Colombia se viste de alegría al celebrar estos cien años de caminar misionero, y agradecemos profundamente a Dios por haberse fijado en Laura Montoya Upegui, canonizada el 12 de mayo de 2014, por el Papa Francisco, una mujer arriesgada, intrépida, audaz, que supo poner toda su confianza en el Señor, que rompió esquemas de su época, superó dificultades, luchó contra toda desesperanza y sirvió de instrumento para la obra que Él le inspiró.

Con el ardiente deseo de ver a Dios conocido y amado de todos, la Madre Laura inspira la obra en la quinta palabra de Jesús en la Cruz “Tengo Sed”. Esta identificación con el Jesús sediento la fue proyectando a través de la inserción entre los más pobres preferencialmente los indígenas con la pedagogía del amor; el “Sitio” fue su inspiración permanente para impulsar la intrepidez de su obra, “¡Cuánta sed tengo! ¡Sed de saciar la vuestra Señor! Al comulgar nos hemos juntado dos sedientos. Vos de la gloria de vuestro Padre y yo de la de vuestro corazón Eucarístico. ¡Aplacad, Señor, mi sed, que yo con todas las fuerzas de mi alma quiero aplacar la vuestra!

Es así, como ella, impulsada por el Espíritu en su deseo de ayudar en la salvación de los hombres especialmente de los indígenas, busca su apoyo en Monseñor Maximiliano Crespo, entonces obispo de la diócesis de Santa Fe de Antioquia, quien le expresó: “Recibo esa obra con alma, vida y corazón”.

Con gran confianza en Dios, y con el apoyo de la Iglesia, a través del Obispo Monseñor Crespo y Con un inmenso celo por las almas, el 5 de mayo de 1914 salió de la ciudad de Medellín hacia Dabeiba, Murrí, Chontaduro, Paravadocito, Tuguridó, Golfo de urabá, exploración del rio Uré y la región del sarare, etc, todo esto lo hizo en compañía de cinco jóvenes y de su madre para iniciar la obra de la evangelización de los indios, como le llamaba, que más tarde se convirtió en la Congregación de Misioneras de María Inmaculada y Santa Catalina de Siena.

Su misión era inspirada por Dios, y esa misión lo que buscaba era que sus hijas debieran ser “Misioneras-cabras” que trepen por riscos y montañas en busca del indio infiel, que huye a lo más recóndito de la selva, cuando es acosado por la civilización. Y más aun el celo de que sus hijas entendieran que “El celo de una misionera no debe conocer límites de tiempo, ni de espacio, ni de persona, debe de ir hasta donde la obediencia lo permita y abarcar  todas las creaciones de Dios”.

Sea este el motivo, para pedir a Santa Laura, que por su intercesión, el buen Dios siga permitiendo, que lleguen más obreros a sus mies, que muchos hombres y mujeres adquieran este espíritu misionero, para poder abarcar a todos los pueblos, razas y naciones, pues, Jesús gran misionero del Padre, aun hoy es desconocido en muchos lugares, no debe importar el lugar donde nos encontremos, lo importante es hacer presente el Reino, siendo portadores de la buena noticia y damos gracias a Dios porque hoy en el mundo, la estela luminosa del impulso misionero de la Madre Laura,  en tierras Colombianas, se prolonga en el tiempo y en el espacio en todas sus hijas Lauritas y después de su muerte se une la nueva comunidad masculina de Lauritos, y juntos, como hermanos que son, entre las selvas  continúan la obra misionera que Ella un día inició.

Por: Nicolás Johan Mora Zapata, Seminarista 

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