Apreciados Hermanos y Hermanas, muy buenos días.

“El nombre de Dios es misericordia”, es el título que el Papa Francisco quiso que le pusieran a la entrevista-libro que Andrea Tornielli le hizo en el año 2015, para motivar el año de la Misericordia en la Iglesia Universal. Volver sobre este escrito nos ayuda a celebrar la Fiesta de la Divina Misericordia en este año 2020, cuando sufrimos todos los efectos de la pandemia.

El solo título es motivador. En Antiguo Testamento los hijos de Israel no se atrevían a pronunciar el nombre de Dios. Recordemos la escena del libro del Éxodo en que Dios se revela a Moisés. Sencillamente “Yo soy el que soy”. Pero lo cierto es que ese es el mismo Dios, que insistió en hacer una alianza con el pueblo elegido: ustedes serán para mí, mi pueblo y yo seré para ustedes Dios.

La gran novedad del Nuevo Testamento es la revelación que Dios nos hizo sobre Él mismo, por medio de su Hijo Jesucristo. Él fue quién de una manera preciosa nos reveló repetidamente que Dios es nuestro Padre. Y también múltiples veces nos manifestó que Él quería renovar su alianza y que Él sería para nosotros Padre y que nosotros fuéramos para Él sus hijos. Así nos enseñó a llamarlo; cuando oren, digan así: ¡Padre nuestro! Qué maravilla que Dios sea nuestro Padre. Es Dios cercano. Es Dios con nosotros. Es Dios que se preocupa de cada uno de sus hijos y que nos acompaña en todos los momentos de nuestra vida. Nada que sea humano, le es indiferente.

A partir de ésta revelación básica, Jesús nos ha revelado la riqueza que tiene el corazón de nuestro Padre. Por eso, en el Evangelio de San Lucas, nos dice hermosamente: “sean misericordiosos como nuestro Padre es misericordioso” (Lucas 6, 36). Y por todas partes en los cuatro Evangelios, Jesús no se cansa de mostrarnos de una manera concreta que el principal atributo de Dios nuestro Padre, es la misericordia.

Etimológicamente, misericordia significa “abrir el corazón al miserable”. San Juan Eudes, el fundador de la Congregación de los Padres Eudistas, interpretaba esta palabra diciendo: misericordioso es aquel que es capaz de meter en su corazón a toda la gente que sufre y que a diario encontramos en nuestro alrededor. En el corazón de Dios nuestro Padre, cabemos todos los hombres y mujeres, todos los miserables del mundo, en todos los lugares de la tierra y en todo los tiempos. Las parábolas más hermosas de Jesús las dedicó a mostrarnos esta realidad misteriosa y consoladora. Tenemos un Padre misericordioso. “Porque Él es misericordia y porque la misericordia es el primer atributo de Dios. Es el nombre de Dios. No hay situaciones de las que no podamos salir, no estamos condenados a hundirnos en arenas movedizas, en las que, cuanto más nos movemos, más nos hundimos. Jesús está allí, con la mano tendida, dispuesto a agarrarnos y a sacarnos fuera del barro del pecado, también del abismo del mal en que hemos caído. Tan sólo debemos hacer conciencia de nuestro estado, ser honestos con nosotros mismos… pedir la gracia de reconocernos pecadores, responsables de ese mal”. (Papa Francisco, El nombre de Dios es Misericordia, página)  

Junto a la revelación de que Dios es misericordioso, encontramos otro atributo muy consolador para las situaciones difíciles de nuestra vida. Nuestro Dios es compasivo. “La misericordia es divina, tiene más que ver con el juicio de nuestro pecado. La compasión tiene un rostro más humano, significa sufrir con… sufrir juntos, no permanecer indiferentes al dolor y sufrimientos ajenos” (Papa Francisco, El nombre de Dios es Misericordia, página). Pensemos en los diversos relatos de la multiplicación de los panes. Jesús había invitado a los apóstoles separadamente, a un lugar desierto, escribe San Marcos en su Evangelio. La multitud lo vio marcharse en una barca, entendió a donde se dirigían y se encaminó hacia allí a pie, adelantándolos. Jesús descendió de la barca, “vio una gran multitud, tuvo compasión de ellos, pues eran como ovejas sin pastor, y se puso a enseñarles muchas cosas” (San Marcos 6, 34).

Me hicieron una pregunta los organizadores del Congreso de la Misericordia que se realiza en estos días, por parte de Cristovisión en Colombia. ¿Cómo vivir la misericordia de Dios en estos “tiempos difíciles y extraños”? releyendo el libro el Papa Francisco, les comparto orientaciones muy concretas que nos van a ayudar a alcanzar la misericordia de Dios en lo que nos resta de “encierro”.

