Zona Pastoral N.º 3 culmina proceso con la entrega de herramientas pedagógicas y compromiso eclesial por la protección de los más vulnerables

El pasado sábado 7 de junio, en la parroquia San Miguel Arcángel, la Arquidiócesis de Cartagena acompañó uno de los espacios más importantes en su compromiso con la promoción de entornos seguros y protectores: la clausura del proceso formativo para Discípulos del Cuidado en la zona pastoral #3. Este proceso fue liderado por la Oficina para la Cultura del Cuidado, una instancia arquidiocesana pionera en la Iglesia colombiana, que busca tejer una red de protección en las comunidades eclesiales, articulando la formación, la prevención y la acción frente a todo tipo de violencia o vulneración.

Durante la jornada de cierre, los 44 laicos participantes — provenientes de parroquias de la zona 3 Santa María de los Ángeles, entre ellos catequistas, asesores de las Obras Misionales Pontificias y coordinadores de servidores del altar— fueron felicitados por el arzobispo de Cartagena, monseñor Francisco Javier Múnera Correa. En sus palabras, los animó a «ser multiplicadores del conocimiento en cada una de sus parroquias», reconociendo su compromiso por hacer vida concreta la cultura del cuidado en el corazón de la Iglesia.

Un proceso formativo transformador y apremiante
El camino formativo constó de nueve encuentros presenciales, donde los participantes reflexionaron, dialogaron y aprendieron sobre temáticas urgentes como el reconocimiento de situaciones de violencia, los factores de riesgo que se presentan en contextos eclesiales, sociales y familiares, la activación de rutas de atención civil y eclesial, el diseño de protocolos locales y el uso de estrategias de comunicación efectiva para la prevención y la protección.
Uno de los frutos más importantes de este proceso fue la elaboración colaborativa de una guía pedagógica y didáctica, orientada a fomentar entornos seguros desde la acción pastoral. Esta guía está pensada para agentes de pastoral que trabajan con niños, niñas, adolescentes y personas en condición de vulnerabilidad, y constituye una herramienta valiosa que podrá replicarse en otras zonas pastorales de la ciudad.
La formación fue acompañada por un equipo interdisciplinario conformado por profesionales en psicología clínica, trabajo social, derecho, comunicación social y la presencia constante de un sacerdote, lo que garantizó un abordaje integral del cuidado como dimensión humana, espiritual y eclesial.
“La experiencia de hoy ha sido sumamente gratificante. Concluimos una etapa, pero sabemos que seguimos construyendo cultura del cuidado con cada uno de ellos”, afirmó Mirna Cerra, coordinadora de la Oficina para la Cultura del Cuidado.

Discípulos y multiplicadores del cuidado
Los testimonios de los laicos evidencian la profundidad del proceso vivido. “Esta formación es para seguir creciendo personalmente y seguir ayudando a tantas personas que lo necesitan”, compartió Óscar de la Rosa, servidor de la parroquia María Madre de la Iglesia. Como él, muchos destacaron haber adquirido una nueva sensibilidad para observar, escuchar y acompañar a quienes más lo necesitan.
Ahora estos 44 laicos no solo han sido formados, sino que han sido enviados como verdaderos discípulos y multiplicadores del cuidado en sus comunidades. Cuentan con herramientas para reconocer signos de alerta, activar rutas de atención y ser agentes de protección y esperanza.

El camino de una la Iglesia que cuida
Este proceso hace parte de una estrategia más amplia que viene desarrollando la Arquidiócesis de Cartagena en distintas zonas pastorales, en coherencia con el llamado del Papa Francisco a “tejer una cultura del cuidado como camino de paz” (Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 2021). Los próximos encuentros del proyecto están programados para la zona 6, Divina Providencia, consolidando así una red arquidiocesana de laicos comprometidos con la vida, la dignidad y la protección de los más vulnerables.
Con esta iniciativa, la Iglesia en Cartagena se posiciona como referente nacional en la construcción de comunidades eclesiales sanas, protectoras y corresponsables, que caminan al ritmo de los clamores de la realidad y la voz del Evangelio.