Por: Juan Sebastián Rodríguez Burgos

Hace unos días llegó nuevamente a mis manos una cita bíblica del evangelio de Marcos. Este me ha motivado nuevamente, como la primera vez, también me inspiró a inscribir estas líneas:
“Cuando Jesús se puso en camino, llegó uno corriendo, se arrodilló ante él y le preguntó: -Maestro bueno, ¿Qué debo hacer para heredar vida eterna? Jesús le respondió: – ¿Por qué me llamas bueno? Nadie es bueno fuera de Dios. Conoces los mandamientos: no matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no jurarás en falso, no defraudarás; honra a tu padre y a tu madre. Él le contestó: – Maestro, todo eso lo he cumplido desde la adolescencia. Jesús lo miró con cariño y le dijo: – Una cosa te falta: ve, vende cuanto tienes y dáselo a los pobres y tendrás un tesoro en el cielo; después sígueme. Ante esas palabras, se llenó de pena y se marchó triste; porque era muy rico.”

Claramente me he identificado con este joven, que tenía como motivación principal buscar la felicidad permanente y, más especialmente, la vida eterna. Escuchar su relato me hace eco de mis propias luchas, deseos y dudas. Este joven pensó que con el simple cumplimiento de los mandamientos ya tenía asegurada la plenitud, pero Jesús le muestra que el camino hacia la verdadera vida implica mucho más: dejar los apegos y entregarse por completo a la voluntad de Dios.
En nuestro tiempo, todos llevamos algo del joven rico en el corazón. Quizás no tengamos grandes riquezas materiales, pero nos aferramos a otras cosas: nuestras seguridades, nuestros proyectos personales o incluso nuestras propias formas de entender la vida. Nos cuesta soltar aquello que nos da comodidad y estabilidad.

Jesús no pide a todos que vendan lo que tienen y lo entreguen a los pobres de forma literal, pero sí nos invita a cuestionarnos: ¿Qué lugar ocupa Dios en mi vida? ¿Estoy dispuesto a desprenderme de lo que me ata para seguirlo más de cerca? Para algunos, ese apego puede ser al dinero; para otros, al orgullo, al éxito, o incluso al miedo al cambio.
El reto no es solo entender este mensaje, sino vivirlo. El seguimiento a Dios no es fácil, porque requiere valentía y confianza total en sus promesas. Sin embargo, es en ese abandono donde encontramos la libertad y el verdadero tesoro del cielo.
El joven rico se fue triste, pero Jesús lo miró con amor. Ese detalle es importante: Jesús no lo juzgó ni lo condenó. Lo invitó a una transformación radical, sabiendo que cada uno tiene su tiempo para responder.

Hoy, al reflexionar sobre este pasaje, me pregunto: ¿Cuántas veces he salido triste por no ser capaz de soltar mis apegos? ¿Cuántas oportunidades he perdido por temor a confiar en Dios plenamente? Quizás la respuesta no sea fácil, pero lo importante es no dejar de caminar.
El joven rico soy yo, y tal vez también lo seas tú. Pero a diferencia de él, estamos llamados a volver al camino y recordar que, a pesar de nuestras resistencias, la mirada de Jesús siempre está ahí, llena de amor, esperando nuestra decisión.
¿Qué falta en tu vida para seguirlo de verdad? Esa es la pregunta que este relato nos deja como tarea personal.