De una manera genérica dice el Papa Francisco. Vivir la misericordia de Dios es abrirse a su inmenso amor y abrirnos a nosotros mismos y a nuestro propio corazón, permitir a Jesús que nos salga al encuentro… e intentar ser misericordioso con los demás.

Pero una muy importante es confesarse. Fue Jesús quien les dijo a sus apóstoles, “aquellos a quienes les perdonen los pecados les serán perdonados, aquellos a los que no se los perdonen, no serán perdonados” (Juan 20, 19-23). Así es, los apóstoles y sus sucesores, los obispos y los sacerdotes que son sus colaboradores, se convierten en instrumentos de la misericordia de Dios. Actúan “como persona de Cristo”. “Esto es muy hermoso, tiene un profundo significado, pues somos seres sociables. Si tú no eres capaz de hablar de tus errores con tu hermano, ten por seguro que no serás capaz de hablar tampoco con Dios, y que acabarás confesándote con el espejo, frente a ti mismo… confesarse con un sacerdote es un modo de poner mi vida en las manos y en el corazón de Dios nuestro Padre” (Papa Francisco, El nombre de Dios es Misericordia, página).

Otra manera, que aprendimos cuando éramos niños en los brazos de nuestros padres para vivir la misericordia, es muy concreta. Siete obras de misericordia corporales: dar de comer al hambriento, dar de beber al sediento, vestir los desnudos, dar alojamiento a los migrantes, visitar a los enfermos, visitar a los presos y enterrar a los muertos. No hay mucho que explicar. Y contantemente nos están invitando a que las practiquemos en estos días en que crecen los gritos de los hambrientos en Colombia y en nuestro mundo. Y lo mismo las siete obas de misericordia espirituales: aconsejar a los que dudan, enseñar a los ignorantes, advertir a los pecadores, consolar a los afligidos, perdonar las ofensas, soportar pacientemente las personas molestas, orar a Dios por los vivos y por los muertos. El Papa Francisco dice, en síntesis: “acercarse, saber escuchar, aconsejar y enseñar sobre todo con nuestro testimonio” (Papa Francisco, El nombre de Dios es Misericordia, página)  

Finalmente, una enseñanza muy concreta para vivir la misericordia en estos tiempos, nos la recuerda Lucas 10, 25-37. Se trata de la parábola del Buen Samaritano. Le salió a Jesús del corazón, pues caminaba por Galilea muy atento a los mendigos y enfermos que veía en las cunetas de los caminos. Quería enseñar a todos a caminar por la vida con compasión y pensaba en qué todos sus discípulos deberías practicarla. En la cuneta de un camino peligroso, un hombre asaltado y robado ha sido abandonado medio muerto. Afortunadamente, por el camino llega un sacerdote y un levita. Sin duda se apiadarán de él, no es así. Al ver al herido, los dos cierran sus ojos y su corazón. Para ellos es como si aquel hombre no existiera: “dan un rodeo y pasan de largo”. En el horizonte apareció un tercer viajero. Se trata de, para los judíos, “un despreciable Samaritano”. Se puede esperar de él lo peor. Sin embargo, al ver al herido “se le conmueven las entrañas”. No pasa de largo, se acerca a él y hace todo lo que puede: desinfecta sus heridas, las cura y las venda. Luego lo lleva en su cabalgadura a una posada. Allí lo cuida personalmente y procura que lo sigan atendiendo. Un maestro de la ley termina preguntando y ¿quién es mi prójimo? Y Jesús, les dice, volviendo sobre la actitud que tuvo el Samaritano: “vaya y haga usted lo mismo”. ¿A quién imitaremos al encontrarnos en nuestro camino, con las victimas más golpeadas por la crisis de la pandemia de nuestros días?

El nombre de nuestro Dios es misericordia. Y todos los discípulos de Jesús estamos llamados a ser “misericordiosos como nuestro Padre Celestial es misericordioso” (Lucas 6, 36)

Un cordial y fraternal saludo para todos ustedes, en esta fiesta de la Divina Misericordia. Oremos hoy de nuevo a nuestro Padre, para que tenga compasión de nosotros y aleje la pandemia del mundo. Recordemos: ¡Él siempre nos escucha! Oren también por mí.

Su obispo, +Jorge Enrique Jiménez Carvajal. Arzobispo de Cartagena.

Cartagena, abril 19 del 2020.