Apreciados hermanos y hermanas, buenos días.

De manera repetida, hemos escuchado y expresado con hechos, palabras y símbolos elocuentes, el anuncio de la Pascua: Cristo vive y es nuestra vida. Este anuncio los seguiremos repitiendo durante cincuenta días que dura la celebración de este hecho fundamental de nuestra fe cristiana.

¿De dónde nos viene este anuncio?

Nos llega de lejos, de la voz del Ángel de la Resurrección; de las mujeres que encontraron el sepulcro vacío; de los discípulos de Jesús que vieron al Señor Vivo. A partir de ellos, el mensaje se propagó enseguida, con extrema rapidez, de boca en boca, de grupo en grupo, suscitando por todas partes comunidades de creyentes.

Estudiando los textos del Nuevo Testamento, podemos recorrer retrospectivamente, el itinerario que siguió este Mensaje y redescubrir las formulas primitivas, que todavía hoy conservan el sabor original del primer anuncio: ¡Resucitó verdaderamente Jesús y se ha aparecido a Pedro! ¡Dios ha resucitado a Jesús, a quien los hombres y las mujeres crucificaron! Todas las comunidades de la Iglesia primitiva, se sostienen o se derrumban con este anuncio. Nuestra fe no nació de una palabra abstracta, por muy elevada que fuera, como podría ser la proclamación de la fraternidad o del primado del amor. Nació de un hecho testimoniado y proclamado, por quienes habían participado en él: Resucitó en verdad Cristo, el Señor. Y hay muchos testigos.

El anuncio nos llega de lejos, a través del tiempo, a través de una cadena ininterrumpida de testigos. Pero también está aquí cerca de nosotros, en medio de nosotros y dentro de nosotros. El Apóstol Pedro, cuya voz hemos oído en las lecturas de los Hechos de los Apóstoles de esta semana, que anuncian la Resurrección, expresa así esta realidad: “Testigos de esto, o sea, de la Resurrección y glorificación de Jesús, somos nosotros y el Espíritu Santo, que Dios da a quienes le obedecen”
(Hechos 5, 32).

Al testimonio de los discípulos de Jesús, se suma el testimonio del Don del Espíritu Santo. El Espíritu del Resucitado actúa en nuestros corazones, el Espíritu que ha actuado en la Iglesia durante dos mil años, el Espíritu que nos guía paso a paso por el siglo XXI, tan lleno de contrastes, pero igualmente tan llenó de Esperanza.

Por eso Cristo Resucitado no solamente es nuestra vida, es nuestro vivir. Su amor, su oración, su energía de viviente se apodera de la Iglesia mediante el Espíritu y da testimonio al mundo de que Cristo ha Resucitado y vive para siempre en hombres y mujeres, en comunidades de muy diversas razas y lugares, en múltiples familias.

Vivir en Cristo Resucitado es vivir animados por su Espíritu, vivir según su Espíritu. “El que no tiene el Espíritu no pertenece a Cristo”(Romanos 8, 9). Es el Espíritu del Resucitado, el que hace posible la existencia Cristiana. Seguir a Jesús no es simplemente imitar a un líder del pasado o inspirarnos en su herencia. Es algo que brota desde nuestra experiencia interna, de una “sabiduría venida de Dios”(1 Corintios 1, 30) “que revela en nosotros a su Hijo”(Gálatas 11, 16). “Ese Espíritu derramado en nuestros corazones”(Romanos 5, 5), suscita nuestra obediencia a Jesucristo, nos libera de ser nosotros mismos el centro de nuestra vida y va interiorizando en nosotros las actitudes y los sentimientos que vivió Jesús, nuestro único Maestro y Señor.

Invito a quienes se encuentran reunidos en familia y han compartido este mensaje, pero igualmente a los que están solos en este momento, para que como culminación de este mensaje, canten juntos un bello himno, con el cual durante estos días, expresamos con gozo y alegría la vida, que nos trae Jesucristo Resucitado.

Vive Jesús el Señor (x2)
Él vive (x3)
Vive, vive Jesús el Señor (x2)
Él vive (x3)
Vive Jesús, el Señor, vive Jesús, el Señor (x2)

Los recuerdo a todos con mucho cariño, oren por mí.

Su obispo, +Jorge Enrique Jiménez Carvajal, arzobispo de Cartagena

Cartagena, abril 17 del 2020