Apreciados hermanos y hermanas, buenos días.

Durante estos días pascuales hemos escuchado de una manera repetida, una de las apariciones más conocidas de Jesús; se trata de la aparición de Jesús a los discípulos de Emaús. La liturgia de este domingo tercero de Pascua nos la vuelve a presentar, como tema de reflexión y de meditación.

Recordemos la escena: dos hombres caminando decepcionados, tristes, convencidos de dejar a las espaldas la amargura de una historia más terminada. Antes de la fiesta de Pascua, estaban llenos de entusiasmo; convencidos de que esos días serían decisivos para sus expectativas y para la esperanza de todo el pueblo. Jesús, al cual habían confiado su vida, parecía finalmente llegado a la batalla decisiva; entonces habría manifestado su poder, después de un largo periodo de preparación y de esconderse. Esto era lo que ellos esperaban. Y no fue así. Los dos peregrinos cultivaban una esperanza solamente humana, que entonces se hizo pedazos. La Cruz en el Calvario era el signo más elocuente de una derrota que no habían pronosticado.

Así esa mañana del domingo, los dos discípulos huyen de Jerusalén. En los ojos tienen todavía los sucesos de la Pasión y de la Muerte de Jesús, y en el alma la dolorosa decepción sobre esos sucesos, durante el forzado descanso del sábado. Ésta fiesta de Pascua, que debía entonar el canto de la liberación, se había transformado en el día más doloroso de su vida. Dejan Jerusalén, para irse a otro lugar, tienen todo aspecto de personas que pretenden eliminar un recuerdo que habían acariciado con mucha esperanza. Están por la calle, y caminando tristes.

El encuentro de Jesús con estos dos discípulos, parece ser del todo casual; se parece a uno de tantos cruces que suceden en la vida. Los dos discípulos caminan pensando y un desconocido se acerca a ellos. Es Jesús; pero sus ojos no son capaces de reconocerlo y entonces, Jesús comienza a escucharlos y a dialogar con ellos.

Jesús les habla en primer lugar, por medio de las Escrituras. Quien toma en mano el libro de Dios, no encontrará historia de heroísmo fácil, campañas de conquistas fulminantes. La verdadera esperanza no es nunca a bajo precio; pasa siempre a través de las derrotas. La esperanza de quien no sufre, quizás no es ni siquiera tal. A Dios no le gusta ser amado, como se amaría a un líder que arrastra a la victoria a su pueblo, destruyendo con sangre a sus adversarios. Sin embargo, Jesús ha elegido el lugar que todos despreciamos, el camino de la Cruz.

Después Jesús repite a los dos discípulos el gesto clave de cada Eucaristía: toma el pan, lo bendice, lo parte y lo entrega. En esta serie de gestos ¿no está quizás toda la historia de Jesús? ¿y no está en cada Eucaristía, también el signo de qué debe ser la Iglesia?. Jesús nos toma, nos bendice, “parte nuestra vida”, porque no hay amor sin sacrificio y la ofrece a los otros, la ofrece a todos.

El caminar de Jesús con los discípulos de Emaús, es un magnífico discernimiento de todo lo que ellos han vivido durante su vida con Él, pero de una manera especial en los momentos culminantes de su existencia: su Pasión y su Muerte. El tema del diálogo es la realidad de esos días y la frustración de la comunidad de discípulos que acompañó durante la vida pública a Jesús de Nazaret. Jesús utiliza la Palaba de Dios para hacerles descubrir el significado de todo lo que han vivido. Apela a la Ley y a los Profetas. Pero, sus ojos se encuentran cegados. No logran que la Palabra de Dios ilumine la situación de sus vidas, y así sucede en su conversación hasta que llegan a Emaús.

En Emaús viven otra experiencia clave para poder discernir la verdad de lo que están viviendo. Los discípulos habían escuchado en aquel domingo por la mañana, que unas compañeras de su comunidad habían ido hasta el sepulcro y que la tumba estaba vacía, y habían recibido un mensaje muy claro: Él vive, ha resucitado y los precede a la Galilea. Sin embargo ellos confiesan que no les creyeron. Pero en el partir del pan, con aquel hombre misteriosos que los acompañó a través del camino, reconocen las Palabras y la presencia de Jesús en el partir el pan.

Éste camino de Emaús, es un camino de discernimiento. Tiene todo los elementos necesarios para que así lo sea y es muy importante que todos nosotros aprendamos a hacer este mismo ejercicio, durante nuestra vida diaria, en los acontecimientos más importantes de nuestra vida personal y también de la vida de nuestra iglesia y de nuestra sociedad.

Así nos lo enseñaba el Papa Pablo VI en su carta “En el Octogésimo Aniversario” de la Encíclica Rerum Novarum del Papa León XIII. Escuchemos las orientaciones que da el Papa Pablo VI en el No. 4 de este escrito y que tienen aplicación tanto personal, para los momentos más importantes de nuestra vida, como también comunitaria, para los momentos más importantes de la vida eclesial y de la vida social: “incumbe a las comunidades cristianas analizar con objetividad la situación propia de su país y de sus comunidades, esclarecerla mediante la luz de la Palabra inalterable del Evangelio, deducir principios de reflexión, normas de juicio y directrices de acción”, que nos ayuden a dar las respuestas adecuadas a las situaciones que vivimos. Y añade el Papa Pablo VI “y este discernimiento siempre se realiza con la ayuda del Espíritu Santo y del magisterio de nuestra Iglesia”.

De una manera repetida se nos ha comentado durante el pontificado del Papa Francisco, que él, como buen discípulo de Ignacio de Loyola, es especialista en discernimiento espiritual, personal y comunitario. Y también, con frecuencia en sus enseñanzas nos dice que el discernimiento cristiano de la realidad, es siempre necesario en los momentos más difíciles de nuestra vida personal. Como es fundamental para el caminar de la Iglesia y de la sociedad. Emaús, visto de esta manera, puede aportarnos muchas luces sobre cómo preparar nuestra salida del “encierro”.

La liturgia de nuestra Iglesia en la tercera de las Plegarias Eucarísticas para Circunstancias Especiales hace ésta oración, que yo les invito a repetir a todos ustedes en este día: “Concédenos que todos los fieles de la Iglesia sepamos discernir los signos de los tiempos, a la luz de la fe y nos consagremos plenamente al servicio del Evangelio. Concédenos estar atentos a las necesidades de todos los hombres y mujeres, para que participando en sus penas y angustias, en sus alegrías y esperanzas, les mostremos fielmente el camino de la salvación y con ellos avancemos en el camino de tu Reino”.

Apreciados hermanos y hermanas, saldremos al otro lado y se nos encomendará un proyecto fascinante: “crear los nuevos cielos y la nueva tierra”. Y esto, no puede ser fruto de una improvisación. La metodología del discernimiento, tanto el personal como el comunitario, se imponen en éste tiempo que nos resta de “encierro”. En el escrito del Papa Francisco, que en el día de ayer 25 de abril meditábamos, él nos hizo una invitación directa: “Vive, ama, sueña, cree. Y, con la gracia de Dios, no desesperes nunca”. Todavía nos restan muchas actividades para realizar en el “encierro”. Démonos prisa; tenemos tiempo precioso. Soñemos. Y todos nuestros sueños vayámoslos poniéndolos en las manos de Dios nuestro Padre. Y no olviden de orar también por mí.

Su obispo, +Jorge Enrique Jiménez Carvajal. Arzobispo de Cartagena.

Cartagena, abril 26 del 2020.