Crecer en la Fe a nivel Experiencial y Racional
Continuando nuestro recorrido por este año de la fe, he querido darles un aporte para la vivencia de éste con el fin de ayudarlos a entrar en la conciencia de lograr uno de los objetivos del reto que nuestro Santo Padre, Benedicto XVI, nos ha propuesto, tal es crecer en la fe a nivel experiencial y racional.
Primero quiero presentar la fe como virtud teologal, es decir, como algo que no viene de nosotros mismos, sino que nos es dado de Otro (de parte de Dios); la fe como un Don de Dios. La fe que no es un acto de signo carnal, que surge de las motivaciones humanas, sino algo que, como Don de Dios, encuentra en Él su fundamento (Jn 6,37.44.65). Teniendo claro esta parte, nosotros debemos iniciar nuestra oración siempre pidiendo como el padre del endemoniado: Señor, creo, pero aumenta mi fe (Mc 9,24).
El segundo aspecto es que la fe se da en un acto de encuentro con Dios. Lo que se podría llamar la dimensión experiencial. El hombre, delante de la irrupción de Dios en su historia, responde confiando plenamente en Él. En el Antiguo Testamento, la fe consiste en el apoyarse en Yahvé, donde el hombre más débil se hace fuerte, ya que su salvación se funda en la fuerza de Dios (Is 12,2; 30,8-15; 45,14; Ab 2,4; 3,12; Sal 28-7-8). Este aspecto de fidelidad y confianza en Dios aparece en modo evidente con la palabra «amén», que viene usada en las fórmulas litúrgicas de las doxologías (D. VITALI, Esistenza cristiana, 54-55). Por eso la fe viene unida, para el creyente, a las obras realizadas por Dios, de allí que la fe en Yahvé significa, en el sentido más profundo, decir «amén» a Dios.
En el Nuevo Testamento, la fe experiencial nace del acercamiento y del diálogo con la persona de Jesús; se trata de confianza en Él, al punto que aparece como condición previa y esencial para los milagros (Mc 10,51; Lc 5,5). Para Pablo, la dimensión fundamental de la justificación es la confianza en la gracia de Dios en Jesucristo, por el cual el ser humano funda la propia existencia en Él, renunciando a toda autosuficiencia (Cf. J. SÁNCHEZ BOSCH, “Gloriarse” según san Pablo. Sentido y teología de kaucaomai. PIB, Roma 1970, 161-183; 308-324).
El tercer aspecto es la fe como acto de confesión, que implica un requisito racional; lo que podríamos llamar la dimensión intelectual, la cual exige un grado de conocimiento de un contenido, en manera que el creyente pueda dar razón de su fe (1P 3,15). El creyente debe tener en cuenta que no solo la fe vivida, o la fe experiencial basta para dar respuestas, es necesario reflexionar sobre la relación que se tiene con Dios, preguntarse si aquella fe vivida es realmente una buena respuesta a Dios.
Basta ver algunos ejemplos de la Escritura para darnos cuenta que la fe experiencial implica el hacer una reflexión; Moisés, reflexionando delante de la zarza ardiente, encuentra a Dios, cuyo mensaje lo impulsa a pensar sobre la misión confiada a él y sobre la relación con este Dios que se ha revelado como «yo soy el que soy» (Ex 3,2-4,17); Buscando la relación profunda con Dios, los primeros discípulos se acercaron a Jesús, confesado por Juan como «el cordero de Dios que quita el pecado del mundo» y crecieron en la fe conociéndolo siempre mejor (Jn 1,29-39); y el encuentro de Pedro con Jesús, en su vocación en el lago, lleva a Pedro a dudar de ser digno de esta relación, reconociendo la divinidad de Jesús y su propia indignidad (Cf. Lc 5,1-11). En conclusión, no existe ninguna relación sin reflexión sobre la otra persona, y no hay ninguna relación de fe sin una reflexión inicial sobre Dios y sobre lo que significa esta misma relación.
Debemos, en lo que falta de este año de la fe, orar siempre, pidiendo a Dios que siga derramando su Espíritu Santo en nosotros, de manera que venga en aumento la fe que se nos ha dado en el Bautismo. Además, seguir profundizando en la misma relación con Jesucristo, de tal modo que podamos entablar una amistad más fuerte con Él, para que logremos descubrir cada día más su ser. Y ligado a estas dos cosas, lo que no quiere decir que no sea igual de importante, formarnos en los conocimientos de nuestra fe creída, en el contenido de la fe de la Iglesia, dando valor a la experiencia de quienes nos ha precedido en el seguimiento de Jesucristo. Recordemos que los contenidos de nuestro Credo han nacido de la fe experiencial e intelectual de los primeros cristianos, a lo que es importante recurrir en el contexto de este año y en el paso que da la Iglesia con miras a la elección de un nuevo Sumo Pontífice.
Por: Iván José Ruiz Vidal Pbro.
ivjosem_157@yahoo.es