Apreciados Hermanos y Hermanas, muy buenos días.

En “los tiempos difíciles” que se prolongan, hay muchas cosas que no entendemos y nos hacen sufrir. Y a veces siembran dudas que nos desconciertan. Jesús nos ha hecho, en el capítulo 3 del Evangelio de Juan, que estamos leyendo en la liturgia de estos días, una propuesta clara: “hay que nacer de nuevo”! Ahí podemos encontrar una clave que nos ayude a interpretar tantas cosas que requieren luz hoy en día. “El que cree en el Hijo tiene vida eterna” (Juan 3, 36) y “el enviado de Dios transmite las palabras de Dios, ya que recibe, sin limitaciones, el Espíritu de Dios” (Juan 3, 34).

La participación directa en las vicisitudes de Jesús no fue suficiente para iluminar la fe de los discípulos. Fue necesaria otra intervención. Con acierto pensamos en seguida en la intervención del Señor Resucitado, cuando después de su muerte se les apareció, los iluminó, les entregó el Espíritu Santo  y les ayudó a comprender lo que había hecho y enseñado en el tiempo que estuvo con ellos.

Volvamos a mirar un relato del Evangelio de San Lucas sobre el cual hemos pasado varias veces en este tiempo de la Pascua, Emaús. Jesús ayudó a interpretar a aquellos dos discípulos lo que había sucedido en Jerusalén y que tanto había conmocionado sus vidas. Se hizo el encontradizo con ellos cuando volvían desolados a su aldea; caminó a su lado, les explicó el sentido de las Escrituras, avivó el fuego de sus corazones, accedió a quedarse con ellos al atardecer y se les reveló al partir el pan. Jesús les ayudó a “hacer memoria” de Él, a recordarle; más aún a convertirse ellos mismos, con su propia vida, en memoria suya, en testimonio vivo de su Resurrección.

Entonces los dos discípulos comprendieron todo: se acordaron de los hechos y de las palabras de la Escritura que explicaban el significado profundo de todo lo pasado. “Y comenzando por Moisés y siguiendo por los Profetas, les explicó lo que se refería a él en toda la Escritura. Cerca ya de la aldea a donde iban, hizo ademán de seguir adelante; pero ellos le insistieron, diciendo: “quédate con nosotros,  que está atardeciendo y  el día va ya de caída”. El entró para quedarse. Recostado a la mesa con ellos, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo ofreció. Se  les abrieron los ojos y lo reconocieron, pero Él desapareció. Entonces comentaron: “¿No estábamos en ascuas  mientras nos hablaba por el camino explicándonos las Escrituras?” (Lucas 24,27-32).

Los encuentros con Jesús que estamos viviendo durante estos días son espacio propicio para “nacer de nuevo”, para soñar lo que será la postpandemia, los “cielos nuevos y la tierra nueva” donde habite la justicia, la familia nueva que serán y la Iglesia nueva que construiremos. Para ello es indispensable que iluminemos todo con la Palabra de Dios. Que nos dejemos interpelar en todo momento por ella. Y que lo hagamos en familia, nunca hemos tenido espacio tan propicio en ella para “discernir” lo que Jesús quiere de la familia, y para dejar suscitar los sentimientos de Jesús en nuestra relaciones familiares: el amor, el perdón, la cercanía, el compartir todo, que a la verdad era lo que nos anunciaba Dios nuestro Padre, cuando decía a nuestros primeros padres que “serían una sola carne. Y lo mismo ocurre en nuestras pequeñas comunidades eclesiales y en las comunidades parroquiales. Las redes sociales nos están dando la posibilidad para que “soñemos juntos” lo que “saldremos” hacer realidad en nuestra Iglesia parroquial y Arquidiocesana. Es lo que el Papa Francisco nos propone cuando nos invita a que volvamos nuestra Iglesia “sinodal”.

Y que invoquemos el Espíritu Santo de Dios. “Cuando venga Él, el Espíritu de la verdad, los irá guiando hacia la verdad completa” (Juan 16, 13), entendida ésta como un complejidad de situaciones que quedan abarcadas en una visión global. Se refiere a las múltiples realidades históricas en que se manifiesta la verdad de Cristo en favor de los hombres y de las mujeres. Lo que el evangelista San Juan promete es que la Iglesia, en el discernimiento del camino histórico de su existencia, es guiada, conducida y progresivamente introducida por el Espíritu de Dios.

Apreciados hermanos y hermanas, “caminemos juntos”, acompañados de Jesús y de su Espíritu Santo, construyendo la nueva historia, “los cielos nuevos y la tierra nueva”, donde todos podremos vivir de una manera más humana y justa.

Oremos al Señor para que este “discernimiento” personal y comunitario, sea una realidad, ya que tenemos la oportunidad y el tiempo para concretarlo. Y oren por mí.   

Su obispo, +Jorge enrique Jiménez Carvajal. Arzobispo de Cartagena.

Cartagena, abril 23 del 2020