Apreciados Hermanos y Hermanas, muy buenos días.

El relato de la multiplicación de los panes, gozó de gran popularidad entre los discípulos de Jesús. Los cuatro evangelistas lo recuerdan. Seguramente les conmovía pensar en aquel hombre de Dios que se había preocupado de alimentar a una muchedumbre que se había quedado sin lo necesario para comer.

Según la versión de San Juan (capítulo 6), el primero que piensa en el hambre de las multitudes que acudían a escucharlo, es Jesús. Ésta gente necesita comer, hay que hacer algo por ellos. Así era Jesús. Vivía pensando en las necesidades básicas del ser humano.

Felipe le hace ver que no tienen dinero. Entre los discípulos todos son pobres, no pueden comprar pan para tantos. Jesús lo sabe. Igualmente, Él sabe que los que tienen dinero no resolverán nunca el problema del hambre en el mundo. Se necesita algo más que dinero. Por eso, su frase más preocupante: “los pobres los tendrán siempre con ustedes” (Mateo 26, 11).

Jesús ayuda a los discípulos a vislumbrar un camino diferente. Antes que nada es necesario que nadie acapare lo suyo para sí mismo, si hay otros que pasan hambre. Sus discípulos tendrán que aprender a poner a disposición de los hambrientos lo que tengan, aunque sólo sea “cinco panes de cebada y un par de peces” (Juan 6, 9).

La actitud de Jesús es la más sencilla y humana que podemos imaginar. Pero, ¿quién nos enseñará a nosotros a compartir si solo sabemos comprar? ¿quién nos va a liberar de nuestra indiferencia ante los que mueren de hambre? ¿hay algo que nos pueda hacer más humanos? ¿se producirá un día ese milagro de la solidaridad real entre todos?

Jesús piensa en Dios, su Padre. No es posible creer en Él como Padre de todos y vivir dejando que sus hijos e hijas mueran de hambre. Por eso, “toma los alimentos que han recogido en el grupo, levanta los ojos al cielo y dice la acción de gracias” (Juan 6, 11). La tierra y todo lo que nos alimenta lo estamos recibiendo de Dios, es regalo del Padre destinado a todos sus hijos e hijas. Si vivimos privando a otros de lo que necesitan para vivir, es que lo hemos olvidado.

Al compartir el pan de la Eucaristía, las primeras comunidades  cristianas se sentían alimentadas por Cristo Resucitado, pero, al mismo tiempo, nunca olvidaban el gesto de Jesús y compartían sus bienes con los más necesitados. Se sentían hermanos. No habían olvidado todavía el “modo de pensar” de Jesús.

El Evangelio de la multiplicación de los panes, en primer lugar, nos habla del pan material. Éste nos lleva necesariamente a pensar en las desigualdades sociales. Igualmente, nos lleva a pensar, en las multitudes hambrientas que existen por todas partes en el mundo y que, el “encierro” por la pandemia que actualmente vivimos, nos lo hace sentir con mucha fuerza y con mucho realismo. En nuestra vida, nunca más volveremos a olvidar los gritos de los hambrientos, de la ciudad de Cartagena y de todas las ciudades del mundo, durante estos días. Pero hay algo más, es un grito que se expande, y que cada vez más, toma tono de agresividad y de amenaza.

La multiplicación de los panes, que narra San Juan, nos interpela sobre una realidad muy cruel, que cada vez más se siente en el mundo entero y nosotros, tenemos que responder de alguna manera a esa realidad. Lo hemos compartido varias veces, durante el “encierro”. Jesús en los relatos de los evangelios de la multiplicación de los panes, nos muestra con gran colorido, como actuaba Él frente a los hambrientos de la tierra.

Y cuando tratamos de indagar, por la causa de la pobreza material, por lo general criticamos con mucha tranquilidad a la sociedad moderna como injusta, falta de solidaridad y poco humana, porque, en el fondo, pensamos que son otros los que tienen la culpa de todos. Los verdaderos culpables se encontrarían ocultos tras el sistema: las multinacionales, los dirigentes políticos, los mercados financieros… y, naturalmente, si ellos son los culpables, nosotros somos inocentes. Sin duda, hay culpables poderosos de los abusos e injusticias, pero hay también un culpa que está como diluida en toda la sociedad y que nos toca a todos. Hemos interiorizado un tipo de cultura, que nos lleva a pensar, sentir y tener comportamientos que sostienen y facilitan el funcionamiento de esa sociedad poco humana.

Pensemos, en la cultura consumista. Podemos estudiar lo que significa objetivamente una economía de mercado, la producción masiva de productos, el funcionamiento de la publicidad y tantos otros factores, pero hemos de analizar también, nuestros comportamientos, el de cada uno de nosotros.

Si yo me dejo modelar por la cultura consumista, esto significa que valoro más mi propio bienestar que la solidaridad; que pienso que el bienestar se obtiene, sobre todo, teniendo cosas, más que mejorando mi modo de ser; que tengo como meta secreta ganar siempre más, y para ello lograr el mayor éxito profesional y económico. Esto me puede llevar fácilmente a considerar como algo normal una sociedad profundamente desigual donde cada uno obtiene lo que se merece; hay individuos eficientes, que consiguen un nivel apropiado a sus esfuerzos y hay un sector de gentes poco hábiles y nada trabajadoras, que nunca conseguirán un nivel digno en esa sociedad.

Podemos seguir echándoles la culpa a otros, pero cada uno somos responsables de este estilo de vida poco humano. Por eso es bueno dejarnos sacudir de vez en cuando, por la interpelación sorprendente del Evangelio. El relato de la multiplicación de los panes, es un “signo mesiánico” que revela a Jesús como el enviado a alimentar al pueblo, pero encierra también una llamada a aportar lo que cada uno pueda tener para alimentarnos todos.

El relato de la multiplicación de los panes en el Evangelio de San Juan, tiene una novedad, frente a los relatos de los otros evangelistas. Y es que el hecho de la pobreza material, lo lleva a hacer una reflexión, honda y hermosa, sobre aquel otro pan que todos los hombres y mujeres aspiramos a comer: “el pan que da la vida eterna”. En el mensaje del día de mañana, profundizaremos sobre dicho tema.

Apreciados hermanos y hermanas, de más está decirles que el Banco Arquidiocesano de Alimentos, tiene como propósito principal responder a la orden de Jesús: “Denles de comer”.  Y como la crisis del hambre se acrecienta entre nosotros, quiero recordarles de nuevo la urgencia de que compartamos. Puede hacerlo a través del Banco de Alimentos hoy: Cuenta Corriente de Bancolombia No. 08500014808 a nombre de la Arquidiócesis de Cartagena. Nit: 890.480.104-5. Si su donación es en especie escríbanos a nuestros correos «donacionesbancoalimentosctg@gmail.com» y «bancoalimentoscartagena@gmail.com» o al WhatsApp 3205498403 o llamarnos al (5) 6537845.

Oremos confiados para que Dios nuestro Padre, nos haga sentir, en nuestros oídos y en nuestro corazón, el grito de los pobres, en Cartagena, en Colombia, en el mundo. Y acuérdense de orar por mí.

Su obispo, +Jorge Enrique Jiménez Carvajal. Arzobispo de Cartagena

Cartagena, abril 27 del 2020