En su catequesis de la Audiencia General del tercer miércoles de febrero – que tuvo lugar en el Aula Pablo VI de la Ciudad del Vaticano, y en la que participaron varios miles de fieles y peregrinos procedentes de numerosos países – el Papa Francisco propuso el tema de la esperanza que no defrauda.

 

Y lo hizo a partir de la lectura de un pasaje de la Carta de San Pablo a los Romanos, en la que el Apóstol escribe que la esperanza no quedará defraudada, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo.

 

Hablando en italiano, el Santo Padre comenzó recordando que desde pequeños se nos enseña que no es bueno enaltecerse, porque vanagloriarse por lo que se es o por lo que se tiene, además de cierta soberbia, demuestra una falta de respeto con respecto a los demás, especialmente con quienes son menos afortunados. Y destacó que en el pasaje elegido para esta ocasión de la Carta a los Romanos, el Apóstol Pablo nos sorprende porque va más allá, puesto que exhorta dos veces a gloriarnos.

 

A gloriarnos por la abundancia de la gracia que recibimos de Jesucristo por medio de la fe y a gloriarnos también hasta de las mismas tribulaciones.  Lo que – como manifestó Francisco – resulta más difícil y puede parecer que no tenga nada que ver con la anterior condición de paz. En cambio – prosiguió – constituye la premisa más auténtica y verdadera.

 

Al respecto el Pontífice explicó que, en efecto, la paz que nos ofrece y nos garantiza el Señor no debe entenderse como la ausencia de preocupaciones, decepciones, faltas o motivos de sufrimiento. Puesto que si fuera así, en el caso en que lográramos estar en paz, aquel momento terminaría pronto y caeríamos inevitablemente en el desánimo. Mientras la paz que brota de la fe es un don: es la gracia de experimentar que Dios nos ama, que siempre está a nuestro lado y que no nos deja solos ni siquiera un instante de nuestra vida. Y esto, como afirma el Apóstol – dijo el Papa Bergoglio –genera la paciencia, porque sabemos que, también en los momentos más duros y sobrecogedores, la misericordia y la bondad del Señor son más grandes que cualquier otra cosa y nada nos arrancará de sus manos y de la comunión con Él.

 

Por esta razón – prosiguió – la esperanza cristiana es sólida, porque no decepciona. No está fundada en lo que podemos hacer o ser, y ni siquiera en lo que podemos creer. Sino que su fundamento es lo más fiel y seguro que pueda existir, es decir, el amor que Dios mismo tiene por cada uno de nosotros.

 

Al concluir esta catequesis el Santo Padre reafirmó que la esperanza es un don extraordinario y que nosotros estamos llamados a hacernos, con humildad y sencillez,  “canales” de esperanza para todos. Entonces sí que nuestra vanagloria más grande será la de tener como Padre a un Dios que no tiene preferencias, que no decepciona a nadie, pero que abre su casa a todos los seres humanos, comenzando por los últimos y los alejados, para que, como hijos suyos, aprendamos a consolarnos y a sostenernos recíprocamente.

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