(HOMILÍA) SUFRAGIO EN HONOR AL PADRE CALED DAVID TORRES PUELLO.

“Si vivimos, para el Señor vivimos; y si morimos, para el Señor morimos. Así pues, sea que vivamos o muramos, del Señor somos” (Romanos 14,8).

La vida es el don de Dios más precioso que ha brotado de su amor y su misericordia, tan precioso, que aun cuando el hombre intenta hacerse dueño de ella, sólo Dios en su voluntad y en su plan sabe cuándo, cómo y dónde darla y recibirla.

Esta vida es una vida que alcanza su verdadero sentido sólo en quién ha estado fundamentada para ser vivida: en Dios mismo, que a la plenitud de los tiempos, por sus misteriosos designios, en Jesús, el Cristo, se hizo uno como nosotros para experimentar nuestra condición humana en todo, menos en el pecado (Hb 4, 15).

Este amor que Dios ha revelado en la persona de su Hijo Jesucristo, es la certeza única que cada cristiano debe experimentar a profundidad, especialmente en estos días donde nuestra Madre, la Iglesia, nos invita a ahondar y dejarnos encontrar por un Dios que amando, llevó su amor al extremo, despojándose se su condición divina y asumiendo el sufrimiento, el dolor y la muerte, y una muerte de Cruz (cfr. Flp 2, 6 – 8).

Quienes tienen la oportunidad en su vida de conocer este amor y darle desde él el sentido de su existencia, son capaces de decir como el apóstol: “estoy convencido de que ni la muerte ni la vida, ni los ángeles ni los demonios, ni lo presente ni lo futuro, ni cosa alguna en toda la creación, podrá apartarnos del amor que Dios nos ha manifestado en Cristo Jesús, nuestro Señor (Rm 8, 38-39). Y aún la realidad dura del pecado, que nos hiere en nuestra naturaleza creativa, nos aparta de esta inmensa misericordia y dono, “pues así como Adán todos mueren, también en Cristo todos volverán a vivir”(1 Cor 15, 22).

Dios como Padre bueno, es un Padre que nos llama siempre a la conversión, es decir, a la santidad, que es la misma que posibilita encontrar el verdadero sentido de la vida, pues “Él no quiere la muerte de nadie, sino que nos convirtamos y así obtendremos la garantía de lo que significa vivir” (Ez 18, 32).

A esta oportunidad, por ninguno de nosotros merecida, del don de la vida, podemos darle un rumbo y trabajarle todos los días en alcanzar la meta, que siempre será el cielo. Jesús mismo, amándonos y enseñándonos nos invitó diciendo: “porque el que quiera salvar su vida, la perderá; pero que la pierda por mi causa, la encontrará” (Mt 16, 25).

Ciertamente la vida como don es igual de compleja de entender y asumir así como la muerte como don. Dice el apóstol: “difícilmente habrá quién muera por un justo, aunque tal vez haya quien se atreva a morir por una persona buena. Pero Dios demuestra su amor por nosotros en esto: en que cuando todavía éramos pecadores, Cristo murió por nosotros.” (Rm 5, 7-8) Jesús le ha dado un sentido totalmente pleno tanto a la vida como a la muerte, sentido que debemos buscar nosotros todos los días en el refugio confiado de la oración y la guía de su Palabra, alimentada en la vida de la gracia sacramental y el don bello de la comunidad. Y, es que hermanos: “Este mensaje es digno de crédito: si morimos con Él, también viviremos con Él” (2 Tm 2, 11).

Caled David hoy es para nosotros un referente de lo que es creer y vivir esperando y trabajando por la construcción del Reino, reconociendo que no somos nosotros quienes hacemos, sino Cristo que actúa a través de nuestras insuficiencias y pequeñeces, pues en todo debe ser siempre glorificado el nombre de Cristo. Su juventud es para nosotros un impulso en cuanto podamos leer como signo de vida que podamos aprovechar la oportunidad que cada uno de nosotros tiene en las manos, y que si bien es preciosa, no sabremos cuando la vamos a regresar al buen Padre Dios.

 

TRES VIRTUDES SACERDOTALES QUISIERA COMPARTIR DE MI HERMANO CALED.

Caled David, sacerdote discípulo de Jesús. Sin duda alguna, los que tuvimos la oportunidad de ser cercanos a él, recordaremos siempre que nunca se puso delante, siempre fue detrás de Cristo, y siempre intentó enseñarnos el don valioso de la humildad, don que Dios regaló como uno de sus muchos carismas y que él supo colocar al servicio de la comunidad. Su silencio era el grito más fuerte que se podía escuchar, pues hablaba en voz baja al Señor constantemente en la oración y Dios sabía a través de él comunicarse a quienes lo escuchaban en sus confesiones, direcciones espirituales y celebraciones de fe. Vivió una vida simple, entendió que era ser austero, aún recuerdo mucho aquél hermano seminarista que los miércoles desde su silencio, hacía una pastoral con los que muchas veces son despreciados en la sociedad, cuando muchas veces yo iba al cine, o a descansar, Caled David en cambio, acompañaba una fundación como apostolado, anunciando a su maestro.

