, “un nuevo modo de vivir”?

La Palabra de Dios nos dice, que el Jesús Resucitado, es el Jesús que padeció y murió, más aún, el Jesús que debería morir. El evangelio de San Lucas dice exactamente: “era necesario que Cristo sufriera todas las estas cosas y se viera inmerso en todo este sufrimiento”. (Lc 24, 26)

Comprendemos entonces que la vida nueva del Señor, no es una mera cancelación de la muerte en Cruz, como si ésta nunca hubiese existido y fuese algo que hay que olvidar. Es más bien, la manifestación de la prodigiosa vitalidad que ya estaba presente en la existencia y en la muerte de Jesús, en su muerte vivida en el abandono al Padre, en el amor, en la entrega a los demás. Ese era desde siempre, el secreto de “su modo de vivir”. El que dejó con tanto cuidado a los suyos en el Sacramento de la Eucaristía, manifestando que daba libremente su vida por nosotros, abandonándose confiadamente al Padre, por todos nosotros.

¿Dónde buscar entonces la “Alegría Pascual”? Se impone una experiencia de fe. Ahora sabemos que nuestro Padre es fiel, digno de toda confianza. Un Dios que nos ama más allá de la muerte. Les seguiremos llamando “Padre” con más fe que nunca, cómo Jesús nos enseñó. Sabemos que no nos defraudará.

Sabemos que Dios es amigo de la vida. Ahora empezamos a entender mejor su Pasión. Por una vida más sana, justa y dichosa para todos. Siguiendo sus pasos, viviremos curando la vida y aliviando el sufrimiento, pondremos siempre nuestra fe en Él, al servicio de los demás. Ahora sabemos, que Dios hace justicia a las víctimas inocentes: hace triunfar la vida sobre la muerte; el bien sobre el mal; la verdad sobre la mentira; el amor sobre el odio. Seguiremos luchando contra el mal, la mentira y los abusos. Buscaremos siempre el Reino de ese Dios y su justicia. Sabemos que es lo primero que el Padre quiere de nosotros.

La “Alegría Pascual”, nos permite entender porque Jesús estaba siempre con los dolientes y porque defendía tanto a los pobres, a los hambrientos y despreciados. Defenderemos a los más débiles y vulnerables, a los maltratados por la sociedad. A los que todos olvidan o consideran un estorbo. Escucharemos mejor su llamada a ser compasivos como el Padre del Cielo.

La “Alegría Pascual” nos posibilita entender un poco más las Palabras más duras y extrañas de Jesús. Comenzamos a intuir que el que pierda su vida, por Jesús y por su Evangelio, la va a salvar. Ahora comprendemos porqué Jesús nos invita a seguirlo hasta el final, cargando cada día con la Cruz. Seguiremos sufriendo un poco por Jesús y por el Evangelio, pero muy pronto compartiremos con Él el abrazo del Padre.

La “Alegría Pascual” nos recuerda que Jesús está vivo para siempre y se hace presente en medio de nosotros, cuando nos reunimos dos o tres en su nombre. Y nos recuerda que no estamos solos, que Él nos acompaña mientras caminamos hacia el Padre. Ahora escucharemos su voz cuando leamos su Evangelio. Nos acordaremos de Él cuando partamos el pan y celebremos la cena. Estará con nosotros hasta el fin del mundo.

Apreciados hermanos y hermanas, alegrémonos.  Para los discípulos de Jesús, la “Alegría Pascual” es “un nuevo modo de vivir”. Es creer totalmente que Jesús ha Resucitado de entre los muertos y que nosotros resucitaremos con Él. Y que siempre vale la pena entregar la vida para que los desesperados de este mundo, los más pobres, los que descartan nuestra sociedad tengan esperanza.

Continúo orando por ustedes y trato de acompañarlos. Y también trato de saborear con ustedes “la Alegría Pascual”. Oren por mí.

Su obispo, +Jorge Enrique Jiménez Carvajal. Arzobispo de Cartagena

Cartagena, abril 14 del 2020.