Caled David, sacerdote que vivió la comunión. La comunidad cristiana es uno de los lugares más bellos donde Dios se manifiesta, al igual que en su Palabra y los sacramentos. Sin lugar a dudas, desde que era un joven más de la comunidad juvenil en Turbaco: Centinelas de la Aurora, una de sus virtudes más dicientes era su capacidad de ser-para y ser-con los demás. En el seminario fue un muchacho que no andaba solo, muchas veces su sentido crudo del humor era tan atractivo que te preguntabas más de una vez si decía o no la verdad, porque era capaz de decir una broma con tal seriedad que te la creías, pero después siempre sonreía y aclaraba demostrándote su cercanía y su enseñanza. Como sacerdote tuve la hermosa experiencia de trabajar con él en la construcción de una comunidad, nada fácil, pero bellamente necesitada de que se les diera esperanza, porque por dentro, cada uno tiene su propio aporte que puede llegar a construir y animar lo que significa la experiencia de ser Iglesia. La Arquidiócesis le confió una tarea nada fácil, acompañarnos y asesorarnos en la buena y sana utilización de los bienes temporales, para que a través de la administración transparente y justa de estos, fuéramos un faro ante una sociedad manchada por la corrupción y la usura de quienes sin pensarlo sólo se buscan a sí mismos y no al bien común y a la promoción social de la vida humana de los hombres y mujeres necesitados de hoy. Siempre tenía espacio para sus sacerdotes hermanos, especialmente los de su promoción, nunca puso por encima de una reunión zonal otro compromiso, pues sabía que en la hermandad sacerdotal podía encontrar las fuerzas para continuar su ministerio y su labor, a mis hermanos sacerdotes les pido detenernos en este aspecto y ser capaces de imitar, aquí nos deja una gran enseñanza.

Caled David, sacerdote de la misión. Si hay algo bello en poder reconocer el amor grande que Caled experimentaba de Dios y de su ministerio es su ardor misionero por anunciar a Jesucristo a los demás. Es de admirar cómo una persona puede poner al servicio del Anuncio del Reino sus propias características, su creatividad, su empeño y dedicación. Caled era un sacerdote que preparaba en comunión con la Arquidiócesis la misión a través del encuentro semanal con los animadores de comunidades de la parroquia, y lo hacía con mucha seriedad y compromiso, preparaba sus encuentros y los aterrizaba en su vida. Fue un hombre que nunca me dijo no cuando le necesité en la formación de los discípulos de la Arquidiócesis a través del Instituto Emaús, quienes también podrán testimoniar que era un formador integral. Asumió con mucha responsabilidad la tarea que Jesús le pedía a través de la Iglesia, en el acompañamiento espiritual de Encuentro Juvenil. Vivió la misión y motivó a muchos muchachos a dejarse encontrar por el amor que lo encontró primero, los enseñó a comprometerse con el anuncio del Evangelio y con la construcción del Reino por donde quiera que vayan.

No quiero terminar estas palabras, sin reconocer en mi hermano un aspecto que profundamente tocó también mi corazón: Caled David fue profundamente un hombre familiar. De él puedo testimoniar la fuerza importante que tiene en la vida de un sacerdote su familia, Caled David supo ser hijo y hermano, supo ser primo y supo hacer que los amigos se sintieran parte de su familia, esa en la que no se nace, que simplemente se elige. Quiero expresarle mi profunda cercanía a Eduardo y Ángela, personas verdaderamente especiales, y agradecerles a ustedes la oportunidad que me dieron y nos dieron de experimentar en este mundo una persona como Caled, pues sé que él como hijo, todo lo que era lo aprendió del esfuerzo y el hogar forjado por ustedes dos. A Laura y Eduardito, mi abrazo fraternal. Nadie podrá restituir el hermano que hoy estamos despidiendo, pero sepan que aquí tienen y tendrán muchos hermanos que Caled les ha dejado para no caminar solos, y salir adelante, aunque la circunstancia de hoy nos derrumba y profundamente nos duele su prematura partida.

A todos quienes lean estas palabras, amigos, hermanos y conocidos, quiero extenderles consuelo y esperanza. Cristo ha resucitado, y esta semana estaremos delante de este misterio, en el que sin entenderlo estamos llamados a vivirlo y creerlo. Tenemos hoy una esperanza más fuerte: La esperanza de que nuestro hermano ya goza del cielo, aquél que inició en él su obra buena, él mismo la ha llevado a término (Flp 1, 6) y desde el cielo nos cuidará y acompañará en nuestro camino. Querido hermano, háblale a Dios de nuestra amistad, háblale a Dios de nosotros en la Arquidiócesis de Cartagena, acompáñanos en el camino que tenemos por delante y espéranos con tu sonrisa y los brazos abiertos, para que también tengamos la gracia de tener muchos amigos, pues como lo dijiste en tu Facebook: “vivir sin amigos es morir sin dejar recuerdos”, esos que hoy te acompañan y que te recordarán siempre como un hombre bueno.

La muerte no tiene la última palabra. Hoy más que ayer yo creo en la resurrección y la vida. Decido creer en Jesucristo, decido seguir adelante contigo, ahora de una manera diferente. Aprenderé a vivir nuestra amistad que se hace profunda, tan profunda que no necesitaremos vernos para sentir que estamos allí para apoyarnos en el camino. Prometo acompañar a Eduardo, Ángela, Laura y Eduardito hasta que Dios también me llame y yo reciba la muerte como se recibe a un buen amigo! Descansa en paz!

Quiero terminar encomendándote a la Virgen Madre, ya que en el día de tu muerte, ella recibió de Dios a través del ángel, ese bello saludo en la oración que paradójicamente lleva el nombre de la comunidad en la que trabajamos juntos y que hoy se compromete a seguir adelante y honrar y mantener tu legado y herencia cristiana como testigo del Evangelio, ella que supo asumir el dolor de ver morir a su Hijo, nos acompañe en este momento de dolor en el que nosotros experimentamos también tu muerte. Por eso la invoco diciendo: “Dios te salve María, llena eres de gracia, el Señor es contigo, bendita tu eres entre todas las mujeres, y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús. Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros los pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte, Amén”.

Padre Javier Eduardo Rosanía Pacheco.
Roma, 25 de marzo de 2018.